La Historia española está llena de hitos históricos que los españoles en su mayoría general han preferido olvidar, no recordar, no pensar en ellos y en muchos casos: no conocer con la excusa vaga de que la Historia les es aburrida, abofeteando en la cara así a su pasado y a todos aquellos que hicieron posible su presente actual. En la cinematografía española actual este fenómeno tiene su reflejo.
Escrito por Daniel L.-Serrano (Canichu el espía del bar)
Edición gráfica por Pablo Cristóbal
No siempre fue así, es un asunto más propio de las últimas décadas. Si a cine nos ceñimos, pues las cosas de las mentalidades españolas serían objeto de reflexión en otro espacio, tenemos el ejemplo de la productora CIFESA, la Compañía Industrial de Film Español, S.A., la cual empezó su trabajo durante la Segunda República en 1932 y lo acabó en la dictadura del general Franco en 1961. Era una productora fundada por la familia Trènor. Produjeron un gran número de metrajes de todo tipo, entre los cuales figuran muchas de las películas más emblemáticas del cine español. Esta productora originó numerosas películas de carácter histórico en España, algunas a modo de superproducción que aspiraban a acercarse al cine de Hollywood, sólo que con valores culturales españoles. Entre esas películas aparece una en 1945 dirigida por Antonio Román que tocaba el tema de los últimos militares españoles que resistieron en Filipinas, en la guerra de 1898.
Los últimos de Filipinas (Antonio Román, 1945) fue rodada en los primeros años de la dictadura franquista, cuando esta había pasado los años de la Segunda Guerra Mundial simpatizando y ayudando a las potencias del Eje, Alemania e Italia.
1945 era aún uno de los años de gran represión contra la población española disidente de las ideas del franquismo. Aún estaban en los cargos de gobierno, seguridad y administración un gran número de personas cuyas ideas eran muy cercanas al fascismo puramente entendido a la italiana y al nazismo. Recordaremos que 1948 será uno de los años que más ejecuciones se realizarían por motivos políticos, lo que hizo que el asunto fuera tratado como uno de los más urgentes en las primeras reuniones de la Organización de Naciones Unidas. En ese sentido, como se podrá imaginar, el largometraje de Antonio Román tenía un guión escrito por cuatro autores que incidía en ideas propias del Imperio español, la grandeza de España, lo católico, los valores militares, la patria, la autoridad, el líder, y en fin, un mensaje muy afín a los valores propios de la dictadura nacionalcatólica de Franco. La película, aún con ello, fue un éxito.
Los últimos de Filipinas se ha transformado también en expresión popular como resistencia del español por mantenerse a pesar de tener todo en contra. Fue la expresión la que dio título a aquel metraje, no el metraje el que creó la expresión. En Filipinas había en marcha una guerra guerrillera de tamiles nacionalistas puesta en marcha unos años antes de que España entrara en guerra contra Estados Unidos de América en 1898. Aquella guerra, alentada por la prensa amarilla y espoleada por los sentimientos ultranacionalistas españoles del sector más conservador de la sociedad, y parte del republicano (sólo socialistas y anarquistas estuvieron en contra de la guerra por considerarla contraria a los intereses fraternales de los trabajadores), duró pocos meses. La estrategia estadounidense de hundir la flota española en Cuba, Puerto Rico y Filipinas antes de que esta pudiera entrar en combate de manera plena hizo que la contienda fuera tan fugaz que España capituló por imposibilidad de defenderse y se rindiera abandonando estos y otros territorios tras ser indemnizados por Estados Unidos con la suma de unos veinte millones de dólares. En la retirada de las tropas de Filipinas quedaron abandonadas a su suerte numerosa población española que aún formaron colonia y padecieron la represión del ejército japonés cuando Filipinas fue atacada en la Segunda Guerra Mundial en los años 1940. Aún hoy hay descendientes españoles viviendo allá. Como sea, entre esos olvidos estuvo el de avisar del final de la guerra a un destacamento en un pequeño poblado en Baler, en medio de la selva.
Estos soldados se acantonaron en la iglesia y resistieron casi un año entero, ya que no creían las noticias acerca del final de la presencia española en Filipinas ni de la derrota militar.
