ALCINE y el estigma del principiante

Cada vez que escucho eso de «ALCINE: el Festival de cine más antiguo de la Comunidad de Madrid continuará descubriendo nuevos talentos» no dejo de preguntarme hasta qué punto son ciertas estas afirmaciones. Me explico, de la ingente cantidad de cortometrajes amateurs que se producen en el panorama Nacional es más bien poco lo que estas promesas tienen cabida en Alcine, un festival que presume de visibilizar el trabajo de ignotos realizadores. Y es que cuando uno se detiene a analizar el Certamen Nacional que nos ha presentado este mismo año se da cuenta de que no dejan de aparecer nombres y rostros bastante familiares.

Escrito por Pablo Cristóbal

¿Acaso son «nuevos talentos» cineastas consumados como Isabel Coixet, Mar Coll, Juan Cavestany o Javier Rebollo?¿y el ganador del Goya en 2007, Coke Riobóo? ¿Les suena el nombre del animador en auge, Alberto Vázquez o el tándem ―con más de 12 años de experiencia― Marc Riba y Anna Solanas?

¿Qué hay de Begoña Vicario que lleva realizando trabajos de animación ni más ni menos que desde el año 1993?¿también podemos llamar novato al historiador y crítico de Cine, Luis E. Parés o a la experimental Natalia Marín Sancho, perteneciente al colectivo Los hijos?

¿Y qué hay de los imaginativos Chema Ibarra García y David Pantaleón que, en estos momentos, están en la cresta de la ola por dos cortometrajes tan excepcionales como son Misterio y La pasión de Judas? ¿Quién es Kepa Sojo sino el director de Cortada, el Festival de Cortometrajes de Vitoria-Gasteiz, también ex director del Festival de cine Vasco de Amurrio, quien ya ha dado el salto al largometraje?¿o el crítico de cine Alejandro Díaz Castaño, colaborador de revistas como Miradas de Cine, Tren de Sombras, Lumière o Contrapicado y ex-programador del Festival de Gijón? ¿Se supone que es otro recién salido de la nada como Juanjo Giménez Peña, productor profesional y realizador de nada menos que 9 cortometrajes y ganador de la Palma de Oro en Cannes? ¿ Y Lluis Quilez, que a mediados de este año, ya había sido preseleccionado para  los Oscar 2017?

Todos los mencionados han entrado a competición en esta edición 46 de Alcine. Por lo tanto, cuando la dirección del festival escribe en su catálogo que «el futuro del cine se trabaja desde el presente, a partir del impulso y la promoción de las primeras cintas» me parece que, o están siendo poco honestos o tienen un problema de coordinación o, lo mismo, sus consignas de fábrica han perdido su significado. Más si tenemos en cuenta que un tercio de esta última selección la han ocupado estas personas con amplia experiencia e influencia en el gremio audiovisual.

Ellos, cineastas, artistas y analistas de reputación, son el valor añadido, la miel del oso, la alfombra roja del shortfilm. Muchos son magistrales, otros, tuvieron un momento y un lugar. No obstante, tengamos bien claro que los invitados de lujo no están siendo catapultados por Alcine sino que su presencia es la que promociona al festival.

Hipster, social, intelectual, contemplativo, poshumorístico, cooltureta… Casi todo Alcine permanece dentro de los cánones que, se supone, ha de ser un festival de «cine alternativo de manual» (con sabor a Radio 3 y cultura EEM) y con tanto canon seguido a pie juntillas deja poco espacio para la sorpresa. Se puede ser convencionalmente alternativo.

Se percibe claramente que, como en tantos certámenes, la complacencia de Alcine es su mayor enemiga, se palpa el miedo a perder una parte importante del público y, con ello, las subvenciones de los ayuntamientos.

Pero seamos justos, es muy complicado construir una selección de cortometrajes totalmente honesta sin caer en algunas de las diversas trampas que a uno se le presentan por el camino, trampas que posibilitan cualquier festival: la principal es la del marketing porque sin famosos hay menos gente y eso haría peligrar la subvención así que hay que tragar con algunas obras mediocres para hacer cartelera; después están los acuerdos con otras instituciones públicas o privadas que ayudarán a visibilizar o apoyar económicamente el festival; luego están los acuerdos con las grandes escuelas del país que gozan de privilegios técnicos y mecanismos de producción más profesionales (sus acabados son mucho mejores a la hora de narrar tramas más convencionales); acuerdos con plataformas de exhibición: on line, grandes salas o espacios públicos; y luego quedan asuntos como dar cabida a la máxima diversidad de propuestas temáticas, la pluralidad de estilos y géneros, la carga de crítica social, la originalidad, etc.

