Tres días más tarde, sin haberse disuelto la polvareda de muerte y escándalo del concierto, Charles Manson y los suyos fueron acusados formalmente del crimen en Cielo Drive.
Escrito por Miguel Cristóbal Olmedo
Edición gráfica por Alicia Victoria Palacios Thomas
XV: Galería de monstruos a la vuelta de los ’60
Hunter S. Thompson escribió a finales no ya de 1969 sino de 1967 en una carta a otro periodista: “El rollo hippy se acabó; ahora no son más que refugiados y mendigos. O gente colgada seriamente de la droga. Son palizas ambulantes, pero siempre lo fueron. Hace seis meses se la sudaba todo y decían que yo era un reprimido, y ahora se presentan en mi casa con coches matriculados en Nueva York y California para pedirme prestado dinero o venderme cualquier cosa que tengan, incluidas las niñatas con gonorrea a quienes pertenece el coche. Es deprimente. La hierba ha bajado a 50 dólares el kilo en San Francisco, el mercado está saturado, toda la movida está saturada: indeseables y perdedores. Hostilidad y paranoia. A tomar por culo”.
1969 fue absolutamente peor. La década de los 60 empezó con John F. Kennedy (la esperanza demócrata para el cambio) y terminó con Nixon (un republicano sombrío, que todos daban por acabado unos años atrás).
Nixon poseía un plan secreto para terminar con la guerra de Vietnam, eso decía en los mítines, pero el secreto resultó ser que no tenía ningún plan y la extendió indefinidamente. El movimiento estudiantil hippy, contrario a las acciones militares en el sudeste asiático, había sido desde sus comienzos un grano en el culo. Con el arresto de Charles Manson se le presentaba la ocasión de demostrar que aquellos melenudos pacifistas significaban un peligro camuflado para la sociedad. Por eso no le importó condenar a Charlie antes de que hubiese sido declarado culpable, en un comentario aparentemente al azar pero cerciorándose de que hubiesen grabadoras cerca. Al día siguiente estaba vertido en los titulares de los periódicos. Los abogados de Manson, entre ellos Irving Kanarek, experto en dilatar y posponer el curso de la justicia hasta la exasperación de los mismos acusados, solicitaron que se declarase el juicio nulo, en una de las muchas maniobras que tuvo lugar en esa telenovela de nueve meses y medio considerado el juicio más caro, largo y extravagante de la historia de California, hasta que apareció O. J. Simpson y se llevó el premio a casa.
Los 60 dijeron adiós con más sangre. El 6 de diciembre de 1969, el festival de Altamont, que repetía la fórmula de Woodstock, fracasó a causa de un cocktail de speed, alcohol y motoristas. Los Ángeles del Infierno, recomendados por la banda de los Grateful Dead y los Jefferson Airplane para ocuparse de la seguridad, perdieron los papeles cuando resguardaban un estadio inusualmente poco elevado. Arrojando latas de cerveza y usando cadenas y tacos de billar, trataron de mantener a raya al público. Marty Balin de los Jefferson Airplane los mandó a tomar por saco desde el escenario y sus propios matones se ocuparon de noquearlo a la vista de todos. El concierto se saldó con dos muertos accidentales por atropello y el homicidio de Meredith Hunter, joven afroamericano de dieciocho años, que iba hasta el culo de metanfetaminas. Pateado y empujado por parte de los Ángeles, Meredith había regresado con aspecto trastornado empuñando un revólver que encañonaba al cielo. Fue apuñalado por la espalda, en mitad de la confusión y el ruido de guitarras eléctricas, por uno de los Ángeles. Dejaron su cuerpo tirado en el suelo para que muriese. Algunos testigos trataron de pedir ayuda a los Rolling Stones, organizadores del evento y que tocaban precisamente entonces, pero no pudieron penetrar la muralla de seguridad. Los Grateful Dead se negaron a salir al escenario y los Jefferson Airplane, asomados desde el helicóptero que los rescató de la barahúnda, comentaron inquietos: “Fíjate en esa muchedumbre, parece que se estuviese cometiendo un crimen”. Mick Jagger, volviendo la vista atrás, siempre ha dicho: “Por supuesto que hay alguna gente que quiere etiquetar Altamont como el final de una era (…) Quizás era el final de la suya, el final de su ingenuidad. Yo habría pensado que terminó mucho antes de Altamont”.
