Era ateo. Suya es la frase de “soy ateo gracias a Dios”, que publicó en su autobiografía de 1982. El razonamiento es que si bien Dios pudiera existir, este habría creado todo el Universo, y el Universo es tan inmenso que el hombre resultaría insignificante, por lo que estos hechos demostrarían que Dios parece haberse olvidado del hombre, por lo que Dios, si existiera, es como si no existiera.
por Daniel L. Serrano (Canichu el espía de bar)
Edición gráfica por Alicia Victoria Palacios Thomas y edición de texto por Carlos Cristóbal
El español aragonés exiliado buscó refugio en el país que más españoles republicanos había acogido: el Méjico que construyó Lázaro Cárdenas, del Partido Revolucionario Independiente (PRI); aunque por entonces el presidente era Miguel Alemán Valdés. Allí sus estudios de cine le dieron la posibilidad de volver a dirigir películas. Las primeras que le ofrecieron eran netamente comerciales, no artísticas. Las debía hacer porque necesitaba el dinero. Así, su primer proyecto mejicano, le recordó su contribución a la producción de aquella película con Angelillo. En esta ocasión se trataba de hacer una película de canciones rancheras protagonizadas por el afamado cantante Jorge Negrete. Se trata de la película “Gran Casino” (1947), también conocida como “En el viejo Tampico”. Dentro de las muy limitadas posibilidades de libertad de movimientos en el comienzo de esta nueva etapa, Buñuel intentó usar un lenguaje cercano a las películas de cine negro de mafiosos que habían hecho los norteamericanos, en concreto de las películas de crímenes de Hitchcock, que era su amigo, cuyo homenaje en clave de humor negro a éste y su obra se ve mejor en “Ensayo de un crimen” (1955), también conocida como “La vida criminal de Archibaldo de la Cruz”. En más de una ocasión ese lenguaje aparecerá en bastantes de sus primera obras mejicanas. Siempre con humor, riéndose del tópico o de las secuencias y tramas más famosas de su época del cine hollywoodiense. Así, por ejemplo en este “Gran Casino”, se ríe del cine comercial mejicano introduciendo coros de la nada en las canciones de Negrete y usando a tres personajes salidos del esperpento más Valleinclanesco y de la generación espontánea de los dibujos de Walt Disney.
La siguiente película, “El gran calavera” (1949), parece anticiparse a las comedias costumbristas del tipo de humor que imperara en las comedias españolas de los años 1950, 1960 y primeros de 1970, películas de Mariano Ozores, Juan de Orduña y otros directores, protagonizadas por gente como Tony Leblanc, Paco Martínez Soria, Lina Morgan, Antonio Ozores, Fernando Fernán-Gómez, Pepe Isbert o José Luis López Vázquez, entre otros; sólo que Buñuel rueda en el Méjico de 1949 y nos descubre un cine cómico dentro de una república democrática y sus costumbres sociales, y no dentro de una dictadura nacionalcatólica, y sus costumbres. Claro está que Buñuel no pensó en ello cuando la realizó. Esta película le dio un éxito de taquilla relativo que permitió que la productora que le contrató le dejase llevar a cabo una producción totalmente ideada por él. De ahí nació la mencionada “Los olvidados” (1950), que es patrimonio de la Memoria de la Humanidad, nombrada por la UNESCO, como ya comenté.
Hasta ese momento las dos películas mejicanas que había rodado estaban dentro de un gusto burgués mejicano orgulloso de un orden social que garantizaba la revolución del PRI, con sus Zapatas, Villas y otros protagonistas de comienzos del siglo XX detrás. En “Gran Casino”, Buñuel ya había abordado el tema mostrando una expropiación, y, más allá, incluso hace una referencia lejana a las colectividades obreras de los anarcosindicalistas españoles en la Cataluña de la guerra civil, revelando incluso cómo los obreros se hacen con el control de una petrolera y la hacen funcionar correctamente sin patrón alguno. Volverá a mostrar este tema a lo largo del metraje de “Ensayo de un crimen” (1955), y también en “Él” (1953), donde el protagonista varón intenta durante todo el metraje que el gobierno le devuelva todo lo expropiado a su familia durante la revolución. Buñuel sabía que Méjico no era ese paraíso donde todos vivían felices y llenos de riqueza, sin falta de nada. Sabía que existía ese otro mundo de pobreza extrema y lleno de violencia física, verbal, económica y sexual. “Los olvidados” mostró el Méjico más deshumanizado del lumpen de la sociedad; de sus criminales de los bajos fondos, por causa de su pobreza e incultura, y de las barbaridades de las vidas de los más desfavorecidos. Toda la clase conservadora mejicana, incluido Negrete, se enemistaron desde ese momento con Buñuel, al que le soltaron todo tipo de insultos que le invitaban a volverse a España, donde le esperaba Franco. El éxito del metraje en los premios europeos de cine calmó los ánimos, y le encumbró entre los progresistas mejicanos por mostrar esa realidad no oficial de Méjico que todos sabían que existía en las calles.
