Imagen: Luis García Berlanga (1921-2010)
El cine español depara muchas sorpresas. Las depara no porque tenga ilimitados caminos ignotos, sino porque los españoles tendemos a ocultar nuestras propias creaciones, sobre todo en el cine. Sin duda nos enorgullecemos de hablar de Cervantes o de Velázquez, de Picasso, de Dalí… vamos a lo fácil, a lo que ya sabemos que nos han aplaudido los que no son españoles. Del cine español, que es lo que nos ocupa, apenas sabemos nada. La gran mayoría opta por aquella frase de “el cine español es malo”, cuando no dice que “es una mierda”. Sin embargo, esas mismas personas cuando son preguntadas acerca de películas o autores españoles, ni se han molestado en verlas ni conocen a esos autores. Creen, en general, que la herencia de nuestro cine se limita a las películas de el destape de la segunda mitad de los años 1970; lo antiguo es considerado la españolada de los años 1960; y lo moderno es Almodóvar (“cine donde han de salir siempre maricas y toreros”, se suele escuchar) y Amenábar (“que es bueno porque trabaja en Hollywood”). A Luis Buñuel lo conocen o les suena, pero casi nadie ha visto nada de él, a pesar de que todos alaban Un perro andaluz (“el cortometraje donde cortan un ojo”).
Escrito por Daniel L. Serrano Canichu, el espía del bar
Edición por Pablo Cristóbal y Alicia Victoria Palacios Thomas
Pepito Piscinas (Luis María Delgado, 1978)
Nada ven positivo, incluso, en ese peculiar cine de humor considerado único: el de la españolada y el destape que, aunque muy deficitario, cumplió funciones y tiene algunas cosas memorables. No conocen a Segundo de Chomón y su importancia en el comienzo de los efectos especiales, desconocen al muy importante Florián Rey en nuestro cine mudo o las experiencias del cine anarquista. De la obra de Chicho Ibáñez Serrador sólo les suena sus concursos televisivos, de Juan Antonio Bardem, que es el que inició la saga de cineastas de los Bardem, nada; de Mario Camus o de Carlos Saura a alguno le suena haber visto algo, de Fernando Trueba: le conocen por el bombo de los Oscar; José Luis Garci recibe, a modo de un muy injusto calificativo, el nombre de pedante… Quizá los mejor situados y/o considerados sean Alex de la Iglesia y los anteriormente mencionados: Almodóvar y Amenábar; mientras tanto todos despedazamos las comedias de Santiago Segura y, sin embargo, siguen siendo las que baten récords de taquilla cada vez que se estrena alguna de sus películas. Tampoco podemos olvidar el trabajo de otros cineastas afincados a la comedia costumbrista española (y, por ende, la taquilla) como han sido y son Fernando Colomo, Manuel Gómez Pereira, Emilio Martínez Lázaro o Daniel Sánchez Arévalo.
Nobleza Baturra (Florián Rey, 1935)
En este penoso panorama en el que nos movemos tenemos a un director de cine muy peculiar, especializado en la comedia de crítica social y surrealista a su modo, hablo de Luis García Berlanga (1921-2010).
La obra de este hombre no es muy extensa, diecisiete largometrajes, algunos cortometrajes y algún trabajo para televisión. Si durante los tiempos de la dictadura del general Franco (1939-1975), Luis Buñuel, era nuestro cineasta más destacado en el exilio, en España fue Berlanga el autor que a la larga ha terminado siendo reconocido como el mejor dentro de lo que se ha venido a llamar “el exilio interior”, o sea: gente contraria a la dictadura que, sin embargo, optaron por vivir en España a pesar de lo que eso les suponía. En su momento eran otros los directores más apreciados e incluso, en los años del tardofranquismo, fueron los autores más jóvenes los reconocidos en el extranjero, gente como Vicente Aranda o José Luis Borau. En este contexto, Berlanga tiene la particularidad de haber sabido reírse de la evolución política y social de España desde la dictadura, pasando por la Transición, hasta la monarquía parlamentaria de Juan Carlos I (en su etapa más efervescente en casos de corrupción de los años 1990). Buñuel también supo parodiar al ser español pero Berlanga nos retrataba, a través de una serie de determinadas películas nacionales, lo que supuso toda una evolución de este país. A través de su obra podíamos explicar la Historia de España a las mil maravillas y reírnos de nosotros mismos, lo que es mucho más sano que otras propuestas envueltas de una seriedad casi amenazante.