Tres días más tarde, sin haberse disuelto la polvareda de muerte y escándalo del concierto, Manson y los suyos fueron acusados formalmente del crimen en Cielo Drive.
La sociedad, dividida de antemano por sus ideas políticas, tomó a Charlie como romántico y chivo expiatorio de los males del sistema o como excusa para volver a casa temprano y alejarse de esos hippies astrosos que viajan a dedo. Su celda estaba llena de cartas enviadas por adolescentes ofuscados pidiendo unirse a la Familia para encontrar sentido a sus vidas. En el rancho Spahn, donde el resto de sus seguidores se había restablecido, multitudes de curiosos se acercaban a alquilar sus caballos. Los miembros de la Familia empezaron a cobrar por las entrevistas.
En ese tiempo se realiza el mejor documental sobre Charles Manson a día de hoy, titulado “Manson” a secas.
Le acompaña una banda sonora compuesta por dos de los miembros redimidos del clan: Paul Watkins y Brooks Poston. Contiene grabaciones con los miembros de la Familia apoyando con vehemencia a su líder. Aunque su estreno tuvo que ser pospuesto por problemas legales, se hizo con una candidatura a los Oscar en 1972. Desde entonces la mayoría de los documentales toman prestadas sus imágenes de este. Laurence Merrick, que había llegado de Israel en 1960 para fundar una escuela de Arte Dramático de la que Sharon Tate fue alumna, participó en calidad de co-director en el documental, llevando a cabo todas las entrevistas que se filmaron. Corre el rumor de que además, fuera de cámara, los miembros le contaron en confidencia más detalles de su vida con Charlie y que Merrick pasó la información al fiscal del caso. En 1977 fue asesinado a tiros en el estacionamiento de la escuela de cine donde enseñaba. El pistolero, un joven veinteañero fornido, que se había pasado por la escuela haciendo preguntas sobre Laurence Merrick y su documental, nunca fue identificado. No faltaron quienes tomaron el crimen como un acto de venganza llevado a cabo por los discípulos de Manson. Nunca se pudo demostrar nada.
En noviembre de 1969, ya con Charlie en prisión preventiva, fallece convenientemente uno de sus seguidores más timoratos, John Haught apodado Zero, considerado por algunos de ellos como ”un cabo suelto”. La policía le encuentra un agujero de bala en la cabeza. Los testigos, partidarios incondicionales de Charlie, aseguran que tonteaba con una pistola, haciendo que jugaba a la ruleta rusa. Poco después se encuentran los cuerpos de dos cienciólogos, un chico de 15 y una chica de 19, apuñalados cincuenta veces y abandonados en un callejón. La chica había salido un tiempo con Bruce Davis, un ex-convicto y fervoroso miembro del culto mansoniano que también simpatizaba con la Cienciología. Bruce Davis niega su relación con la chica asesinada pero termina en prisión igualmente, acusado de colaborar en el homicidio de Gary Hinman y Donald Shea.
Les siguió Barbara Hoyt, dispuesta a testificar en contra de Manson. Hoyt, dejándose convencer por las viejas amigas de la Familia, realiza un viaje a Honolulu, donde la envenenan con una hamburguesa llena de ácido. Antes de caer en la inconsciencia, musitó: “Llamen al señor Bugliosi”.
Vincent Bugliosi es un hombre de frente despejada e intachable vestuario, uno de esos tipos que se hacen la manicura y frunce el ceño cuando hablan, y además un fontanero demócrata de los desmanes judiciales. Hombre de principios rotundos, también era capaz de soltar una charla terapéutica durante los interrogatorios y dar la impresión de un tío enrollado y todo. Vinent Bugliosi fue el hombre encargado de encerrar a Manson de por vida. Tenía poca relación con sus compañeros de trabajo, que le veían como un tipo retraído y ambicioso, pero también, nadie lo negaba, como un abogado de la acusación implacable. Bugliosi soñó toda su carrera con ocupar el asiento de fiscal de distrito del condado de Los Ángeles sin conseguirlo. Escribió para su consuelo un best seller acerca de Manson y las incidencias del juicio que le convirtió en una figura recurrente en los programas de televisión.
