Escrito por Pablo Cristóbal y Alicia V. Palacios Thomas
Especial selección oficial de ficción: La Guarimba International Film Festival, III Edición The Dollhouse Chad Galloway Heather Benning
La imagen de una casa ardiendo tiene un componente indefectible de pasado muerto. Un hogar en llamas es un deseo inconsciente, un homenaje a la desintegración, a fin de cuentas. Hitchcock nos hablaba hace décadas de la capacidad catártica de esta piromanía hogareña, que consistía en un acto simbólico —y finalmente necesario— para que sus personajes imaginarios pudieran destruir sus ataduras con el pasado; estos lazos o cadenas los mantiene prisioneros, así sucede en decenas de películas de terror como Spider Baby (Jack Hill, 1968), Poltergeist (Tobe Hooper/Spielberg, 1982), Carretera Perdida (David Lynch, 1997) o Lost River (Ryan Gosling, 2014) que, en su clímax final, terminan por remitirnos al imaginario de la casa Usher.
Quemar una fotografía o una casa, da igual, ambas acciones aluden a la destrucción de los recuerdos, es la huida de una parte de uno mismo y un constante recordatorio de lo efímero que es todo —y todos— a nuestro alrededor.
Lost Highway (David Lynch, 1997)
Spider baby (Jack Hill, 1968)
Lost River (Ryan Gosling, 2014)
Establezcamos un paralelismo basado en el deseo inconsciente de la destrucción con el cortometraje experimental Care (Tristan MG Aitchison, 2014), que participó en 2014 en la 2ª edición de La Guarimba International Film Festival, en el cual brillaba el tema de la decadencia, de la degradación paulatina del cuerpo y de los espacios que este frecuenta.
Si The Dollhouse (Chad Galloway y Heather Benning, 2015) es la quema de los recuerdos de la infancia, Care es la podredumbre de la vejez expresada mediante la siniestra trama de una mujer octogenaria abandonada a su suerte.
En la más pavorosa soledad esta anciana transita las habitaciones descompuestas de su último hogar: una residencia que le es irreconocible y que a su vez, parece querer engullirla.
Izquierda: The Dollhouse (Chad Galloway & Heather Benning, 2014). Derecha: Care (Tristan MG Aichison, 2014).
¿Qué hubiera sido de Mrs. Danvers si la mansión Manderley no se hubiera quemado hasta sus cimientos con ella dentro? ¿Aún permanecería esperando el regreso de Rebeca o, por el contrario, viviría sola, atormentada por las voces del pasado?
Rebeca (Alfred Hitchcock, 1940)
La protagonista de Care es una señora de la que no sabemos nada y no necesariamente está ligada a la villana ama de llaves de Rebeca (Alfred Hitchcock, 1940) porque tiene ese aire afable tan característico de algunas ancianas en edad avanzada; podría ser esa abuela que ha sido olvidada por su descendencia y que, a su vez, no entiende su presente ni cómo ha llegado hasta él. Víctima de un posible alzhéimer, es presa del espacio que habita: el crujido de las maderas, la humedad que supuran las grietas… La casa entera, que parece estar en viva descomposición, la asusta, la amenaza y la susurra obscenidades. Alrededor de su figura vulnerable triunfan el óxido, el moho y la mugre. Sólo es cuestión de tiempo que este hogar se derrumbe aunque, por el aspecto de su única ocupante, todo apunta a que ella será la primera en caer.
Care (Tristan MG Aichison, 2014)
Con The Dollhouse se da un paso más en la selección de este año y aquí no hay residentes ni protagonistas, tan sólo objetos abandonados.
La estilización visual remite a un producto emparentado con el videoclip en el que todo es demasiado bello, pastel, molestamente hortera. En su tratamiento poderosamente estético el horror es espectáculo y ante todo inquietud. En esta casa de muñecas hay un universo femenino estereotipado: bordados de flores, vestidos, una foto de mamá y, sobre la cama matrimonial, una maleta abierta y vacía para un viaje de partida que no ha tenido lugar.
The Dollhouse (Chad Galloway & Heather Benning, 2014)
El espectador —obligado a intelectualizar lo que está viendo y/o sintiendo— contemplará el final de una infancia, de una vida, de una estirpe familiar o del propio mundo. Pero tal vez todo se trate de la mirada de un tercero (¿la hija, el hijo?) que repudia los derroteros de una madre que ha sido incapaz de cumplir sus sueños, incapaz de huir de un hogar y de un marido junto al cual ella ha sido un adorno más. Se contempla así una fogosidad poética –esa que alumbra y consume– , una volatilización de la vida misma, «ashes to ashes».