Calabuch (1956) y Los jueves, milagro (1957)
Hablar de Berlanga sin citar trabajos suyos como Calabuch (1956) o Los jueves, milagro (1957) sería algo de sinvergüenzas al teclado, pero hablando de Berlanga no me queda otra que ser un sinvergüenza y hacerlo, pues vamos a retratar España a lo largo de la Historia reciente a través de unas determinadas películas del autor.
La vaquilla
La Vaquilla (Luis García Berlanga, 1985)
La primera película que hay que mencionar es La Vaquilla (1985), puesto que esta cinta nos explica la guerra civil española de 1936-1939. Una producción como esta sólo era posible en un año como 1985, diez años después de la dictadura nacional católica que trajo aquella guerra, a tres años de la victoria democrática de los socialdemócratas para gobernar España desde 1982 y a cuatro años de aquel intento de golpe de Estado de Tejero en 1981. Con un contexto político como este y con una España que había sido despertada socialmente con todo tipo de libertades y libertinajes de La Movida, la guerra civil, que aún era un asunto muy serio para muchos que incluso combatieron en ella, podía ser explicada con cachondeo y pitorreo, como si les hubieran dejado esta lección de Historia a un grupo gaditano de carnaval.
Berlanga explica la guerra y la división de las dos Españas irreconciliables de la derecha y de la izquierda a través de un pueblo que se encuentra en una línea de frente estancada.
El día de las fiestas locales los republicanos quieren animar a la tropa dando un golpe de gracia con una misión tan peculiar como infiltrarse en el pueblo, en manos de los franquistas, para matarles en secreto una vaquilla que van a torear como acto grande de las fiestas. En otras palabras, la película trata de ese peculiar ser español de los pueblos profundos donde la mayor satisfacción es aguarle la fiesta al vecino odiado. La misión se va a complicar por una serie de cuestiones que, para quien no la haya visto, no sería bueno desvelar. La cuestión es que aquí encontramos las dos Españas del todo o nada que se las dan de estar en consonancia con las ideas más modernas de Europa pero que, en realidad, no las entienden y las pasan por un matiz autóctono de lo más sencillo. Esas dos Españas irreconciliables, en realidad, sí tendrían puntos en común como sería: la paella, las fiestas, la tauromaquia y, también, la picaresca.
La Vaquilla (Luis García Berlanga, 1985)
Berlanga muestra una España donde unos mandan y otros cumplen, creyendo aquello que se les dice pero descubriendo en el otro (el enemigo) a alguien más cercano de lo que se imaginan.
Es verdad que tal planteamiento está más cerca de los tópicos, que de la brutalidad de lo que fue aquella guerra, pero está al servicio de aquella mentalidad de los años 1980 de la conciliación entre españoles. La Vaquilla explica las dos Españas a la perfección e introduce entre chiste y chiste un mensaje que pocos captan: un mensaje serio sobre el carácter del todo o nada de los españoles peleando entre sí por hacer prevalecer sus ideas, entiendan o no esas ideas de verdad. Momento impagable: los republicanos vestidos de soldados franquistas y Alfredo Landa oliéndose la mano tras coger al que debía matar a la vaquilla, diciendo. “¡Se ha cagao!”.
La Vaquilla (Luis García Berlanga, 1985)
A la guerra le sobrevino la dictadura de Franco (1939-1975). En esos mismísimos años de dictadura un joven Berlanga ya hizo crítica social con varios metrajes ―como los citados antes― y siempre intentando encubrir el mensaje para poder pasar la censura, cosa que nunca logró del todo.
