Primera parte de la revisión biográfica de Nicolas Winding Refn, singular autor de la trilogía de Pusher, Fear X, Valhalla Rising y Drive.
Refn estudia en The American Academy of Dramatic Arts. Es un alumno precoz y gamberro. Protagoniza varios episodios de rebeldía, entre los cuales se cuenta haber arrojado un pupitre contra la pared. Esto le vale su expulsión y el apodo de “niño terrible”, etiqueta de la que sigue presumiendo en su país.
Escrito por Miguel Cristóbal Olmedo
Edición gráfica por Alicia Victoria Palacios Thomas
Nicolas Winding Refn nace en la ciudad de Copenhague el 29 de septiembre de 1970. En 1978 se muda con sus padres a Nueva York y sufre su primer desarraigo.
Estudia en The American Academy of Dramatic Arts. Es un alumno precoz y gamberro. Protagoniza varios episodios de rebeldía, entre los cuales se cuenta haber arrojado un pupitre contra la pared (por motivos no aclarados y que estiran su leyenda). Esto le vale su expulsión y el apodo de “niño terrible”, etiqueta de la que sigue presumiendo en su país.
No es mucho lo que se sabe de esos años que no remitan a una simple cronología. Quizá, en el transcurso de los años difíciles de la adolescencia (todas las adolescencias son difíciles) reflexiona sobre la idea de la violencia como síntoma y raíz, como esencia de la condición humana.
Al regresar a Dinamarca, es aceptado en la Escuela Danesa de Cine con una beca de carácter excepcional (sólo seis postulantes son admitidos cada otro año). Entre tamaña fortuna sólo cabe explicarse —o intuírse— la mano de su padre Anders Refn, montador y cineasta. (Al mismo tiempo que Nicolas edita su primera película, el padre está montando uno de los clásicos de Lars Von Trier, Rompiendo las olas, 1996.) Ninguno de estos hechos es fortuito en su formación aunque apenas se mencionen, como si los progresos del padre pudieran ensombrecer los del hijo.
Abandona los estudios, sin haberlos empezado siquiera, cuando el productor Rupert Preston propone financiarle una película basada en un cortometraje—escrito, dirigido y protagonizado por el mismo Nicolas— que había sido emitido en una cadena local. Esta es su oportunidad de volar sin alas prestadas y la toma. La película gasta 3,2 millones de kroners en hacerse, unos 430.080 euros. Tiene 24 años.
Desde entonces, Nicolas Winding Refn ha dirigido ocho películas. Perpetuando en cierta manera el mito de Edipo, Refn hijo está consiguiendo borrar el recuerdo de Refn padre.
I: Pusher, un paseo por el abismo
Pusher: un paseo por el abismo (1996) supone como cabía esperarse en un “niño terrible”, que pasa de arrojar pupitres al campo de batalla de director, una película irreverente, con el aliciente de haber escandalizado a los mismos que protagonizan abucheos y desmayos en las salas de los festivales de cine. Refn levanta la falda de una ciudad tan ordenada y limpia como Copenhague, una Copenhague en las antípodas de la la literatura de Henrik Pontoppidan, Tove Ditlevsen o Peter Seeberg, más oscura y peligrosa de la que mostraron los cineastas del Dogma, revelándonos la vida de un traficante de drogas de baja estofa, Frankie (Kim Bodnia) que vive en un sinvivir, buscando la forma de saldar su deuda de dinero con Milo (Zlatco Buric), croata carismático y temible que se ha erigido como señor de la droga en esos barrios.
La historia rezuma frescura y tensión. Estilísticamente hablando, recuerda, con el uso de la cámara al hombro y la economía de medios, a las primeras películas de Winterbottom. Los sentimientos son descritos a través de la acción. La película lleva el ritmo de batería de Scorsese, el ingenio de Tarantino y el estilo narrativo de Guy Ritchie. La crítica de su país la tilda de ultraviolenta y es rechazada en varios festivales. Será en Inglaterra, sin embargo, donde florezca su reputación, convirtiéndose en poco tiempo en película de culto.
Nicolas Winding Refn detesta el tratamiento de la violencia en la mayoría de las películas. La adornan de tal forma que eliminan la repugnancia y el miedo que, por sí misma, debería generar.
En Pusher hay una secuencia en que Frankie y su amigo y socio Tonny (Mads Mikkelsen) se toman una tarde de respiro, se emborrachan, se drogan, escuchan música. Frankie pone en broma un cuchillo de untar en la garganta de Tonny. Los dos simulan, como niños jugando, un pelea a muerte, filmada a cámara lenta, emulando los aspavientos sobreactuados de películas que han visto. La escena es inocente y a la vez perturbadora. Poco después Frankie va a enterarse de que su amigo Tonny ha confesado a la policía sus trapicheos y lo irá a buscar al bar —quizás el mismo bar— para machacarle con un bate de béisbol. Ya no hay cámara lenta, ni música, ni manierismos. Todo sucede de forma rápida y tosca. Refn no quiere transformar la violencia en poesía. La comprende, la odia y ejerce en él una profunda atracción.