Un metraje menor que también mostraba esa violencia de una manera más comercial fue “El Bruto” (1953), que por otra parte está muy de actualidad, ya que denuncia los abusos de los propietarios de viviendas y negocios para expropiar con violencia a sus inquilinos, amparándose en faltas de pago. Ahí también se muestra de nuevo la violencia doméstica, la violencia social callejera, la violencia del sistema contra el desfavorecido, la parcialidad de la justicia, los celos, las relaciones amorosas entre un hombre mayor y una joven, etcétera.
Las siguientes películas oscilaron entre los metrajes que tenía que hacer por la necesidad de ganar dinero y las películas que hacía por auténtica devoción hacia su oficio de cineasta. Aunque, eso sí, siempre buscó dar a todas sus producciones un sentido de cine más allá de lo comercial, donde pudiera expresar algo más que una simple historia. Para él el cine era arte y no producto, a pesar de sus necesidades.
Era ateo. Suya es la frase de “soy ateo gracias a Dios”, que publicó en su autobiografía de 1982. El razonamiento es que si bien Dios pudiera existir, este habría creado todo el Universo, y el Universo es tan inmenso que el hombre resultaría insignificante, por lo que estos hechos demostrarían que Dios parece haberse olvidado del hombre, por lo que Dios, si existiera, es como si no existiera. Su biblioteca es testigo mudo y parlante a la vez de que su ateísmo o agnosticismo no era gratuito, era algo que le obsesionaba. Sus primeras enseñanzas las recibió de la orden jesuita, y en su biblioteca esto se traduce en innumerables libros sobre santos, Dios, la virgen María, la Biblia, la historia de los heterodoxos, etcétera. Son tantos sus libros con notables evidencias físicas de haber sido muy consultados, que es obvio entender que las innumerables referencias críticas a la religión de sus películas no son nada simples, sino más bien complejas. En “Susana” (1951), también conocida como “Demonio y carne”, la fuente de inspiración es claramente el pasaje bíblico sobre este personaje, pero lo retuerce y expresa con él lo contrario de lo que dice el Antiguo Testamento. En “Subida al Cielo” (1952) satiriza la historia de Adán y Eva. Pero más que criticar las ideas cristianas, lo que critica es la hipocresía de aquellos que la quieren imponer sin ser igualmente estrictos con ellos mismos, y más crítico es aún con el autoritarismo de la institución de la Iglesia, cuando ella misma no cumple con los preceptos más básicos de Cristo. Algunas películas magistrales donde trata estos temas son “Nazarín” (1958), “Viridiana” (1961) –en esta también hay una crítica a los gobiernos que se imponen bajo una moral católica no consciente de la realidad–, “Simón del Desierto” (1964), o la muy recomendable “La Vía Láctea” (1969), donde repasa la historia de la intransigencia religiosa y de la laica, y de paso se ríe de la hipotética trascendencia que se le ha dado a asuntos que probablemente no sean de tanta trascendencia. Hay pinceladas en todas sus películas, aunque las citadas son las más directas sobre este tema. En una de ellas aparece hasta el fusilamiento de un Papa (“La Vía Láctea», 1969), y en otra cómo un sacerdote que sigue estrictamente con la palabra de Cristo es confundido por otro sacerdote con un protestante («Nazarín», 1958) –por cierto, en esa escena también se critica la figura de un militar del gobierno mejicano que humilla a este personaje, sin saber que es un sacerdote, en nombre del pueblo, porque no le rinde el trato dignificador que se espera de él como parte del pueblo–.
