SOBREVIVIR A LA PERRERA | ‘Dog Pound’ Kim Chapiron // “La prisión es una tremenda educación en la paciencia y la perseverancia” decía el bueno de Nelson Mandela, con sus habituales sentencias entre pura sabiduría popular y complaciente libro de autoayuda zen. Cuesta creer que sea posible aplicar tal lección con tanto optimismo cuando se repasa cualquier documental sobre cárceles o se afrontan películas como esta, en la que sobrevivir a la perrera no es nada fácil.
Dog Pound, el segundo largometraje del director Kim Chapiron, es una cinta que nos sumerge en los primeros días de reclusión de tres jóvenes, Butch, Davis y Ángel, que se adentran en un centro penitenciario para menores en Norteamérica.
En principio, estos adolescentes intentan integrarse en las dinámicas internas y cumplir sentencias cortas para conseguir la libertad cuanto antes. Pero la realidad se impone a sus propósitos.
Chapiron retrata sin miramientos el clima de amenaza y acoso que domina el correccional juvenil y los estallidos de violencia que se suceden secretamente entre bastidores; un micro universo inseguro y temible, regido por sus propias normas, completamente desconectado de la realidad que hay tras los muros.
Y el autor lo consigue con veracidad; su cámara no titubea al ahondar en esta escalada de odio y coacción: la ausencia de valores, los trapicheos y códigos sociales propios, la estratificación del poder, el sometimiento al liderazgo, los implacables funcionarios del correccional, las palizas a los más débiles, las violaciones, el silencio ante las injusticias, el abuso del límite de la dignidad…
En estas circunstancias, Butch, Davis y Ángel deberán escoger entre ser víctimas o verdugos.
Escrito por Carlos Cristóbal
Edición por Pablo Cristóbal y Alicia V. Palacios Thomas
Pese a los problemas del guión, firmado por el propio Kim Chapiron y Jeremie Delon, para evitar recorrer ciertos lugares comunes del género carcelario, la mirada hiperrealista a estos adolescentes desbocados consigue fascinarnos e incomodarnos a partes iguales. Su crudeza logra que nos revolvamos en nuestros asientos, los gritos de ira rezumban en nuestros oídos, la saliva que sale despedida de sus bocas nos alcanza desagradablemente en la cara –mención aparte requiere la gélida y oscura fotografía de Andre Chemetoff para conseguirlo–. Y no por ello la cinta deja de ser terriblemente emocionante y disfrutable.
No importa que sea una historia dura que, de alguna manera, ya hemos visto antes; Dog pound desborda energía y nervio en cada plano, alcanzando en ciertas escenas un clímax absolutamente revulsivo.
El director lo narra con tal pasión que consigue atrapar al espectador, ya incluso desde la primera secuencia presentando a los protagonistas: Davis y una joven intercambiando fluidos y drogas, Ángel robando un coche con agresión incluida y, especialmente, Butch asaltando salvajemente al oficial de un correccional.
Por desgracia, en su apelación al dramatismo visceral acaba eludiendo una necesaria y mayor profundización psicológica de los personajes. Más allá de las causas de sus respectivos internamientos y de sus circunstancias sociales, no conocemos nada de la vida y psique de esos tres antihéroes que seguimos por los pasillos.
Al contrario de lo que sucede en otra obra del mismo año igualmente recomendable, Si quiero silbar silbo, de Florin Serban, que precisamente se centra en cómo afecta al joven protagonista sus conflictos extra carcelarios –concretamente los intentos de su madre por recuperar la custodia de su hermano menor– y su voluntad por resolverlos, aún con el riesgo de un posible aumento de su condena cuando tan solo le faltan dos semanas para salir del centro de detención de menores.
Fotograma de Si quiero silbar silbo (Florin Serban, 2010)
“Esto no es un castigo. Es por tu propio bien.”
Goodyear (Lawrence Bayne) en Dog Pound.
Volviendo a Dog Pound, si su arrebato audiovisual no resulta superficial es por la contundente crítica con la que lanza sus dardos. Al fin y al cabo, revela las dificultades de la sociedad para encauzar y reintegrar a esos jóvenes que, por las razones que sean, se les ha privado de su libertad y contacto con el mundo más allá de esas paredes.
Algo falla cuando hay que encerrar a un crío como si fuera un animal, cuando la inocencia de la que parte todo ser humano es corrompida por su entorno hasta el límite de concebirse como una amenaza para la sociedad.
Imagen de Mommy (Xavier Dollan, 2014).
Además, todos estos animales descarriados son mezclados sin lógica ni distinción alguna, reproduciéndose de esta manera los mismos niveles de abuso y poder existentes en la sociedad.
En la cima de estos espacios de poder se encuentran los propios empleados de la prisión, cuya metodología disciplinaria se entiende como despotismo, sometimiento, desprecio e indiferencia por los problemas de los internos. Pese a convivir en un mismo espacio, se desentienden de los trapicheos y humillaciones entre reclusos veteranos y novatos, entre fuertes y débiles, entre bandas y solitarios. Así la jaula adolece tanto de seguridad y control, como de comunicación y comprensión, desembocando todo ello en los señalados arrebatos de furia sangrienta.
El remedio se convierte en el peor trastorno para esos jóvenes reclusos.
Los que sobrevivan mudarán en alimañas aún más peligrosas. Los que salgan del reformatorio nunca serán capaces de incorporarse dócil y pacíficamente en la sociedad. Toda esperanza de rehabilitación queda en entredicho.