Cuando le adjudicaron el caso, se encontró con que tenía que jugar la carta trucada de Susan Atkins. En su entrevista con Bugliosi, ella le decía asustada: “Charlie nos está viendo ahora mismo y puede escuchar todo lo que decimos”, así que respiró aliviado cuando Susan tuvo un encuentro con Manson en esos eternos pasillos del juzgado y decidió retractarse de su testimonio aun costa de perder su inmunidad. Su otra alternativa era Linda Kasabian, que mostraba genuino remordimiento y no había sido autora material de ningún asesinato. Kasabian, sin duda, era el testigo ejemplar, una mujer embarazada, tranquila, a quien las lágrimas se le escapaban en los momentos adecuados de su narración. Y también estaba Barbara Hoyt, que se recuperaba del atentado contra su vida.
Denegado el derecho de defenderse a sí mismo, Manson, que contaba transformar el juicio en el altavoz de su propaganda, escarbó una X en su frente para dar a entender que lo habían eXpulsado de la sociedad e hizo circular esta nota:
“No me está permitido hablar con palabras así que he hablado con la marca que estaré llevando en mi frente”.
Lo cierto es que Charlie estaba más preocupado en gestionar su nueva popularidad para relanzar una carrera musical que en elegir entre los cientos de abogados solicitando llevar su caso. Sus discos, sin embargo, bajo el título de LIE (una música irregular, adecuada quizás para canturrear en una fogata y poco más), se pudrieron en el interior de un garaje sin que ninguna tienda se atreviese a vender la música del asesino.
Cada mañana los acusados tenían la oportunidad de reunirse unos con otros antes de empezar la sesión, menos con Tex Watson, que había sido detenido en otro estado y, con la solicitud de extradición perdida en un limbo burocrático, fue juzgado en solitario. Charlie solamente podía presentar el plan de actuación del día a las chicas: Susan Atkins (acusada de participar en el asesinato de Gary Hinman, así como en el de los residentes de Cielo Drive), Patricia Krenwinkel (acusada también por su papel en los crímenes de Cielo Drive) y Leslie Van Houten (por su colaboración en los asesinatos de la familia LaBianca). Las mujeres le obedecían ciegamente, cantaban de camino al juzgado composiciones de su disco fallido, se reían al unísono y daban la espalda al juez. También consintieron en raparse la cabeza y grabarse una X en la piel, demostrando sin saberlo que eran extensiones físicas de la voluntad viciada de Manson y no agentes libres, como él quería que los demás las vieran.
Los abogados de las chicas no eran excepción y debían someterse a los métodos poco convencionales de Charlie, que contaba con erigirse en el papel de director de orquesta en ese juicio. Para empezar, no podían estar con sus clientes sin que él estuviese presente. Charlie temía dejarles a solas y que conspirasen un plan para salvar el pellejo a su costa. Ronald Hughes, uno de los abogados en el equipo de su defensa, obstinado en llevarle la contraria, desapareció durante los diez días de receso para preparar las argumentaciones finales y no fue encontrado hasta mucho tiempo después, en forma de cadáver. La estrategia miserable de Manson era muy sencilla: él no sabía nada y no había hecho nada. Todo era cosa de los demás, que tenían derecho a ejercer su propio albedrío. Nunca había dado ninguna orden porque no era quién para mandar a nadie. Él solamente las había acogido, brindado amor y refugio. Resultaron ser la compañía equivocada, una cofradía de almas en tormento o, como él mismo decía, sin disimular su tono de orgullo: “Unos amigos míos mataron a gente, ¿y qué? mis amigos siempre han matado a gente”. Era, pues, Manson, el traidor más despreciable.
Entretanto el resto de la Familia acampaba en la entrada del edificio del tribunal, como groupies esperando a que abra la taquilla con las entradas de un concierto. Cosían con las melenas de sus compañeras presidiarias un chaleco “mágico” que se turnaban en exhibir ante la prensa, haciendo campaña en favor de su liberación. Había gente que se les acercaba y les traía viandas o contribuían a la casa con un poco de calderilla.
Las manifestaciones en contra de la guerra que tenían lugar en los campus de las universidades, se cobraron sus primeras vidas. El 4 de mayo, la Guardia Nacional mató a tiros a cuatro estudiantes que figuraban entre los protestantes en la universidad Kent State en Ohio (una encuesta hecha poco tiempo después demostraba que más de la mitad de la población adulta pensaba que “se lo habían buscado”) y 350 universidades fueron temporalmente cerradas a causa de las huelgas o por orden de la administración. La empresa petrolera Gulf Oil distribuyó 22 millones de pegatinas para el parachoques con la leyenda “America – Love it or Leave It” (“América, ámala o lárgate”), un lema aprendido y repetido hoy en día por boca de la clase política de derechas que da por hecho que no hay más América que la suya.
