INTERSTELLAR (Christopher Nolan, 2014) // El gran «polvo cósmico»

Escrito por Carlos Cristóbal, Miguel Cristóbal Olmedo, Pablo Cristóbal y Alicia Victoria Palacios Thomas

Edición por Alicia Victoria Palacios Thomas

INTERSTELLAR, O CÓMO CHRISTOPHER NOLAN NOS TOMA EL PELO EN NOMBRE DE LA CIENCIA

Escrito por Carlos Cristóbal

Basada en el trabajo teórico del científico Kip Thorne (aunque contradiciéndolo cuando les viene en gana), Interstellar (2014, Christopher Nolan) nos muestra un planeta Tierra llegando a su fin y un grupo de exploradores embarcándose en la misión más importante de la historia de la humanidad. El enfoque es muy claro: una película trascendente, filosófica, científica y existencialista, pero la verdad es que es fuego de artificio y megalomanía vacía, una cinta de aventuras que toma en vano el nombre de la ciencia y que cuanto más seria intenta ponerse más nos molesta. Hay quien la compara tranquilamente con 2001: Una odisea en el espacio, mientras Kubrick debe de estar retorciéndose en su tumba.

Ya es una regla que cuando una película accesible resulta confusa y aparentemente profunda entonces ya se convierte en una de las mejores cintas del año.

Pero no hace falta más que deshilvanar un poco el guión para descubrir que simplemente es estúpido y sin sentido. Véase Prometheus (2012, Ridley Scott), la serie de Lost (2004, J. J. Abrams) o Mr. Nobody (2009, Jaco Van Dormael). Con esto ya pueden adivinar a qué clase de público (posmoderno, ingenuo y poco crítico) entusiasmará la peli protagonizada por McConaughey y Hathaway, entre otros tantos.

Interstellar no teme emplear todo el tiempo necesario para explicar teorías científicas de lo más complejas (a veces metidas con calzador en busca del espectáculo), para luego pasarse por el forro cuestiones de física básica que entiende cualquiera. No vamos a negar sus aciertos, por supuesto, como la ausencia de sonido en el espacio (algo que en algunas escenas se salta también en busca de mayor tensión dramática) y otros múltiples elementos que resultan bastante espectaculares; pero, por lo demás, nos encontramos con una historia llena de lagunas de guión, grandes paradojas temporales y momentos directamente absurdos, sobre todo hacia su final. Y, lo peor de todo, con ínfulas de cine metafísico, social y serio.

Si en Inception (2010) comenzaron sus coqueteos y en Dark Knight Rises (2012) se metió de lleno en el ajo, ahora en Interstellar ya lo confirma: Christopher Nolan se ha convertido en cine espectáculo de buen envoltorio, en blockbuster pseudointelectual. Del autor que tanto nos sorprendió en Memento (2000), Insomnio (2002) o The prestige (2006) tan solo quedan los grandes repartos y las ganas de buscar la sorpresa y el desconcierto, nada más. Tras tanto despropósito espacial, hasta aquí ha llegado nuestra relación con los hermanos Nolan. Ni una más.

INTERESTELAR ES UNA PELÍCULA TAN GRANDE…

Escrito por Miguel Cristóbal Olmedo

Interstellar (2014, Christopher Nolan) es una película tan grande que uno debe ir a verla solo en un cine IMAX para no perderse la mitad de las imágenes que se deslizan a los lados. Cooper (Matthew McConaughey), es un campesino pedante, que se hace con el control de una tripulación dispuesta a viajar a otra galaxia para encontrar un planeta habitable, ya que allá en la Tierra las cosas van tan mal con el tema climático que hasta se han olvidado de hacerse las guerras y se aburren un huevo con eso de pasarse la vida arando y tomándose su cervecita en el porche.

Cooper es viudo, con un hijo garrulo que aspira a cultivar maíz el resto de su vida y una hija súper inteligentísima que todavía cree en los fantasmas.