Berlanga era de los que apostaban por introducir imágenes sugerentes de mujeres para que los censores se centraran en eliminar esas imágenes y dejaran el resto.
Le funcionó alguna que otra vez, aunque estaba ya catalogado como un autor al que vigilar por lanzar muchas ideas políticas de crítica al régimen. Si Calabuch (1956) trata en cierto modo encubierto de la Guerra Fría y del papel que tuvo España en ella, y si Los jueves, milagro (1957) muestra la España analfabeta y creyente de supersticiones a las que confunde con la religión católica, me centraré en esta etapa en otras tres películas. La primera es la muy conocida ¡Bienvenido, Mr. Marshall! (1953) que, para entenderla mejor, tendremos que contextualizarla un poco.
¡Bienvenido, Mr. Marshall!
¡Bienvenido, Mr. Marshall! (Luis García Berlanga, 1953)
La España de Franco había sido posible gracias a la unión de carlistas, ultracatólicos, fascistas y monárquicos. Durante la guerra civil la ayuda nazi alemana y fascista italiana fue decisiva. Terminada la guerra, España se decantó por una no intervención en la Segunda Guerra Mundial que en realidad implicó la venta de material explosivo a Alemania (wolframio), la cesión del uso de puertos a alemanes, italianos y japoneses, la toma de Tánger e incluso el envío de tropas a combatir a la Unión Soviética a favor de Hitler, la División Azul. Sin embargo, España no tomó partido cuando en 1943 se produjo la Batalla de El Alamein y no ayudó a nazis ni fascistas tras el desembarco de Normandía en 1944. Al terminar la guerra en 1945, España quedó aislada internacionalmente, sin que los aliados entraran para eliminar a Franco. Eran los años en los que la Guerra Fría entre capitalistas y comunistas estaba formándose de manera férrea. Franco quiso simpatizar con los Estados Unidos de América alegando su lucha contra el comunismo internacional y destituyendo a sus cargos más fascistas para cambiarlos por otros ultracatólicos y tecnócratas. Estados Unidos encontró que para frenar el avance del comunismo por Europa, ya que Francia e Italia simpatizaban con él, lo mejor era reconstruir Europa dando un dinero que recuperase la economía de Europa Occidental de modo rápido, es lo que el presidente Truman llamó el Plan Marshall, pues ese era el nombre del político que lo llevó a cabo.
Franco, intentó que Estados Unidos incluyera a España en esos planes de reconstrucción económica. Jugó su baza anticomunista. Truman era férreamente antifascista y aunque en principio dijo que sí, realmente no mandó dinero alguno a España, hizo lo justo para que España le cediera bases militares.
Eisenhower ya de presidente sí le dio dinero a Franco, pero no a través del Plan Marshall. Estados Unidos y España volverían a ser aliados oficialmente desde 1953, el año en que apareció ¡Bienvenido, Mr. Marshall!, pero de aquel dinero no hubo nada.
¡Bienvenido, Mr. Marshall! (Luis García Berlanga, 1953)
Luis García Berlanga se ríe de este capítulo de la política del momento — hoy ya Historia — mostrando a un pueblo de la España profunda que se prepara para recibir a Marshall haciendo todo tipo de sacrificios económicos y sociales para agradar al norteamericano.
Con esta película se comprende bien lo importante que se sentía el franquismo y los españoles con la propaganda franquista acerca del imperio español, mientras que la realidad era que España era como un “paleto” bienintencionado de la política internacional que cree en la bondad de los buenos actos.
Esta película es la réplica sarcástica a la norteamericana y positiva ¡Qué bello es vivir! (1943, Frank Capra). Momento impagable: Pepe Isbert de alcalde vestido con traje tradicional del siglo XIX hablando a los vecinos les dice: “como alcalde vuestro que soy os debo una explicación y os la voy a dar”.