El 10 de abril de 1970, Paul McCartney anunciaba la disolución de los Beatles (que ya había tocado su último concierto en enero, en la azotea del edificio Apple). Para la Familia aquello fue como presenciar la disolución de los doce apóstoles.
Manson, al igual que Nixon, era un asesino que no se manchaba las manos y mataba a través de otros y tanto el líder de la secta como el líder de la nación se usaban mutuamente como cortina de humo. Manson paseaba los pasillos de la corte con el aire de un Mesías traicionado. Nixon tenía la televisión y los trajes caros, y una estilográfica más mortal que ningún otro arma que se haya inventado. Tex Watson era delante de las cámaras un joven apuesto de pelo corto y mandíbula ancha. Sadie, Pat y Leslie, unas jóvenes hermosas y madres precoces. Toda esta galería de siniestros personajes dominó el panorama cultural de esos meses largos y atroces de 1970 y 1971 calando en la psique americana y alimentando su hambre por el morbo. Lo que Estados Unidos y su cine aprendieron de todo esto es que los monstruos no se delatan con la apariencia y eso les hace más peligrosos, que los monstruos de verdad también dan un beso de buenas noches a sus hijos y los arropan antes de dormir.
Al final del juicio, a Manson le fue permitido dar un discurso a condición de que el jurado no estuviese presente. El juez, la fiscalía y los periodistas eran público suficiente para su último número:
—Estos niños que vienen a vosotros con cuchillos, son vuestros hijos. Vosotros les enseñasteis. Yo no les enseñé nada (…) La mayoría de la gente del rancho que llamáis Familia eran solamente gente que no queríais (…) Estaba trabajando para mantener mi casa limpia, algo que Nixon tendría que haber hecho. Él tendría que haber estado en el arcén de la carretera, recogiendo a sus hijos, pero no lo hizo. Estaba en la Casa Blanca, mandándolos a la guerra. No os entiendo pero tampoco lo intento. No intento juzgar a nadie. Sé que soy la única persona que puede juzgarse a sí misma… Pero también sé esto: que en vuestros corazones y en vuestras almas, sois mucho más responsables por la guerra de Vietnam de lo que yo soy por el asesinato de esa gente (…) Creo que es hora de que empecéis a miraros a vosotros mismos, a juzgar la mentira en la que estáis viviendo. Mi padre es la prisión. Mi padre es vuestro sistema… Soy solo lo que me habéis hecho. Soy un reflejo de vosotros (…) ¿Queréis matarme? ¡Ja! Ya estoy muerto, lo he estado toda mi vida. He pasado veintitrés años en tumbas que habéis construido (…) ¿Y qué hay de vuestros hijos? ¿Decís que son sólo unos pocos? Hay muchos, muchos más que proceden de la misma dirección. Están corriendo en las calles y se dirigen hacia vosotros.
Bajó del estrado. Al pasar al lado de las chicas, se inclinó para decirles, seguro de sí mismo:
—Ya no hace falta que testifiquéis.
Esa fue su última orden. Su última demostración de fuerza sobre ellas. Lo hizo en el juzgado, con la sala llena de testigos, convencido de que sus palabras bastaban para ganarle la partida a todos.
El veredicto de culpabilidad se escuchó en enero de 1971 y fue recibido por gritos y amenazas de los acusados, advirtiendo a los miembros del jurado cerrar con llave la puerta de sus hogares.
—No habéis logrado nada, sólo me mandáis de vuelta de donde vengo —dijo Manson antes de salir de la sala. Tenía razón.
No llegó a darse el paseo hasta la cámara de gas. El 18 de febrero de 1972, la Corte Suprema de California abolió la pena de muerte y su sentencia fue conmutada a cadena perpetua con opción a solicitar la libertad condicional en unos años. La familia Tate, sin embargo, ha consagrado su vida a evitar que ninguno de ellos salga, haciendo campañas y manteniendo viva la memoria de las víctimas. Charles Manson ha pasado el resto de sus días viviendo como siempre lo ha hecho, encarcelado y amamantado por el sistema que desprecia.
