The Neon Demon: Nicolas Winding Refn ¿artista o falsificador?

Escrito por Pablo Cristóbal
Edición gráfica por Alicia Victoria Palacios Thomas

Pusher

En la trilogía de Pusher (1996-2005), el realizador danés se presentaba como un fabulador de tragedias sórdidas de los bajos fondos, la calle era su materia prima y la cámara en mano, el grano sucio o la violencia expresiva, sus armas principales. Este formalismo distintivo no era de extrañar en sus películas ya que en Dinamarca acababa de fraguarse el movimiento fílmico del Dogma 95. Nicolas Winding Refn empezaba su carrera emulando estilos y tendencias que no le pertenecían, no obstante, demostraba su valía en tiempos en los que no gozaba de grandes apoyos económicos y su maniobra consistía en llevar a cabo los ejercicios formales de Lars Von Trier y Thomas Vinterberg exportándolos a la tradición del noir más barriobajero, sus mafias no gozaban del glamour que Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Brian De Palma o Warren Beatty se habían encargado de plasmar en nuestro imaginario cinematográfico. Nicolas trabajó el concepto de gánster de medio pelo mucho antes de que una nueva hornada de cineastas y productores británicos se sintiesen atraídos por las desventuras de estos malhechores, vinieran del inframundo de la calle o de los cuerpos policiales más corruptos y endogámicos.

En aquella época los actores Vinnie Jones, Mark Strong y Ray Winstone aún no eran los rostros reconocibles de este subgénero ni se habían perpetrado títulos como Hyena, el infierno del crimen (2014), Redirected (2014), Filth, el sucio (2013), Welcome to the punch (2013), Ill Manors (2012), The Sweeney (2012), Harry Brown (2009) , Layer cake (2004), Sexy Beast (2000), Snatch: cerdos y diamantes (2000), Lock & Stock (1998) o Trainspotting (1996).

Ha llovido mucho desde entonces.

NWR

Nicolas Winding Refn ahora se hace llamar NWR y parece querer dinamitar, poner en entredicho o darle la vuelta a la industria norteamericana desde dentro. La diferencia principal entre NWR y su compatriota, Lars Von Trier es que si uno se maquilla (o lo maquillan) como a un genuino cineasta que, se supone, es la antítesis de gran industria, el otro, simplemente lo es.

A Lars se le podrá acusar de muchas cosas pero nunca de hacer un cine hueco o de dibujar meros calcos de otros cineastas mejores. Ver una película de Lars von Trier nunca es perder el tiempo porque este controvertido autor, productor y genio de la manipulación mediática tiene claro su objetivo: ser el antónimo, el opuesto al otro, no es acción sino reacción y sin la existencia de la moralina y pornografía emocional Hollywoodiense estaría perdido.

Lars von Trier es un bálsamo contra el cine convencional hegemónico, es el yang, su reverso tenebroso y por ello, es el maldito anticristo del cine mainstream.

Sus películas, pese a todo lo que conllevan, se pueden entender como cartas de amor-odio, su enemistad profesada al cine de consumo norteamericano es lo que le da su razón de ser. No ha puesto nunca un pie en los EEUU y se dedica a utilizar a los actores de moda para pervertirlos. Ahí tenemos a Nicole Kidman (la que fuera la pareja conyugal de Tom Cruise) siendo, en la ficción, violada por toda la población de Dogville (2003) o a la actriz Bryce Dallas Howard (hija del cineasta y magnate Ron Howard) a la que hace poco pudimos ver en Jurassic World compartiendo similares vejaciones sexuales y machistas en Manderlay (2005). Y tenemos a Kiefer Sutherland (conocido por su papel de héroe en el inacabable serial de 24) compartiendo plantilla con Kirsten Dunst (la novia de Spiderman) en Melancholia (2011) donde, si uno es tan cobarde que se suicida, la otra es responsable directa de la destrucción del planeta Tierra. ¿Y qué decir de Shia Labeouf, protagonista de la primera trilogía de Transformers, que acababa de hacer su papel como hijo de Indiana Jones cuando fue abducido por las artes negras del danés, dando un vuelco inimaginable a su carrera?