Plácido
La segunda de este periodo es Plácido (1961). En realidad se iba a llamar Siente a un pobre a la mesa, pero la censura eliminó el título por considerar que Berlanga criticaba la falsedad de un sentimiento católico preexistente entre las clases burguesas del funcionariado franquista. La película es una comedia que trata de una familia de clase media durante el día de Navidad, intentando cumplir con una costumbre social de sentar a un pobre a la mesa para cenar. El problema es que el padre, marido y cabeza de familia se ha quedado sin trabajo, pero su familia no lo sabe. Mientras la familia vive un conflicto entre los que creen tener algo y el que sabe que ya no tiene nada, el pobre es zarandeado de un lado a otro recibiendo órdenes de todos. Se explica en este caso la España del hambre de la posguerra que tan vigente estuvo, sobre todo entre 1939 y 1960, y la España de la hipocresía de las normas morales del franquismo y las obligaciones católicas mal entendidas o mal asumidas.
Está rodada en un estricto blanco y negro en el que, en los lugares más oscuros, Berlanga nos muestra esos momentos en los cuales se trataba de ocultar la propaganda oficial.
Momento impagable: José Luis López Vázquez peleándose por una cesta de Navidad que va pasando de mano en mano y una furgoneta que circula a unas horas de la noche en la que no tiene permiso gubernamental para circular.
El verdugo
La tercera sería El verdugo (1963) una auténtica crítica irónica a un franquismo que aplicaba la pena de muerte por delitos tanto políticos como criminales. Berlanga no habla de los ejecutados por sus ideas políticas, de hecho no habla de porqué se ejecuta y, sin embargo, para quien veía la película eso estaba en el ambiente de la sala.
Es una crítica frontal a un Estado criminal.
El argumento es el de un verdugo profesional que se va a jubilar y desea pasarle su trabajo a su yerno, que está desempleado y se quiere casar con su hija. Toda la gente que aparece encuentra el oficio de verdugo como algo de lo más normal, sólo el yerno, quien debe ejecutar a los reos, encuentra tal oficio como algo anómalo y repugnante. Él no quiere matar pero todo el ambiente le quiere mostrar que el sistema sólo funciona si se aplica la pena de muerte y que alguien debe hacer la función del verdugo. Las posibilidades de esta película, quizá una de las dos que son la obra cumbre del autor (la otra sería ¡Bienvenido, Mr. Marshall!) son múltiples. Momento impagable: la escena final y su juego de sombras donde se confunde quién es el verdugo y quién la víctima, momento inmortalizado también en uno de los carteles de la película pintado por Mac (también conocido como el artista del Technicolor).
Cartel de cine realizado por Macario Gómez Quibus
Estas tres películas comentadas sirven de perfecto ejemplo de la Historia de lo que supuso la dictadura en nuestro país.
Explicadas por Berlanga la guerra civil y la dictadura, entramos ahora en la Transición hacia la democracia de la monarquía parlamentaria. Para esto Berlanga nos creó una trilogía: La escopeta nacional (1978), Patrimonio nacional (1981) y Nacional III (1982).
La escopeta nacional
La escopeta nacional (Luis García Berlanga, 1978)
Trata de la evolución de la familia Leguineche, una familia de la alta nobleza que tomó partido por Franco y que se enriqueció gracias al franquismo y sus actividades de expropiaciones y de corruptelas a favor de la derecha española.
La primera parte nos muestra cómo con la Transición la familia ha caído en desgracia política y ha venido a menos. Se trasladan a una vieja mansión familiar sin apenas recursos para mantenerla. A lo largo del metraje Berlanga se ríe de todas los valores de la extrema derecha monárquica y católica española, por su ser desfasado, en medio de una España que estaba elaborando una Constitución y a la cual regresaban los exiliados. La luz y los escenarios muestran el ambiente caduco y fuera de lugar de una España más propia de 1940 que de un país en pleno 1978, con sus punkis, el destape y la contracultura incluida. Momento impagable: el cabeza de familia, un anciano en silla de ruedas que se niega a dar paso a su hijo en los asuntos familiares, por ser ―en secreto a voces― homosexual, cuando está coleccionando pelos de pubis femeninos.