Meses más tarde, en una entrevista llevada a cabo por la revista Rolling Stone, John Lennon afirmó que Manson debía estar muy loco. Dijo que nunca había prestado atención a la letra y que en lo que a los Beatles concernía, Helter Skelter era solamente ruido. En 1980, Lennon fue abatido por la espalda, a la entrada del edificio Dakota, donde tenía alquilado un apartamento, ese mismo que utilizó Polanski para rodar parte de los exteriores de La Semilla del Diablo (Rosemary‘s baby, 1968).
En la prisión de San Quintin, la vida de Manson corre peligro, ya no es un anónimo prisionero que pasa por deficiente mental, su celebridad exagerada atrae envidias y amenazas. Para mantenerse a salvo se alía con la Hermandad Aria, transformando la X de su entrecejo en una esvástica. Ofrece a los miembros nazis que corretean en libertad, sexo gratuito a costa de las mujeres de la Familia. Entre todos convienen un plan de fuga que parte de la idea de secuestrar un avión e ir matando uno a uno a todos sus pasajeros hasta que Charlie sea liberado. El complot no va más allá porque para llevarlo a cabo hace falta un suministro de fusiles de asalto. Durante el atraco a una armería, la alarma silenciosa pone en sobreaviso a la policía que logra echarles el guante a todos.
Entretanto las epifanías religiosas van llegando a los miembros reclusos, pasando del extremismo luciferino de Manson al extremismo cristiano: Las chicas conceden entrevistas publicitando su arrepentimiento y Tex Watson inicia un ministerio evangélico dentro de prisión. En sus palabras, “los actos puros emanan de Jesús; los actos diabólicos, de Manson”.
Estados Unidos retira sus tropas de Vietnam en el verano de 1973. En el 74, Nixon dimite a causa del escándalo Watergate.
El mensaje de Charlie sufre una profunda transformación y ensalza la castidad, prohíbe las películas violentas y denuncia a las grandes empresas como responsables de la polución del medio ambiente. Bugliosi vende siete millones de copias de su libro titulado Helter Skelter. El 5 de septiembre de 1975, Lynette “Squeaky” Fromme, una de las portavoces principales de Manson, vestida con los atuendos de una monja teñidos de color púrpura, levanta una Colt. 45 para hacer fuego contra el nuevo presidente de los Estados Unidos, Gerald Ford. Un agente del servicio secreto la derriba. El atentado de asesinato, dice ella, era una forma de abrir los ojos al público americano en cuanto a las innumerables amenazas medioambientales.
En 1988, los Lemonheads graban la canción de Charle: “Home Is Where You’re Happy” y en 1993 los Guns N’ Roses hacen lo mismo con una versión de “Look at Your Gambe, Girl”. El dinero recaudado se destina, por orden de la corte, al hijo de Wojciech Frykowski.
Susan Atkins, diagnosticada con cáncer cerebral en 2008, fallece, un año más tarde, en el ala del hospital de la prisión, habiéndosela denegado la libertad condicional pese a sufrir parálisis en el ochenta y cinco por ciento de su cuerpo. En el lecho de muerte dice haber hecho las paces con Dios, pero no con Manson, al que consideraba “la persona más difícil de perdonar”. Patricia Krenwinkel y Leslie Van Houten siguen en prisión.
El último inquilino de la casa de Cielo Drive fue el músico Trent Reznor, que graba dentro su álbum The Downward Spiral con su banda los Nine Inch Nails.
Reznor llamó a su estudio de grabación “Le Pig” por la palabra con sangre escrita en la puerta principal. Decide mudarse (según algunos rumores, arramplando con la puerta de entrada) porque no dejaba de encontrarse ramos de flores muertas y velas encendidas alrededor del portón principal. La casa fue demolida en 1994 y sustituida por una nueva edificación.
Manson sigue recibiendo docenas de cartas cada mes y solamente responde a aquellas que llevan donaciones jugosas a nombre de su organización ecologista ATWA – Air Trees Water Animals (Aire, Árboles, Agua, Animales). Charlie toca la guitarra y lee la Biblia, se divierte con el National Geographic. Es vegetariano. Su actor favorito sigue siendo, como de niño, John Wayne.
Charles Manson es ya un preso de 80 años que no aspira siquiera a la libertad y anuncia boda con Afton Burton, apodada “Star”, de 26, con la que mantiene siete años de relación epistolar, una chica de cara ovalada y ojos a lo Susan Atkins, como parte de un episodio más de su propio reality.