Si nos ponemos exquisitos, diremos que se debería posibilitar la entrada a cortometrajes realizados en provincias y/o localidades más deprimidas, esas que operan fuera de las grandes urbes y productoras. Y luego está la trampa simpática que es la «presión social», es decir, los colegas o conocidos que quieren cobrarse favores entrando por la puerta de atrás. Lo cual es como dejar que te den por el culo para ser admitido en una fraternidad.

En el certamen Nacional se mezclan una serie de trabajadores asentados en el negocio de la industria cinematográfica con otros realizadores mucho más arriesgados y personales, todos ellos son amantes del cine con el suficiente talento (o ambición) como para sacar adelante sus proyectos. No se equivoquen, en Alcine hay platos de mucha calidad acompañados por algunos desatinos que pueden llegar a estropear todo el menú. Caviar y sugus.

Es una tarea muy noble establecer un punto de encuentro entre cineastas y espectadores. Ni qué decir de lo positivas que nos parecen las actividades complementarias que posibilita el festival: proyecciones en las calles, largometrajes, conferencias, espectáculos, talleres… Sin embargo, a estas alturas del juego, no se puede seguir presumiendo de que Alcine sea el  encargado de dar el pistoletazo de salida en la carrera de estos nuevos realizadores españoles. Tan sólo la mayoría de los seleccionados menos afamados ya cuentan en su haber con una media de seis cortometrajes.

La dirección de Alcine tendría que presumir, mejor, de ser un gran escaparate que está a la última en moda cinematográfica. Hablando en plata, en su agenda están muchos de los mismos nombres que se han oído durante todo el año en otros festivales con más «visión», cineastas que, como si fueran cantautores, están de gira y se dejan ver en los mismos circuitos.

Estos «sospechosos habituales» permanecen en cartel porque, como en muchos festivales de Cortometrajes, no se confía en hacer una selección emancipada de estas tendencias endogámicas. A esa iconoclasta de naturaleza incendiaria que es María Cañas no la dieron la oportunidad de optar al Primer premio «Ciudad de Alcalá» (2013) hasta que no fue previamente reconocida, exhibida, galardonada y propulsada en el 2012 por todo tipo de encuentros y eventos experimentales (como Márgenes) de España y LatinoAmérica.

Así que la curación de contenidos patrios del festival de Alcalá de Henares parece que necesite, en buena medida, de la aprobación o el consenso de un sello de calidad ajeno. El certamen Nacional parece filtrar la mitad de sus contenidos a partir de un detritus que se genera a lo largo del año por los circuitos de la prensa cultural, ese que tampoco es nada inocente.

Un certamen que va a rebufo de otras organizaciones que no se han parado a mirar tanto el continente como el contenido o que, si lo han hecho, han sido más cuidadosos. Con todo esto, Alcine funciona como un catalizador estupendo pero es víctima de un efecto dominó, sigue la corriente y la huella que imprimen otros. Su actitud rebelde, su idiosincrasia, plantea este tipo de interrogantes.

Y, tras 46 años, esta previsibilidad calculada en sus títulos no es una actitud rupturista sino de encaje. Alcine nos muestra las últimas tendencias en cortometrajes independientes pero, al fin y al cabo, tendencias que ellos no marcan. ¿Conocen la revista Qué leer? Pues algo parecido.

La dirección de Alcine señala que «la selección de títulos ha seguido la máxima de otros años: la apuesta por el descubrimiento de nuevos talentos»

Desde esta perspectiva el festival siempre ha errado un poco el tiro porque, con tanto renombre, pierde eficacia en su función de mecenazgo para con los relizadores más desfavorecidos y funciona como otro engranaje más que perpetúa los linajes del sistema comercial, es decir, el de un sistema de «cine de consumo» o «popular», el de un sistema de «cine indi» e incluso el de un sistema de «cine de resistencia» y social que navega a medio camino entre el documental y la experimentación. Y, en sus grietas, el festival dará alojamiento a algunos cineastas de escaso talento creativo que, por su posición social en el mundo del arte y la cultura, gozarán de ciertos privilegios.