Con todos estos ejemplos queremos dejar bien claro que Lars Von Trier corrompe, humilla y cuestiona el papel icónico de los tocados de Hollywood, mejor aún cuando, se trata de utilizar a parientes directos o indirectos de Steven Spielberg, Ron Howard, Tom Hanks o Tom Cruise, cuatro colosos indiscutibles del Cine popular estadounidense.

Y mientras tanto, NWR opera dentro del sistema norteamericano como un infiltrado que se pasea por este castillo de fábula. La fachada está pavimentada con sonrisas, fuegos artificiales y arco iris, es una corte donde llueve confeti todas las noches, se come langosta, sólo hay espacio para lo bello y es pura magia a ojos de los espectadores (con todas sus precuelas, secuelas, reboots, adaptaciones y otros enseres recreativos pero nada creativos). No obstante, NWR sabe bien que todo esto es siniestro, falso e implacable, que en el mundo de las grandes estrellas donde «todo es posible» quieren clavarte el cuchillo por la espalda así que sólo puede fiarse de unos pocos. Y para ejecutar sus films se codea de un grupo de actores sólidos pero más alternativos —que amasan fortunas cuando se dejan caer por superproducciones de explosiones, robots gigantes y persecuciones— pero también deja espacio a otros que, cuando no son desconocidos a punto de despegar, son famosos en horas bajas. En este variopinto grupo de colaboradores podemos encontrar a Ryan Gosling, Keanu Reeves, John Turturro, Tom Hardy, Carey Mulligan, Oscar Isaac o Elle Fanning.

El nombre y el dinero a NWR le han servido, qué duda cabe, para reinventarse e investigar el universo de las imágenes contemporáneas más estilizadas, donde sus fábulas sanguinolentas se magnifican a través de ese palacete que se le ha abierto, el de las altas esferas. Mercantilización, cosificación, plastificación, falsificación e impresión son palabras que no nos resultan ajenas y que van de la mano del cruel mundo del cine mainstream, con sus alfombras rojas, agentes de prensa, tráficos de influencias, cenas en el Café Society de moda y los favores sexuales en los despachos a puerta cerrada.

Neon Demons

Algunos dirán que NWR se ha convertido en un retratista de latas de tomates o luces de neón que justifica cada una de sus imágenes con alegorías baratas y escenas de transgresión a cualquier precio. Y también tendrán razón. La secuencia de la necrofilia lésbica de The Neon Demon puede verse como un recurso fácil de desagrado (encaminado a llamar la atención) o como una inversión de roles de lo más perversa y liberadora. Como artista y, sobre todo, como cineasta emancipado, Nicolas ya no cuenta con un guión fortificado que sustente sus tramas, ni sus nudos ni sus desenlaces, no le interesa. Es la imagen y la sonoridad, ya no son las palabras. Se sigue buscando así mismo a través de sus decenas de referencias plásticas y prefiere amputar, retorcer y mutar el significado de lo que entendemos por largometraje. Así que para obtener resultados se vale del uso opresivo de una estética perfeccionista y falsa, totalmente acorde con la moral de nuestros tiempos. Cada secuencia brilla (o ensombrece) por el empleo continuo del videoclip recargado de luces sobreimpresionadas. Y si, consigue dibujar siluetas aladas sobre su protagonista o crear sensaciones etéreas que nos llevarán, sin previo aviso, por la cara más oscura de la luna.

Nicolas declara abiertamente su intención de compartir imaginarios cuando introduce a Karl Glusman, el protagonista de Amor (Gaspar Noé, 2015) casi al mismo tiempo que su actor fetiche y amigo, Ryan Gosling, lleva a cabo su ópera prima, Lost River (2014) arropándose en el inestimable trabajo de Benoît Debie, el director de fotografía habitual de Gaspar Noé.

No es casualidad que Lost River y The Neon Demon sean dos cuentos auténticamente oscuros que dejan a Tim Burton a la altura de un complemento de Hello Kitty. Tampoco parece una casualidad que la última película de NWR tenga como protagonista a una chica inocente en vías de pervertirse (la inmaculada Elle Fanning) cuando las atmósferas del film dialogan abiertamente con Spring Breakers, la polémica cinta de Harmony Korine (2012) cuya dirección de fotografía lleva a cabo Benoît Debie, again.