La chica, que gestiona su web y aún conserva una cicatriz de la X que se grabó en su frente dos años atrás en solidaridad con su futuro esposo, también aspira a heredar el dinero que Manson ha ido acumulando gracias a la venta por Internet de su música, sus pinturas, mechones de pelo, y toda clase de recuerdos . “Es una paria oportunista”, la tilda uno de los hijos bastardos de Manson, “ya le han ofrecido 75.000 dólares por la exclusiva de las fotos de boda pero ella exige el doble”. ¿Se trata de otra de sus metamorfosis para mantener su estatus de celebridad siniestra? Jugando al despiste, Manson finge pelear por su inocencia y finge también su obsesión por el medio ambiente. El legado que empezó en pesadilla se resuelve en farsa y quizás ha llegado la hora de que el maestro titiritero se vuelva una marioneta en manos de otros codiciosos desalmados. Por eso ya no importa, salvo para el morbo ridículo, lo que pretenda este viejecito. El tiempo nos quita todo, hasta la posibilidad de inspirar miedo. Charles Manson no importa. Ha dejado de ser el símbolo de todo lo que puede ir mal con un ser humano. Ese que atisba entre los barrotes y nos juzga, con sus múltiples cortes de pelo, ya no es Manson.
Según dicen algunos miembros de la Familia que aún se declaran activos y viven en la semiclandestinidad, Charles nos sobrevivirá a todos, no tanto porque él no vaya a morirse sino porque en realidad ninguno de nosotros ha llegado a existir jamás. Con su potra, quizás lo consiga. Ya ha fallecido Doris, la madre de Sharon Tate, celosa cancerbero de su cautividad, y Patricia, la hermana menor de Sharon, por un cáncer de mama. Polanski permanece en el exilio después de ser arrestado por el asalto sexual a una niña de trece años y no ha regresado al nicho familiar donde quedan los restos de su mujer y su hijo, ha ganado un Oscar y sigue haciendo películas febrilmente. Linda Kasabian salió en libertad después del juicio y vive bajo otro nombre en una casa rodante. Hace sólo muy poco descubrió para su sorpresa que una conocida banda de rock se había puesto de nombre Kasabian por ella. Bobby Bausoleil escribe y graba música desde la prisión estatal de Oregón. Terry Melcher murió de cáncer en 2004. Dennis Wilson se ahogó en 1983 arrastrado hasta el fondo del agua por una vida de excesos, malas compañías y arrepentimientos. En su estupendo y único disco en solitario de 1977, Pacific Ocean Blue, escribe en la última canción, como anticipo de una despedida, las siguientes estrofas:
Aquí estamos, con nuestros sueños en el cielo.
Todos tenemos sueños.
Es formidable saber que estamos vivos.
Al final todo se acaba.
Ahí estás al final del show.
Muchas gracias
por todo lo que has querido,
por todo lo que has necesitado.
Muchas gracias por todo lo que has soñado.
Y ahora se ha terminado.
La vida no está hecha por las decisiones que tomamos ni es un asunto de carácter. La última palabra está en boca del azar. La vida es un rompecabezas cuyas partes no encajan, no construyen un dibujo, deja los episodios inacabados, su moraleja es una elucubración imaginaria.
Si Sharon no hubiese trabajado en El baile de los vampiros, tampoco habría enamorado a Polanski. Si Manson no hubiese conocido a Beausoleil, si Beausolil no hubiese matado a Hinman. Si Dennis Wilson no hubiese recogido en su coche a las dos chicas de Manson, si Terry Melcher no les hubiese dejado saber dónde vivía. Si él y su novia de entonces, Candice Bergen, no se hubiesen trasladado después de romper, si Manson no hubiese amado la música, si, si, si… Entonces Sharon quizás sería una actriz frustrada, una antigua modelo de gloria fugaz, una anfitriona de sonrisa radiante, que envejece despacio, hace compañía a un empresario maduro, y fuman juntos un poco de marihuana en el aire seco de las colinas de San Diego. Sería una mujer convencional y apacible, que recomienda a sus nietas conducir despacio, consumir pocas drogas y tener cuidado con los desconocidos. Una mujer ignorada por el mundo y querida por su familia, y no un icono muerto para revistas de moda nostálgicas y artículos sobre criminales.