Así las cosas y hasta la polla de todos, Cooper se apunta en el último momento a un proyecto tan ultra secretísimo de la NASA, donde hasta en la mesa de conferencias tienen un panel movedizo por donde puedes darte de bruces con la aeronave. Michael Caine vuelve a repetir su papel en Origen (2010, Christopher Nolan) interpretando a ese sabio paternal, amante de los pizarrones con ecuaciones en tiza, que finalmente termina pasándole el marrón a otra persona más joven para que le haga todo el trabajo.

Cooper, a través de un agujero de gusano, que es algo así como un atajo intergaláctico con muchas turbulencias, llega a un planeta donde cada hora equivale a quince años o así en la Tierra, con lo que uno puede presumir de echar una meada de varios días o de hacerse una paja que dure siete años.

Cooper hace un rato de surf entre olas gigantes y regresa a la Tierra para reencontrarse con su hija, que tiene la misma edad que él. Se enamoran y la embaraza. Cooper se vuelve a montar en la nave, se da su paseíto de hora y media por ese planeta lejano, desembarca otra vez en la Tierra, localiza a su familia, se folla a su nieta que tiene como veinte años y la deja encinta. Se marcha, regresa, más vacile sexual, etcétera. Interstellar es una apasionante cinta pederasta sobre el amor y la familia, que respalda ese hermoso dicho de “los trapos sucios se lavan en casa”, y no en dónde mejor que en una de esas plantaciones de la América profunda, con cruces ardiendo y encapuchados de sábanas blancas. Sinopsis patrocinada por la marca Hamilton, el reloj de las estrellas.

 

INTERESTELAR: A LA CAZA Y CAPTURA DE LA TRASCENDENCIA

Escrito por Pablo Cristóbal y Alicia V. Palacios Thomas

Interstellar navega a la deriva entre la excelencia y el cine palomitero familiar. Nolan quiere ser Terrence Malick, Andrei Tarkovsky y Stanley Kubrick pero sin renunciar a convertirse un director de películas que pueda ver toda la familia, al más puro estilo Steven Spielberg (Encuentros en la tercera fase, 1977) mezclado con algunas de las últimas obras de M. Night Shyamalan (Señales, 2002 o El incidente, 2008). De tan temeroso por perder al espectador medio el tiro de la excelencia le sale por la culata. Si hacemos comparaciones en un mundo en el que las franquicias del Best Seller (véase Los juegos del hambre, Crepúsculo, el Hobbit) y los comics norteamericanos han invadido las grandes salas podemos decir, sin miedo, que el cine de Nolan se erige por encima de estos Transformers, Tortugas Ninja o tantos productos Marvel destinados a ser opio en estado puro. Su cine-espectáculo alcanza una cuota de calidad muy por encima de sus coetáneos.

Chantajistas irreductibles, amantes de las moralinas baratas, de la manipulación emocional en todas sus acepciones y de un discurso altamente republicano, los hermanos Nolan buscan el encumbramiento en la constante apertura de líneas argumentales que exploran niveles en pos de una cima que no alcanzan ya sea por el peso de sus giros incongruentes, o de sus hieráticas relaciones humanas o, incluso, de la previsibilidad de su estructura circular.

Nolan, como cineasta, vuelve a demostrar todo un ejercicio de perfección que se le niega, ya que engulle más de lo que puede tragar y no sabe clausurar de una forma digna las constantes ramificaciones y posibilidades que despliega en su propio relato. Aderezado este de unos monolitos espacio-temporales que ya descubrieron cineastas de países confrontados en pos de su propia carrera espacial a través del celuloide: Kubrick en el 68 y Tarkovsky en el 72.

De este modo introduce en las nuevas generaciones de espectadores una metafísica perezosa con final feliz (literalmente).