Spring Breakers es otra peculiar cinta que utiliza a las que fueron las niñas-princesa de Disney Channel para transformarlas en un grupo de amigas concupiscentes entregadas al hedonismo. The Neon Demon, con toda esa saturación de neones violetas, trata la belleza en su estado de plenitud más contradictorio, decadente y desaforado. Spring Breakers, también.

NWR es un autor que, como parte de una estrategia iconoclasta o como debilidad de un ego desmedido, muestra su firma antes de que hayamos visto su obra. Su nombre, casi obsceno, quiere mutar en las siglas de un producto (artístico-empresarial) para vendernos un sello de calidad personal que se autopromociona como logo y marca. Quiere ser único en su especie y para demostrarlo necesita llegar a ese inconsciente colectivo de lo siniestro, Nicolas se ve en la necesidad de recrear y copiar a todos. Es un hombre, a fin de cuentas, que asume sus contradicciones como parte de un experimento vitalista.

Y The Neon Demon juega, precisamente, con una geometría que incurre en los opuestos para revelar nuevas dudas en las aproximaciones entre Dios-Satán, belleza-fealdad, Pirámide-Pirámide invertida, pene-vagina, deseo-homicidio. «La sociedad», parece querer decirnos, «le ha consumido como particular».

Y cada secuencia de The Neon Demon trata de demostrarlo con un ente que lucha por no ser fagocitado ni quiere ser enviciado pero que lo va permitiendo ya que requiere del encumbramiento de los demás para su realización personal.

Pero, ¿qué es The Neon Demon? Se preguntarán ustedes. Es la historia de Cristo a los ojos de Gaspar Noé, es la feminidad y el feminismo entendido por Lars Von Trier, es el rito de la eucaristía y el cuento real del lobo feroz, es la sublimación de El Perfume de Patrick Suskind y El cisne Negro de Darren Aronofsky, es una trama empresarial de vampirización, culto y aquelarre en el que los cuerpos se degradan por una anorexia que nos trasladará a los senderos de la duplicidad. The Neon Demon es la ambición corporativa llevada a lo criminal, es Passion de De Palma y Demonlover de Olivier Assayas , es el retorcido sendero de las baldosas amarillas al estrellato, ese que ya vimos en Mullholland Drive de David Lynch y Showgirls de Paul Verheoven, es el ascenso a los estratos sociales en High-Rise, es una torre de Babel de luces estroboscópicas e imágenes excesivas, es la nueva carne empresarial de David Cronenberg, la belleza amenazante y marciana del Under the Skin de Jonathan Glazer después de que Sacarlett Johansson se quitase la piel, son los demonios medievales de Häxan: La brujería a través de los tiempos (Benjamin Christensen) con el glamour de Abbey Lee y Bella Heathcote, es la extravagancia y la fragilidad de esa bailarina que regentaba el nightclub creado por Atom Egoyan para Exótica, es el eterno viaje a través del espejo, ese que hicieron Alicia y Dorothy.

The Neon Demon es sueño, descenso y pesadilla.

Madrid, 8 Octubre, 2016

Ficha técnica y reparto:

Título original: The Neon Demonaka Año: 2016 Duración: 117 min. País: Francia Director: Nicolas Winding Refn Guión: Nicolas Winding Refn, Mary Laws, Polly Stenham Música: Cliff Martinez Fotografía: Natasha Braier Reparto: Elle Fanning, Jena Malone, Keanu Reeves, Christina Hendricks, Bella Heathcote, Abbey Lee, Karl Glusman, Desmond Harrington, Cody Renee Cameron, Chris Muto, Lucas Di Medio, Jamie Clayton, Charles Baker, Taylor Marie Hill, Sophie Mazzaro Productora: Coproducción Francia-Estados Unidos-Dinamarca; Space Rocket Natio, Vendian Entertainment, Bold Films Género: Terror

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