Buñuel critica todo tipo de autoridad que reste libertad a la persona. En 1956, en “La Muerte en el Jardín” o “La muerte en este jardín”, ataca a las dictaduras y coge estereotipos del cine de aventuras norteamericano para realizar su crítica alegórica a gobiernos, religiones, convencionalismos sociales y a la justicia. Pero todo esto será más claro en “Los ambiciosos” (1959), también llamada “La fiebre sube a El Pao”, donde critica las conspiraciones, la doble moral, la falta de ética, las dictaduras, las mentiras de Estado, la tortura de Estado, el sistema penitenciario, la arbitrariedad en la justicia, y un sinfín más de injusticias políticas y sociales que una vez más nos hacen pensar no sólo en las dictaduras latinoamericanas, sino también en la española.
Rodó dos películas en inglés, la ya citada “Robinson Crusoe” (1952), donde se ensayó por primera vez el sistema de filmación de película en color Eastmancolor, y “La joven” (1960). En la primera, Hollywood le había dado la oportunidad de recrear la novela que Daniel Defoe escribió en el siglo XVIII. Buñuel es muy fiel al texto, tanto que lo muestra con mucha crudeza y haciendo su propio juicio literal de los personajes. Así, Crusoe se nos descubre loco y racista, e incluso se nos insinúa unas tentaciones homosexuales con Viernes. En “La joven” una isla le sirve de escenario para mostrar las contradicciones de la libertad norteamericana por culpa del racismo. De fondo hay un negro inocente acusado de ser un violador fugado, y un blanco legalmente inocente y en la práctica un abusador sexual de su protegida, una menor de edad. Su fotografía nítida, por otro lado, es muy interesante.
Numerosas veces Buñuel buscó inspiración en los libros que le gustaban. No sólo en los de temática religiosa o en el citado de Defoe. “Cumbres Borrascosas”, de Emily Brönte, fue la historia de “Abismos de Pasión” (1954); la novela “Diario de una camarera”, de Mirbeau, la llevó al cine en 1964; de la obra de Benito Pérez Galdós realizó tres metrajes, “Nazarín” (1958), “Viridiana” (1961) y “Tristana” (1970); de “Historia de los heterodoxos españoles” sacó muchas ideas para “La vía Láctea” (1969), y así un largo etcétera. Una de las grandes pasiones del cineasta era leer. Su hijo Juan Luis relata que su padre tenía por costumbre leer varias horas al día y tomarse una copa con él todos los días.
En 1964 rodó la muy recomendable “Simón del Desierto”, que fue su última película mejicana. Desde ese momento, sin dejar de residir en Méjico (no regresó a España trás la muerte de Franco en 1975), sus películas serían de producción francesa. La primera de ellas es “Belle de Jour” (1967), o “Bella de Día”. Esta película cuenta con Catherine Deneuve en su apogeo de belleza y como actriz, a la que Buñuel nos muestra completamente desnuda, lo que en algún lugar le dio problemas con la censura; algo que fue constante, sobre todo por temas religiosos. “Belle de Jour” es la historia de una pareja. Ella está cansada de la monotonía sexual con su marido, hasta el punto que él ya no la motiva. Ella necesita algo más para despertar su lívido. Es la historia de un matrimonio fracasado por motivos sexuales cuyo aliciente de supervivencia es el espíritu masoquista y sufridor de ella, que necesita sentirse culpable y dejarse caer en el sexo más atrevido, duro y prohibido. Una idea que retomaría Stanley Kubrick en su póstuma “Eyes Wide Shut” (1999), aunque siendo en este caso él quien necesita zambullirse en emociones eróticas fuertes, y no ella. El opresor en esta trama es el convencionalismo social. Destaca en la película de Buñuel el papel del joven matón francés amigo del español, interpretado por Paco Rabal, que desde el hampa parisino nos introduce al exilio español, cantando una copla murciana en un bar –algo que se le ocurrió al actor para mejorar al personaje, bajo el consentimiento de Buñuel–.
De esa etapa cabe destacar “El discreto encanto de la burguesía” (1972) y su última película “Ese oscuro objeto del deseo” (1977), ambas encumbradas y premiadas por todo tipo de certámenes y galardones. Para entonces Buñuel ya era un ídolo y una leyenda viva de los orígenes del cine.
Usó en todas estas películas a un mismo equipo. Se puede ver en todas sus producciones a Catherine Deneuve, a Francisco Rabal, a Fernando Rey, a Silvia Pinal, y otros actores y actrices repitiéndose a lo largo de sus personajes. La lealtad a la amistad se había transformado en una clave en el modo de entender la vida por el director, aunque llegó a recibir propuestas para trabajar con él de gente como Alec Guiness.
