La ocasional evasión de la realidad es una necesidad inherente al ser humano. Ficción, drogas, arte, creación, aventuras… la vida cotidiana nunca es suficiente. Pero si hay algo que ha cambiado con la modernidad es que las tecnologías nos lo ha hecho más fácil. Poco a poco la ilusión va comiéndose la realidad, desde esa personalidad impostada a través de las redes sociales a la identificación de nuestras aspiraciones con las de los famosos mediáticos. En El congreso (The Congress, 2013), el último avance es un sistema informático que permite escanear a una persona para luego reproducirla libremente en una película. Ahora los únicos actores serán los programadores informáticos que utilizarán esas imágenes para revivir una y otra vez a las estrellas de cine.
Hollywood ya nunca será el de antes. Se acabaron las reticencias de los actores a la hora de escoger sus papeles y los problemas que ocasionan en los rodajes o en los medios. En este caso, será Robin Wright (La princesa prometida) quien, necesitada de dinero y junto a su representante (Harvey Keitel), firme este contrato con el diablo (Danny Huston) para digitalizar el resto de su carrera.
The Congress, la nueva obra de Ari Folman (el responsable de la impresionante Vals con Bashir), nos sumerge en el comienzo de la irrealidad que el sistema pretende implantar en la sociedad.
El futuro será tan delirante y hermoso como visionar hasta el culo de drogas una película de los Looney Tunes (claro es el homenaje a la animación de Max Fleischer). Basada en una novela de Stanislaw Lem, se trata de una cinta tan arriesgada y visionaria en su planteamiento como irregular en su ejecución. El resultado es febril y errático, pero, en cualquier caso, su visionado resulta impactante e imprescindible. Sin olvidarnos de la bella composición musical de Max Richter.
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