Das experiment (Oliver Hirschbiegel, 2001 ) es otro film que muestra estos abusos de poder. La facilidad del ser humano para corromperse también la veríamos en posteriores remakes como The Experiment (Paul Scheuring, 2010) y The Stanford Prison Experiment (Kyle Patrick Alvarez, 2015)
Los aullidos de rabia de Butch son, en definitiva, un grito de alarma del autor hacia el modo en que las estructuras de poder gestionan la problemática de la delincuencia juvenil.
El propio Kim Chapiron afirma:
“Dog Pound tiene sólo un mensaje: encerrar a los jóvenes en una prisión no es la solución. Esta película es un espejo que uso para mostrar hasta qué punto este proceso es un desperdicio. Mezclar a aquellos a los que todavía se puede salvar con los que conocieron una realidad espantosa es una negación de la civilización”.
Los aullidos de rabia de Butch (Adam Butcher).
“Lo gracioso es que estando fuera de prisión era un hombre honrado, recto como una flecha. Tuve que entrar en prisión para convertirme en un criminal.”
Una de las reflexiones de Andy Dufresne (Tim Robbins) en la película Cadena perpetua (The Shawshank Redemption, 1994, Frank Darabont).
Cabe señalar la evidente influencia –tan mayúscula que cabría plantearse si no se trata incluso de un remake no confesado– que recibe esta obra de la durísima Escoria (Scum, 1979), de Alan Clarke, el contundente debut al largometraje del autor del realismo sucio del audiovisual británico.
El comedor de Scum (Alan Clarke, 1979)
La película también documentaba la desesperada experiencia de tres jóvenes ingresados en una prisión juvenil inglesa.
Discriminaciones y vejaciones en dormitorios, pasillos y aulas eran repetidas en un esquema muy similar a la producción franco-canadiense que nos concierne, con las evidentes diferencias de producción y estética que caracterizan la percepción del realismo en el cine en dos épocas tan dispares. Y es entre sus diferencias en lo que los elementos ya señalados hacen destacar esta actual revisión sobre la original.
Lawrence Bayne (Goodyear) como el terrible funcionario que les hace la vida imposible a los protagonistas de Dog Pound.
El mayor acierto de Dog Pound es un joven y desconocido reparto de actores no profesionales a los que el director consigue sacar buen provecho. Adam Butcher (Butch), Shane Kippel (Davis) y Mateo Morales (Ángel) se entregan con pasión a encarnar a esos jóvenes –gracias también a un guión abierto a cierta improvisación–, transmitiendo con veracidad la impotencia y rabia que experimentan sus personajes.
Destaca también Taylor Poulin, quien interpreta a Banks, el matón de la cárcel, con la capacidad de violentar al espectador en cada aparición, incluso cuando, simplemente, transgrede toda distancia de seguridad con respecto a sus compañeros de reclusión.
Taylor Poulin (Banks) como el macho alfa del internado.
Para inspirarse durante la preproducción, Kim Chapiron visitó numerosas prisiones del Medio-Oeste americano. Pese a que no se les permitiera grabar con cámaras, la experiencia fue realmente oportuna, consiguiendo la confianza de los propios reclusos para conocer los motivos de su entrada en prisión, sus intentos de fuga y diversas anécdotas de su vida diaria. Pasados unos seis meses, tomaron la decisión de integrar a aquellos chicos en la película, junto a otros de ambientes pandilleros, incluyendo a algunos de los que interpretarían a los protagonistas pese a los riesgos de trabajar con personas tan conflictivas.
En el caso de Adam Butcher llegó a encontrarse hasta dos veces ante un tribunal durante el rodaje.
Los responsables de la producción tuvieron que convencer al juez para que no lo encarcelara. Taylor Poulin, que sembraba el terror en el centro penitenciario de Enola Vale, el primer día de rodaje llegó con un agente de libertad condicional y con una gran herida en la cabeza por una pelea el día anterior.
Kim Chapiron y sus chicos durante el rodaje.
En las escenas que requerían de grandes multitudes era habitual la confusión entre actores libres y en prisión. También era recurrente la visita de la policía por las denuncias y quejas de los vecinos por el ruido o por las delictivas formas de diversión de los jóvenes en los descansos.
En una reseñable escena con antidisturbios, los extras contratados tenían el mismo deseo que los personajes a los que interpretaban: aplastarlo todo, inclusive cuando ya habían gritado “corten” o cuando aún no correspondía destruir un detalle del decorado.
Las mesas y sillas volaban descontroladamente.
El equipo de producción estaba aterrado; algunos técnicos llevaban cascos y rodilleras, otros amenazaron con abandonar el proyecto. El sacrificio mereció la pena. «Para este tipo de secuencia, no se puede engañar (…) El rodaje está aquí y ahora, tienes que aprovecharte y, al mismo tiempo, hay que dar al espectador la energía que requiere expresar una realidad dura e implacable”, manifestaba en una entrevista este autor francés.
Imágenes del micro documental rodado por Kim Chapiron sobre el videoclip Gosh de Romain Gavras.
Desde el estreno de esta obra, Kim Chapiron ha seguido trabajando incansablemente en cortometrajes (Enfant de la partie y Dripping en 2011), un largometraje (La crème de la crème en 2014), el micro documental sobre cómo se rodó el espectacular videoclip de Jamie XX, Gosh (dirigido por Romain Gravras) y en una serie de televisión (Guyane, desde 2016). Esperemos que pronto vuelva a sorprendernos con un largometraje de tal impacto audiovisual.
Fecha de estreno: 23 de junio de 2010 (Francia)
Director: Kim Chapiron
Productoras: Canal+, Telefilm Canada
Música compuesta por: Balmorhea, K’naan, Nikkfurie
Distribuidora: Canal+, StudioCanal UK, Koch Entertainment, Roadshow Entertainment
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