Patrimonio nacional
Patrimonio Nacional (Luis García Berlanga, 1978)
La segunda parte, Patrimonio nacional (1981), nos enseña cómo la familia apenas tiene ya dinero, aunque se aferran a cosas como el mantener con ellos las reliquias de los restos mortales de una supuesta santa.
Quieren encajar con la derecha del momento, que sería la derecha democrática de Alianza Popular, pero sus ideas monárquicas franquistas les alejan en cuanto a que la nueva derecha no quiere verse vinculada con esa derecha de manera pública, aunque no le importe de manera privada o extraoficial.
El cabeza de familia intenta diversos negocios que no salen bien, a la vez que su familia vive ciertos momentos de escándalo con una divorciada y una homosexualidad declarada, aprovechándose de las ventajas de la nueva democracia. Así que acaban renegando del franquismo, que no de la monarquía. En este lío tremendo, momento impagable: el aprovechamiento de la ley de Calvo Sotelo declarando la calidad de patrimonio nacional en muchos monumentos para que la mansión de los Leguineche sea declarada tal, los turistas pasando alrededor y fotografiando al cabeza de familia como una reliquia más del pasado.
Nacional III
La tercera parte muestra ya a un cabeza de familia que ha perdido el control de la familia. Se han arruinado y han perdido la mansión. El hijo les instala en el piso de un conocido y familiar. Entre muchas bajezas encuentran que el cabeza de familia ocultaba dinero en un maletín y, tras muchas peleas, acuerdan sacar este dinero de España ilegalmente para ingresarlo en un banco de Suiza ahora que saben que las elecciones las ha ganado el Partido Socialista Obrero Español.
El sutil juego de bromas de Berlanga con una España del pelotazo corrupto es de gran valor, pues esa España se descubriría en toda su crudeza tras 1992, pero el director de cine ya la señala con el dedo de la mano a esa España que ya no era y esa España que estaba comenzando a ser.
Momento impagable: los Leguineche renunciando de palabra de todo aquello que fueron y el hijo y el padre peleándose por lo poco que le queda a la familia.
¡Todos a la cárcel!
Por último, la película que nos hablaría de esa evolución de la Historia española sería ¡Todos a la cárcel! (1993), la penúltima obra del director.
La cinta se rodó en un año en el que salieron a la luz numerosos casos de corrupción del gobierno socialdemócrata de Felipe González, casos que venían de lejos, de 1989 y más allá, y que se habían multiplicado con las celebraciones deportivas y culturales que hubo en el país en 1992.
Banqueros y políticos iban a la cárcel casi todos los días entre 1993 y 1996. Berlanga nos muestra una cárcel que va a recibir la visita de un político en campaña electoral. El director de la prisión es un hombre íntegro que quiere crear un programa mediante el cual los políticos pasen una noche en la cárcel en solidaridad con los presos políticos que hubo en otra época, la de Franco, en ese recinto. Su idea es que los gobernantes demócratas fueron perseguidos en el pasado por la dictadura. Su comicidad reside en que la cárcel ahora alberga criminales de verdad y entre esos criminales están los gobernantes, que no quieren pasar la noche en la cárcel, pero a los que el director engaña para lograr que se queden. Berlanga fue un maestro en los planos secuencia que se movían interminablemente, en esta película se encuentra el plano secuencia más largo del cine español hasta esa fecha. En él se enlazan múltiples historias de diferentes personajes de la cárcel moviéndose por el patio interior de galerías. En cierto modo la película es un largo chiste de la comida entre las dos Españas que se veía en La vaquilla, con lo cual queda enlazada la Historia de España a través de los ojos de Berlanga.
De hecho, esta película hoy día, con los múltiples casos de corrupción de gente del Partido Popular, del Partido Socialista Obrero Español, de banqueros y de empresarios está muy de actualidad.
No ha envejecido mal.
Momento impagable: la muerte de un cura de izquierdas durante la jornada festiva y la negación del cura de la prisión, de derechas, a darle cobijo en la capilla “por rojo”.
Escrito por Daniel L.-Serrano «Canichu, el espía del bar»
Autor de Noticias de un Espía en el Bar
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