II: Bleeder
Su siguiente película, Bleeder (1999) va a indagar en esa oscura fascinación, volviendo a contraponer el mundo de violencia de las películas, que los personajes visionan cada tarde en una reunión de amigos, con la violencia auténtica, inmisericorde y trágica de las calles. Kim Bodnia es Leo, una persona frustrada por su vida mediocre y sin salida, que descubre que va a ser padre. Lo que supondría en otros casos una buena noticia, para Leo no es más que el comienzo en espiral por su descenso a los infiernos. La presión de una paternidad no deseada sumado al hecho de que presencia un tiroteo y una paliza a las puertas de una discoteca, le llevan a caer en una crisis que oscila entre el odio a un mundo trastornado y criminal y la seducción que le inspira esa perversidad tan impune. La película está dividida en dos historias que se entrecruzan continuamente.
La otra parte está centrada en el personaje de Lenny (Mads Mikkelsen), que es, en cierta manera, el alter ego del director. Ambos admiten que su película favorita es La matanza de Texas (Tobe Hooper, 1974) —de ella ha dicho Refn que fue la película que le hizo querer hacer películas—; ambos poseen un conocimiento enciclopédico sobre el cine (Lenny trabaja en un videoclub y Refn se ha definido, igual que Tarantino, cineasta de la cultura del vídeo); ambos se han enamorado de la actriz Liv Corfixen. Lenny, por otro lado (quién sabe si Nicolas Winding Refn también) es una persona introvertida, contaminado por las películas que ve cada tarde como única forma de ocio, y encuentra dificultades relacionándose con otra persona. Si bien Lenny disfruta con las películas de acción, se trata de alguien pacífico y timorato, que tendrá que enfrentarse a sus carencias sociales si quiere salir con la dependienta de un restaurante de comida rápida.
En Bleeder las distintas violencias en el cine y en la vida real acaban confluyendo.
Un beso y un puñetazo son por igual respuestas emocionales; un aborto o un embarazo representan actitudes dispares de percibir ese mundo y su manera de encararlo; los actos de amor y los actos homicidas participan de la misma raíz humana. Tenemos una historia de amor tierna e ingenua y otra que desemboca en sangre y repugnancia.
Si Bleeder no es del todo una carta de amor al cine, puede decirse que su director al menos la esboza, acordándose de su propia juventud como videoadicto y de los pasillos de la casa de su padre, tapizados por anaqueles laberínticos poblados de cintas y libros, que conformaban un paraíso terrenal y cercano, acogedor, estrecho e infinito, frente a los espacios amplios y vacíos de las calles danesas y el dolor del mundo.
III: Fear X
Nicolas Winding Refn avisó muchas veces de que no revisitaría Pusher. El final, redondo y múltiple a la vez, no admitía una continuación. El auténtico motivo, sin embargo, era muy distinto: el miedo a la sombra de un éxito muy temprano, que en parte lo sentía como una maldición que hubiese desgastado su genio. Por eso se prometió no mirar atrás. Después de Bleeder, en la que reunía a los tres actores principales de su primera película, pone sus manos en un proyecto muy diferente y va a dar el proverbial “salto al charco”, rodando su primer título norteamericano. De esta forma busca llevarle ventaja a su pasado. Jamás llega a sospechar que va a suceder lo contrario.
En el 2003 estrena Fear X y es un tremendo fracaso comercial. Se trata de la película más osada y menos personal del director, aunque sus partidarios más acérrimos se empeñen en convertir su mala fortuna comercial en una virtud de auteur.
La crítica, con su conocida debilidad por oscurantismos y vaguedades experimentales, le da la mano pero no le saca del atolladero. Se trata de un fracaso financiero colosal y la compañía de Refn, Jang Go Star, quiebra.
No puede culparse a los espectadores de haber dado esquinazo a esta película. Nicolas está tan absorto copiando el universo lyncheano que se olvida de contarnos una buena historia. No puede subsanar esta carencia con atmósferas tenebrosas, elipsis argumentales que interpolan incógnitas indescifrables, personajes con carácter errático, diálogos minados por pausas largas e inverosímiles, habitaciones rojas, escenas oníricas y finales ambiguos. Reproduce todo lo bueno y lo malo de Lynch y le sale mal porque ni siquiera cuenta con el beneplácito de la originalidad.
John Turturro interpreta a un tal Harry Caine —nombre que es además el de un actor sin fortuna, el de un senador republicano, y el del personaje que interpreta Lluís Homar en Los abrazos rotos (Pedro Almodóvar, 2009)—, un hombre que trabaja de guardia de seguridad en un centro comercial de Wisconsin, y que recientemente ha perdido a su mujer, asesinada a tiros en un aparcamiento subterráneo. La vida de Harry se basa ahora en la obsesión de juntar cualquier pequeña pista que le pueda ayudar a encontrar al asesino, según él no ya por venganza, sino para entender los motivos de semejante atrocidad. Harry manifiesta en varias ocasiones que no es capaz de matar a nadie, pero el director, fiel a su creencia de que la violencia participa de nuestra espina dorsal, se encargará de rebatirle aunque sea a través de sueños o visiones.
Además de las inequívocas referencias al cine de David Lynch, Refn también hace guiños a películas como El resplandor (Stanley Kubrick, 1980) o Barton Fink (Joel y Ethan Coen, 1991).
La película contó con un presupuesto de 6 millones de dólares, una suma impensable para una película destinada a un público minoritario, amén de salir del bolsillo del propio director.
Como Ícaro, Nicolas Winding Refn, que volaba tan alto, se estrella con una deuda de un millón de dólares.
Leer a continuación: Nicolas Winding Refn: Ensayo de la violencia. Gambler, Pusher, Bronson, Valhalla Rising, Drive (II)