En 1899, por un convencimiento fortuito a través de una noticia de la prensa que no tenía que ver con lo bélico, se rindieron. Aquellos soldados se transformaron en los últimos de Filipinas. Tan sólo fue condecorado el teniente Martín Cerezo, que lideró la resistencia tras la muerte del capitán Enrique de las Morenas. Nadie más fue condecorado, a pesar de sus esfuerzos, ya que se consideró que sólo habían cumplido con sus deberes militares. Cerezo posteriormente sería uno de los militares más reaccionarios que hubo. Sin entrar en detalles, la pérdida de Cuba, Filipinas, Puerto Rico, Guam y otros territorios desembocaron en la crisis de 1898 que llevaría a España a una regeneración, un auge del republicanismo y del socialismo, pero también de la extrema derecha, la dictadura de Miguel Primo de Rivera, la Segunda República, la guerra civil y la dictadura de Francisco Franco.
Aquellos territorios nunca fueron administrativa ni jurídicamente colonias, esa terminología es propia del lenguaje anglosajón y francés que a la hora de hablar de aquellos sucesos las catalogaron como «colonias». En realidad aquellas áreas eran consideradas territorios de ultramar en nuestras constituciones políticas y sus habitantes, por tanto, eran considerados tan españoles con los mismos derechos y deberes como uno que viviera en la península Ibérica. Cosa diferente es que los propios españoles, pasadas las décadas, hayamos olvidado esto y hablemos de nuestro propio pasado como si aquellos lugares fueran colonias propiamente dichas, cuando no era así. Por supuesto que todos aquellos independentistas que combatieron en aquellas guerras sentían agravios y se sentían colonias y dominados. Una cosa no contradice la otra.
Los sucesos de Baler tampoco son tan sorprendentes en una guerra donde los ricos pagaban dinero para que un pobre ocupara su puesto o el de su hijo a la hora de integrarse en el ejército para ir a combatir. Los militares destinados en la isla de Guam no fueron avisados del inicio de la guerra y cuando vieron aparecer en el horizonte barcos norteamericanos les dispararon salvas de saludo y no de defensa. Son síntomas de un “Imperio” que no se tenía en pie con salud.
España contaba con serios problemas de todos los tipos en su sociedad, cultura, economía, política, comunicaciones, etcétera.
Hubo otra película que se rodó en torno a los últimos de Filipinas, era una producción precisamente de nacionalidad filipina. Puede que el etnocentrismo haya perdurado con mucho hoy día pues incluso con los medios cibernéticos para encontrar datos resulta misión imposible encontrar el rastro de tal largometraje, a pesar de que ha sido citado actualmente en entrevistas por Luis Tosar, actor principal de la nueva versión española de tal acontecimiento, 1898. Los últimos de Filipinas (Salvador Calvo, 2016). Una nueva película producida por Enrique Cerezo, presidente del Atlético de Madrid Club de Fútbol, aparte de productor de cine con bastantes películas importantes en el cine español actual desde el año 2000, entre ellas varias del director José Luis Garci. Un productor que lleva trabajando en el cine español desde los años 1960 con otros oficios. En la producción de 1898. Los últimos de Filipinas intervienen también los canales de televisión Telemadrid y 13 Televisión, lo que en principio nos pudiera hacer pensar que el nuevo guión de Alejandro Hernández vuelve a ser una película ultraconservadora en lo político y social, pero esta película no es en esencia lo que fue la versión de 1945 de Antonio Román. Recuerda, eso sí, a un capítulo largo de la serie de Televisión Española El Ministerio del Tiempo, pues a excepción de que no hay viajes en el tiempo, la estética, disposición de la trama e interpretaciones recuerdan a los dos capítulos que cerraron una de las dos temporadas hasta ahora rodadas y que se desarrollaban precisamente en estos sucesos, cosa que ya en su día me hizo comentar en este mismo lugar, El Tornillo de Klaus, que el cine español podía estar maduro para hacer superproducciones con la Historia de España.