No hay más que volver un poco la vista atrás para saber que el problema viene de lejos, si miramos la selección Nacional de Alcine 43 sabemos que exhibieron medianías como: Con la boca cerrada, protagonizado por Greta Fernandez (actriz e hija de uno de los mejores actores de nuestro país, Eduard Fernandez); El iluso (un cortometraje irrisorio del proyecto “Id Arte Madrid Recicla”) de un Rodrigo Sorogoyen que venía de cosechar éxitos de crítica con la excelente película Stockholm (2013) y ni qué decir de ese «ejercicio audiovisual» (que no cortometraje) tan parco y políticamente correcto como Todo un futuro juntos de Pablo Remón Magaña, profesor en la ECAM y escritor de películas como Casual Day. Muy casual todo.

Podríamos pensar que la estrategia de Alcine en su certamen Nacional consiste en circunscribir cuatro tipos de autores: 1) cineastas consolidados que hayan sacado un proyecto ese mismo año; 2) cineastas que están cosechando premios; 3) cineastas que fueron seleccionados en certámentes anteriores. 4) cineastas que parecen haber salido de la nada. A estos últimos, es cierto que el festival les brinda una oportunidad auténtica de ser promocionados, con o sin avales.

Alcine, tan vivo, tan fascinante, eres como una luna menguante, contradictorio y enigmático, opaco y lúcido, chillas pero no lo suficientemente alto, permaneces pero a veces…¡a qué precio!

No, no todo el Certamen Nacional es tan malo como lo hemos pintado, en cada sesión suelen haber trabajos muy rescatables (¡algunos realmente buenos!) y la fama de los autores no siempre está ni arraigada a lo estético ni reñida con la calidad. La organización de Alcine cumple con creces cuando afirma que les gusta «fomentar el espíritu crítico del espectador. Que vean todo tipo de cine y que, aunque este sea de bajo presupuesto, puedan apreciar que es de altísima calidad”. Muchos de sus trabajos incluyen una cuota de responsabilidad social y alienta a las creaciones de todos los estilos y géneros, incluído el experimental. Sin duda, «muestran realidades y ayudan a tomar conciencia sobre determinados problemas».

Centrémonos ahora en eso: en lo positivo que puede ser (¡y es!) este evento para sus habitantes.

Alcine da luz y vida a Alcalá de Henares, es una ventana necesaria para que la gente se atreva con la experiencia del cortometraje en pantalla grande. No estamos aquí sólo para lanzar tomates a uno de los mejores eventos anuales de Madrid sino para que sus discursos se cumplan con mayor rigor. Tampoco es nada fácil aguantar en la brecha durante 46 años en un país que libra constantes batallas contra la cultura cinematográfica.

Sobrevivir, aunque sea pagando ciertos peajes, tiene su mérito así como conseguir aunar a un público que puede englobarse en dos grupos: El de los estudiantes, realizadores, intelectuales y críticos del medio audiovisual que quieren estar a la última -y que reconocerán por sus formas de vestir- y el de los profanos, personas de a pie y culos inquietos que se sienten atraídos por esta rara avis que es el cortometraje.

Una forma de hacer cine tan denostada y marginada por las grandes taquillas que goza de cierta condición de monstruo de barraca. El «corto» es un arte exótico, libre y, paradójicamente, sintetizado por su limitación de tiempo. Son pocos los que entienden su importancia. Mucho se habla de aquellas «películas» de los Hermanos Lumière, George Méliès o Charlie Chaplin sin entender que se trataban de piezas fílmicas breves, que el kinescopio perfeccionado por Thomas Alva Edison, daba para unos segundos de visionado y que Mack Sennett rodaba una media de 150 cortometrajes al año mientras las vanguardias rusas y alemanas (Eisenstein, Murnau, Fritz Lang, Pudovkin) se sustentaban de este formato para llevar a cabo sus experimentos artísticos y formales.

El Cine nació con el Cortometraje.

Pues bien, este espíritu crítico quiere asegurarse de que Alcine no olvide su deber para con los cineastas jóvenes, anónimos, invisibles… que su mecenazgo se debe a quienes necesitan más ayuda, los que se parten la cara por sacar su proyecto, esos que no son tan visibilizados y apuestan con su propio dinero, quienes se lo juegan todo al rojo. Los estigmatizados principiantes necesitan una oportunidad. Que no quede el evento a medio camino entre la excelencia snob y la demanda pop.

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