En esas últimas películas, junto a “Viridiana” (1961) y “Tristana” (1970), exploró las relaciones desiguales entre un hombre muy mayor y una joven, a veces sumisa, a veces incauta, a veces todo lo contrario. Exploraba una vez más los límites morales de los convencionalismos sociales y cómo estos coartan la felicidad personal.
En 1969 el diario español Pueblo propuso a Luis Buñuel como español del año. El ministro franquista de entonces, Torcuato Fernández-Miranda, dio el visto bueno. Fue en la época en la que la dictadura quería limpiar su imagen internacional y buscaba aliados entre las democracias occidentales, especialmente con norteamericanos e ingleses. Buñuel no recogió el premio. Es verdad que, dentro de los exiliados, él pudo gozar de estos gestos. En sus pasaportes se puede observar cómo entraba y salía de modo fugaz de España a partir de determinados años para poder visitar, presumiblemente, a su familia y a algún amigo. Pero quizá en este sentido fue muy criticado cuando vino a rodar en España “Viridiana” (1961) y “Tristana” (1970). Algunos exiliados le criticaron duramente en su prensa como colaborador del fascismo. El resultado final de esos metrajes hizo que tuvieran que arrepentirse de esas acusaciones, ya que demostraron todo lo contrario. Algunas de sus películas fueron automáticamente censuradas y prohibidas, e incluso protagonizó algún escándalo en el Festival de Cine Religioso de Valladolid, donde varios de sus amigos cineastas no exiliados, como Carlos Saura, firmaron una carta en su favor y en contra de la manipulación de la prensa española al describir los sucesos. Además, en 1961, debido a “Viridiana», tuvo que dimitir el Director General de la Cinematografía en España, José Muñoz Fontán, el cual no sólo apostó por él como exiliado con el que reconciliarse, sino que recogió la Palma de Oro en Cannes en su nombre; y también presentó su dimisión el Ministro de Información y Turismo, Gabriel Arias Salgado, aunque a este último no se la admitió Franco.
Buñuel nunca abandonó el sentido de la imagen y la fotografía para explicar sus relatos más allá de la palabra. En algunas de sus películas más maduras incluso recupera determinadas secuencias jugando con un lenguaje similar al cine mudo. Sus personajes están siempre cuidadosamente presentados con sus detalles. Hay una gran cantidad de metáforas y alegorías. Algunas pueden ser simples bromas inexplicables hacia el espectador. En ese sentido, su penúltima película, “El fantasma de la libertad” (1974), donde aparece como actor –ya lo hizo en otras películas, además de ejercer como guionista de películas ajenas a él–, es altamente surrealista. Pero su surrealismo ya no es tan fresco como sus dos primeras películas de 1929 y 1930. Es más, casi nos recuerda a un preludio del humor surrealista e irreflexivo de “El autobús atómico” (1976, James Frawley) o “Aterriza como puedas” (1980, Jim Abrahams y los hermanos Zucker), mezclado con un surrealismo más acorde con los tiempos que corrían, como “The yellow submarine” (1968, The Beatles) o “The wall” (1982, Alan Parker). “El fantasma de la libertad” no ha envejecido bien, pero de ese surrealismo tardío sí que es muy recomendable “La Vía Láctea” (1969). Aunque a decir verdad nunca abandonó el surrealismo. Siempre aparecía en sueños, imaginaciones y espejismos en casi todas sus películas. No obstante, Luis Buñuel sostenía que los sueños eran la puerta que tenía la mente para explicarnos racionalmente la realidad propia que no nos es racional explicarla. El sueño mejor logrado de todos sus metrajes es el aparecido en “Los Olvidados” (1950).
Esperemos que en el futuro el visionado de sus metrajes nos invite cada vez más a rescatarle y sacarle de ese salón del que parece no poder salir. Al menos yo, modestamente, os invitaría a adentraros en su mundo. Siempre resulta estimulante desde cualquiera de sus aspectos cinematográficos, sin olvidar que algunas de sus películas son para reflexionar sobre lo visionado y otras, para apreciarlas, hay que verlas comprendiendo su agudo y crítico sentido del humor. Quizá por eso me encanta.
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10 de septiembre de 2013
Daniel L.-Serrano (Canichu, el espía del bar) autor de www.espiadelbar.blogspot.com Noticias de un Espía en el Bar