1898. Los últimos de Filipinas se ha transformado en la producción de cine más cara de la Historia de España, un récord que tuvieron antes otros metrajes como El Dorado (Carlos Saura, 1988), Alatriste (Agustín Díaz Yanes, 2006) o Ágora (Alejandro Amenábar, 2009), por citar tres ejemplos de cine histórico.
Visualmente se agradece el gasto económico. La dirección artística desde luego ha sabido usar bien el dinero y transformar Las Palmas de Gran Canaria en una localización perfecta que nos hace creer que es Filipinas, la isla de Luzón. El falso pueblo de Baler parece un auténtico pueblo filipino. También el vestuario, el atrezo, como por ejemplo los fusiles mauser, la peluquería y el maquillaje han hecho trabajos excepcionales. La iluminación ha debido hacer un trabajo extra sobre la fotografía, al ser la mayor parte de los planos escenas interiores en una iglesia casi a oscuras, iluminada por velas. Sin embargo, todos estos logros, probablemente gracias al dinero gastado, se enfrentan a un problema que no va tanto con ellos: o el guión o la dirección o ambas cosas. Vamos por partes.
Primer problema: se nos presenta una película histórica que, aunque se ciñe a la Historia española, prefiere no profundizar en los aspectos más espinosos.
Más aún, si el metraje de 1945 iba acorde a su época de ensalzamiento de valores franquistas, cuarenta años posteriores a los sucesos de 1898, el metraje de 2016 profundiza en asuntos problemáticos de la sociedad española actual, ciento ocho años posterior a 1898. Siendo cine y no una lección de Historia propiamente dicha se le puede pasar por alto, pero al evitar profundizar en el contexto real de 1898 y abundar en exceso en los asuntos de 2016, eso se transforma un poco en un problema. No está mal ambientada, pero se queda corta y lo que no se queda corto está orientado erróneamente en un pensamiento del siglo XXI y no del XIX, ese sería el resumen de esta primera apreciación sobre qué falla en la cinta. Hay quien ha escrito que se trata de la crisis de 1898 tratada con ojos humanísticos. Yo diría que los guionistas han recogido los problemas de corrupción y el sentimiento de indignación que nace en nosotros ante los sacrificios que se nos pide hacer al pueblo español mientras nuestros dirigentes se lucran y se desentienden de ser ellos, también, los que deban afrontar con esfuerzos los problemas de España. Lo que es válido para la actual crisis nacida en 2008 es válido para acomodarlo en 1898. En parte los guionistas lo han debido de entender así, y la lectura que hacen no es mala, pero al excederse en estos paralelismos abandonando la mentalidad propiamente del siglo XIX hace, incido en ello, que históricamente esta película se transforme en una reivindicación sutil sobre la actualidad de hoy, pero coja en la actualidad del siglo XIX, e incluso en algún momento aparentemente con afán de falsear, aunque no falsea. Empecemos por comentar a esos soldados guapos y cultos, cuando en realidad los soldados rasos, sin entrar en su hermosura física, eran personas de los pueblos de España, analfabetos muchos de ellos, (no todos) y con rasgos claramente marcados por la vida en la España rural y profunda. Por otro lado no estaban tan preocupados por el dinero que recibe España, sino por otra serie de valoraciones, como es la pérdida de aquellos territorios, la corrupción del momento y que aquella guerra se vio al acabar como una guerra burguesa en contra de los intereses de la clase trabajadora, sobre todo tras ese fracaso, pero previamente a ese fracaso ya se había visto así por parte del socialismo y el anarquismo, a pesar de que al margen de esos movimientos sociales la guerra previamente se había visto por la sociedad en general como una exaltación del patriotismo.
Segundo problema: se queda también corta en cuanto a película de acción. Por muy bien que actúen Tosar y el resto de actores que le acompañan en lo que es una película coral, y a pesar de que se ensalcen los valores del teniente Cerezo (sin caer en la reflexión de lo ultrarreaccionario que era este hombre) hay que reconocer que, como película de acción, es floja.