Epílogo: 10050 Cielo Drive
Lo peor de todo es la expresión de los muertos. No es verdad que parezcan dormidos. Eso es trabajo del embalsamador. Los muertos tienen cara de cansancio (cansancio de sufrir) y tristeza. Curiosamente ninguno de ellos tiene los ojos completamente abiertos. El pánico no es una sensación que reflejan los cadáveres. Uno se muere cuando el cuerpo no tolera más dolor y miedo. Por eso los muertos tienen cara de sueño pero tampoco duermen (ni descansan). Les han interrumpido en medio de algo y lo imperdonable de la muerte es que no sabremos qué era ese algo.
El cuerpo desnudo de Sharon Tate mostraba dieciséis heridas de cuchillo, cinco de ellas letales. Jay Sebring había sido disparado una vez y apuñalado siete. Suman veintiocho los orificios negros como hormigas por donde el filo del arma penetró en Abigail Folger. Su novio Wojciech Frykowski presentaba dos heridas por disparo, cincuenta puñaladas y una cabeza machacada con rabia que hizo falta limpiar de sangre para que fuese reconocible. Steven Parent tenía una raja profunda en la mano, infringida cuando había intentado defenderse, y cuatro agujeros de bala del calibre 22. En resumen, puede decirse que los habitantes del 10050 Cielo Drive fueron golpeados, estrangulados, apuñalados, disparados. Y no habían muerto inmediatamente ni en silencio.
Tex Watson paró frente a las puertas electrónicas de la entrada y dejó a las mujeres esperando. Trepó por el poste telefónico, cortó los cables, regresó al auto, dio marcha atrás.
Subieron a pie la pequeña colina de la entrada, escalaron el muro y ya en el otro lado les dijo que iban a invadir esa casa, donde el productor de música Terry Melcher había vivido, para matar a todos los que estuviesen dentro. Y nadie dijo nada, ninguna abrió la puta boca, porque en ese momento de sus vidas la sumisión era casi absoluta y el asesinato no era un asunto tan grave dado que el espíritu sobrevivía al cuerpo en su viaje astral por diferentes realidades. Amén a la Biblia, los Beatles y a Charles Manson.
¡Amén! ¡Amén! ¡Amén!
Desenvainaron los cuchillos.
Hacía un calor insoportable. En palabras de uno de ellos, “era una noche tan silenciosa que podía casi escucharse el tintineo de los hielos de las cocteleras en los hogares de abajo”.
Les llegó un ruido de motor que procedía de la casita del jardinero y Tex salió al encuentro del auto de Steve Parent, precisamente detenido frente a la cancela. La boca temblorosa del muchacho se le llenó de balbuceos suplicantes que cayeron en saco roto. Hubo testigos que oyeron los cuatro disparos y los tomaron por petardos. La acústica caprichosa del cañón ahogaría las siguientes detonaciones, los chillidos, carreras y gritos de socorro, confundiendo la banda sonora de la matanza con fuegos artificiales o incluso crímenes más lejanos y por ello menos importantes (una patrulla de vigilancia dio parte de los tiros sin ser capaces de señalar su procedencia y la policía ni se presentó). Garretson, el jardinero, tampoco oyó nada (o eso aseguró a los detectives cuando lo trataron en un principio de sospechoso principal). Vio la tele, escribió algunas cartas. Trató de llamar por teléfono pero no había línea. Años más tarde, sin embargo, admitió haber escuchado los gritos. Se había asomado a la puerta de su casita para ver a una mujer perseguida por una figura de negro. Se había encerrado dentro, temblando, y sólo reaccionó cuando la policía se presentó por la mañana.
Tex puso el Rambler en punto muerto y lo bajó empujándolo por la rampa de acceso, con el cadáver de Parent cabeceando en su interior.
La noche había empezado de verdad con la boca del 22 abriendo fuego sobre la víctima más fortuita de todas porque Steven ni siquiera vivía allí o había sido invitado a venir, porque aquella era la primera y última vez que planeaba aparecerse (su objetivo: venderle al jardinero una radio con reloj) y de haber salido unos minutos antes, aquella hubiese sido una visita completamente olvidable, que él se vería obligado a adornar de peculiaridades para entrevistas y documentales posteriores. Pero Steven Parent, con dieciocho años y pinta de empollón, siempre había sido un chaval trabajador con poca suerte, y esa vez la suerte le abandonó del todo, lo dejó tirado en los asientos delanteros del vehículo que había tomado prestado de su padre.