Nos habla de un nuevo mundo en el cual existe una esperanza de supervivencia para la especie humana y que no es este planeta Tierra en el que vivimos. La premisa es: cambiar de mundo como quien cambia de camisa porque esta casa ya la hemos destruido así que busquémonos otra para continuar la fiesta. La conquista del Oeste llevada al espacio por la NASA para perpetuar nuestra forma de vida parásita. La Tierra, según Nolan, ya no tiene arreglo y ni falta que nos hace si podemos migrar a otro lugar. Lo que más asombra es descubrir cómo en su desenlace (SPOILER) esta película en clave de tragedia pasa a convertirse en una peliculita esperanzadora al son de la batuta mágica de este hacedor condescendiente que cierra con su aclamada fórmula The Dark Knight (2008) —voz en off + discurso + acción grandilocuente—. Salvo que aquí sustituye a Christian Bale por un oscarizado Matthew McConaughey que volverá al espacio en busca del gran «polvo cósmico» que le proporcionará la misma, y también oscarizada,  Anne Hathaway. Una repoblación con sabor al mito de Adán y Eva, al fin y al cabo, o al desenlace mismo de la catastrófica Señales del Futuro (2009, Alex Proyas).

Las semejanzas con Gravity (2013, Alfonso Cuarón) también son inevitables y en ambos casos nos encontramos con dos productos de embalaje de alto nivel, que no de alta calidad en su contenido, y que giran en torno a planteamientos relativamente profundos, imágenes preciosistas, un desfile de sentimientos muy maniqueos y ese magnetismo que transmite la complejidad de la grandeza o de la nada del espacio. No obstante Nolan insiste en viajar más lejos y en volar más alto que Cuarón basándose en algo más que en una demostración de efectos digitales en 3D, frases de autoayuda o el símil conceptual de los cordones umbilicales y los fetos perdidos en el útero espacial (2001: una odisea del espacio, again).

En realidad, la belleza de Interstellar reside en algo mucho más emocional que intelectual,  simplemente asistir una vez más al espectáculo audiovisual del tándem Zimmer-Nolan nos resulta glorioso.

A pesar de vérseles las costuras, esta sincronía perfecta entre pretenciosos y lacrimógenos creadores de sueños no es la única, también nos pasa esto con el peor cine de Terrence Malick —el de To the Wonder en el 2012— que no alcanza la magnitud de la controvertida El árbol de la vida (2011) y que, siendo un constante videoclip de mal de amores, conecta con nuestra sensibilidad más llana a través de su imaginería visual con la música de Hanan Townshend. Pura debilidad igualmente es el final de la mediocre El último samurai (2003), esta vez con Edward Zwick en la dirección y Hans Zimmer a la palestra musical. No es casualidad tampoco que el cine de Nolan emule en sus momentos más poderosos, especialmente en su poética del flashback, los fotogramas de Malick desde La delgada línea roja (1998) —todo un manifiesto anti belicista con música de Zimmer que ha dado, posiblemente, la película de guerra más bella habida y por haber— pero convirtiendo esta poética del montaje en una fórmula estética. En una manera bonita de empaquetar los planos y de vender la arquetípica doble moral yanqui. Por si no nos creen véanse los momentos de flashback de la nueva adaptación de Superman (Man of Steel, producida y guionizada por este director sin ir más lejos) o la música incluida en el primer teaser de presentación realizado para la Comic Con.

En fin, Interstellar, es cine creado expresamente para ver en sala; cine de palomitas, de agujeros de guión y de agujeros de gusano, de aristas muy pulidas para que se vean bien brillantes, de barnizado sobre inacabados… Una revisión de Contact (1997, Robert Zemeckis), con más pretensiones, en la que también se explotaban algunos de los mismos temas: relaciones paterno filiales, el cosmos, las puertas interdimensionales y la fe… Y repitiendo con el mismo actor: Matthew McConaughey. Otras películas reivindicables con algunos caracteres similares sería: la película de culto Donnie Darko (2001, Richard Kelly), esa siniestra cinta de terror al más puro H. P. Lovecraft en el espacio que era Horizonte final (1997, Paul W. S. Anderson) —ambas con explicaciones acerca de los pliegues del tiempo y del espacio— o la infravalorada revisión romántica de Solaris (2002, Steven Soderbergh). Sólo el tiempo nos dirá qué lugar nos ocupa en la Historia del Cine el último producto grandilocuente de Nolan.