Es floja porque las batallas se nos presentan mitigando sonidos y acciones a favor de una música sinfónica que adormece toda pasión en el espectador. Se produce el efecto casi de querer crear un cuadro sobre el horror de la guerra, la muerte innecesaria, pero ese efecto es, también, innecesario y juega en su contra cuando la película se plantea como un film de acción. En este sentido quizá Salvador Calvo, el director, tendría que haber estudiado más cine norteamericano de este tipo y haber tomado nota. Se puede hacer una buena película de Historia y de acción sin sentirse culpable. No se trata de ensalzar la guerra. Pensemos que, por ejemplo, Salvar al soldado Ryan (Steven Spielberg, 1998) es al igual que 1898. Los últimos de Filipinas, una película antibélica aunque sea cine bélico, que presenta batallas de acción que nos atraen con un ritmo trepidante y que no por ello el espectador se siente militarizado. El único acierto de las escenas de acción es el llamado minuto de locura en la psicología de guerra y que aquí aparece en una operación contra el poblado filipino para acabar con un cañón. En ese momento se elimina el acto heroico y se dota a la película de una visión crítica, de supervivencia y locura, de injusticia, incluso. Es algo que aleja esta visión de 2016 a la de 1945. Pero en general, como cinta de acción motiva más bien poco. Ahora bien, según Salvador Calvo en una entrevista a Radio Nacional de España, los militares españoles que la han visto en su preestreno están muy satisfechos con el resultado e incluso le han alabado por haber sabido reflejar lo que es una guerra.
Tercer problema: si se quedaba corta en cuanto a película de Historia y en cuanto a película de acción, también se queda corta como película de angustia psicológica, de thriller.
Según sus creadores este era su aspecto más buscado. Los problemas de convivencia de las decenas de hombres que vivieron dentro de aquella iglesia, más un esquema de problemas psicológicos derivados de un asedio y ataques constantes por parte de los filipinos, debían reflejar un ambiente de paranoia en aumento donde todos sospechasen de todos (algo de perturbación mental habrá en querer resistir un año entero encerrados en una iglesia a pesar de que se tuvieran valores patrióticos). Se esperaban ciegamente unos refuerzos de España que no venían, en su lugar aparecían los filipinos y algún español con periódicos hablando del final de la guerra. Los asediados, o Cerezo, creyeron que aquellas noticias eran falsas, que los periódicos eran falsificaciones, que se jugaba a engañarles, así como los cantos de las mujeres les desquiciaban para hacerles salir. Si bien estos elementos son muy sugerentes como para realmente haber creado una historia de inquietud psicológica, de asfixia, de paranoia… guión y dirección equivocan su rumbo y se queda corta y coja.
Ni siquiera el fusilamiento de dos desertores nos conmueve ni nos inquieta, simplemente se asume como parte de una lógica de funcionamiento militar. El director no ha sabido transmitir al espectador una conmoción que nada tenga que ver con el mecanicismo del orden social militar.
Aunque sean una lástima las oportunidades perdidas en esos tres aspectos, la película tiene otros valores, como los técnicos o los interpretativos, incluso el de la canción de una de las personajes, tiene buena voz, a pesar de que mate el ritmo a esas alturas del metraje en las que aparece. Buena parte del público salió satisfecha de la sesión en que yo la vi. No es mala película y quizá, si renta en taquilla, ayudaría a poder enfocar el cine español de consumo a proyectos más allá de los intimistas o de las comedias. Desde luego no es el desbarajuste total que fue por ejemplo la citada Alatriste. Invita además a explorar los recovecos de la Historia de España, aunque estos aún deben ser tratados de una manera todavía más interesante. Se me ocurre, por ejemplo, un capítulo del vicealmirante y político Juan Bautista Topete, quien en el siglo XIX (antes de realizar hazañas mucho mayores por las cuales pasó a la Historia) persiguió en una de sus misiones a los barcos traficantes de esclavos que navegaban por aguas caribeñas pertenecientes a España, cosa que estaba prohibido, o Blas de Lezo, que en el siglo XVIII puso en jaque a la Armada británica, u otros hitos. Pero claro, no olvidemos que en los años 1980 se realizaron varios largometrajes históricos bastante bien acertados, aunque sin demasiada aceptación por parte del público. Hay que llegar a ese punto de encuentro.
Escrito el 12 de diciembre de 2016
Daniel L.-Serrano «Canichu, el espía del bar»
Autor de Noticias de un Espía en el Bar
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