Tras dos años de carretera y manta, la obra de (micro) teatro, El rey tuerto, tiene su traslación a esta gran ventana que es el cine. Se la ha definido como «la comedia de la crisis» y, más allá del slogan, tal vez sea así, ya que a pesar de todo este tiempo transcurrido, no ha perdido su carácter de actualidad.
Escrito por Pablo Cristóbal
Edición gráfica por Alicia Victoria Palacios Thomas
El rey tuerto, la película, es uno de los pocos trabajos dignos y originales que hayamos podido ver durante este último año.
La trama critica, parodia y, así mismo, solidariza al espectador con este «perro policía» que debe ser reeducado (y reconvertido al pacifismo) para abrir su mente a otra realidad: la de los oprimidos que no están ciegos ni manipulados por los medios de comunicación. Aquellos que se revelan ante las injusticias, los abusos y la corrupción sistemática de las empresas, los bancos y los gobiernos.
David (interpretado por un excepcional Alain Hernández) es un convencido antidisturbios o gestor de masas —como se define así mismo— que trabaja para los intereses hegemónicos de ese gigante que podría ser Goliat. Es un tipo chapado a la antigua, inculto, agresivo y está convencido de que «el gran problema es que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades«. Su encajonada forma de pensar y su vida conyugal se irán viniendo abajo a raíz de un encuentro casual con el manifestante al que acaba de destrozarle un ojo. Si David quiere que su novia vuelva a casa, o lo que es lo mismo, que vuelva para que todo siga igual, deberá escapar del conformismo de la ignorancia, rechazar el discurso oficial de la derecha (que es la que mueve los hilos en España) y entender la verdad del mundo, esa que ha se negado a ver y que, muy a su pesar, lo cambiará todo.
El rey tuerto se desmarca de la explotación oportunista social que nos han ofrecido tantos realizadores contemporáneos con productos vergonzosamente predecibles y olvidables.
Y este ya es un motivo más que suficiente para ensalzarlo, ya que no podemos negar que el cine español está lleno de personas con más dinero que talento —incluso ambiciosos creativos recién salidos de las escuelas de cine— que escriben sobre la actualidad más radiante para aparentar su inconformidad ante el sistema mientras nos quieren vender un producto muy «progre» tan políticamente correcto como desalmado.
El guionista y realizador, se ha tomado en serio así mismo y a su público intentando no caer (al menos no demasiado) en una condescendencia que desdibuje la historia personal de las dos parejas que protagonizan la obra. La construcción autóctona de sus cuatro actores principales, quienes fueron libres de ir haciéndose con el control de la obra cuando estaban de gira, también ha ayudado a la coherencia y verosimilitud de los personajes que, desde el cliché y algunas frases forzadas, llegan a hacernos «entender» sus calvarios emocionales así como sus contradicciones ideológicas.
Es cierto, son esperpénticos y estereotipados ya que, no olvidemos, estamos ante un cine-teatro más que ante una adaptación cinematográfica que regule las emociones en pos del realismo. Sin lugar a dudas, la traslación a la pantalla podría haber pervertido el humor y la exagerada escenificación para transformarlo en otro film social de lo más crudo con gente de caras largas pero eso hubiese menguado el espíritu radicalmente esquizofrénico de la obra y, por ende, la bipolaridad que experimenta el belicoso David, este antihéroe que, en pos de su redención, se revelará contra Goliat.
Ficha técnica:
Título original: El rey tuerto (El rei borni) Año: 2016 Duración: 87 min. País: España Director: Marc Crehuet Guión: Marc Crehuet (Obra: Marc Crehuet) Fotografía: Xavi Giménez Reparto: Alain Hernández, Miki Esparbé, Betsy Túrnez, Ruth Llopis, Xesc Cabot Productora: Moiré Films Género: Drama Comedia
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