Las mujeres vestidas de negro salieron de detrás de los arbustos. Eran sombras cohabitando en la oscuridad, aproximándose, a gatas, con los cuchillos en la boca, a la casa que les hacía guiños con su adorno navideño de luces. En el garaje de Cielo Drive se encontraban estacionados el Porsche de Jay Sebring, el Firebird de Abigail Folger y un Camaro alquilado por Sharon Tate.
Tex ordenó a Kasabian que fuese a la parte trasera de la casa y buscara alguna puerta o ventana sin cerrojo. Linda fingió hacer lo que le pedía porque las ventanas de la guardería recién pintada para el bebé estaban completamente abiertas y ella no dio parte. Tex se introdujo por una de las ventanas. Mandó a Linda regresar donde la cancela y permanecer como vigía en caso de que alguien se presentase. Así que ella se quedó al lado del Rambler, haciendo compañía al cadáver del muchacho, sin tener ni idea de qué estaba haciendo realmente allí. Las demás siguieron a Tex por la ventana y reptaron desde el rellano hasta el salón para encontrarse con los ronquidos poderosos de Wojciech Frykowski, todavía con ropa de calle y completamente traspuesto en el sofá.
Susan fue a inspeccionar el resto de la casa. Frykowski se removió a causa de los susurros y los pasos cautelosos y todavía entre telarañas preguntó en voz alta por la hora. No hubo respuesta pero se percibía la respiración caliente de las tres personas de negro observándole desde muy cerca. Wojciech entró en un estado de vigilia repentino y les preguntó quiénes eran y qué querían. Recibió una patada fuerte en la cabeza. El rostro de Tex se aproximó al suyo como si fuese a darle un beso:
—Soy el diablo y estoy aquí para hacer los negocios del diablo —siseó.
—¿Qué?
—Otra palabra más y te mato.
Susan atisbó a través de la puerta del cuarto de invitados. Abigail Folger, que leía con su camisón blanco, la sonrió al ver aparecer su cara, acostumbrada a las visitas sorpresa de los colegas de los Polanski. Susan le sonrió de vuelta, a modo de respuesta, y pasó de largo como una vieja amiga. Atisbó entonces en el dormitorio principal, tratando de pasar inadvertida, y vio a Sharon Tate y a Jay Sebring hablando al borde de la cama, en voz baja. Tate llevaba un picardías blanco y una bata muy fina cubriéndole los hombros. Sebring estaba completamente vestido.
Susan regresó al salón (saludando a su paso a Folger por segunda vez) para informar a Tex de los otros habitantes de la casa. Tex la ordenó que los trajera hasta él. Susan sacó a Abigail Folger de su habitación y a Sharon y Jay Sebring a punta de cuchillo. Ninguno intentó resistirse. El mal trago por ese allanamiento terminaría antes si colaboraban. Es la excusa que razonan las víctimas frente al matadero.
Susan ató las manos de Frykowki con una toalla, y Tex usó su cuerda para hacer los mismo con Sebring. Éste se quejó de que el nudo le apretaba demasiado y Tex le advirtió por última vez que si decía una sola palabra más, sería hombre muerto. Rodeó su cuello con la cuerda, pasó el otro extremo por encima de una de las vigas que corrían por el techo y ató con éste el cuello de Sharon, haciendo que compartiesen ella y Sebring un siniestro nudo umbilical que amenazaba con asfixiarlos y ya abrasaba la piel de sus cuellos. Sharon rompió a llorar y Tex le ordenó cerrar la puta boca y tumbarse. Sebring, que había perdido sus privilegios de amante hacía mucho tiempo pero aún la quería (era un secreto a voces), protestó:
—¿No ves que está embarazada?
Sharon gritó casi al unísono del disparo, el cañón humeante del arma miraba hacia Jay Sebring, que se tiró al suelo con las manos en las costillas (tenía el pulmón izquierdo perforado). Tex le propinó varias patadas en la cara, enajenado de rabia y Sebring se desmayó sobre la alfombra. En una peli, Watson hubiese dicho: “Te lo advertí” con una mueca vulgar, en lugar de eso informó a todos de que querían su dinero. Folger, escoltada por Susan vació el suelto de su monedero, unos miserables setenta dólares, y los contaron junto al cuerpo de Sebring, que hasta hacía unos instantes había sido el celebrado peluquero de las estrellas y ahora procuraban no mirarle, no hacerle caso, pretender que eso de allí no era un ser vivo agonizando con uno de sus pulmones colapsándose de sangre. Tate les dijo entre sollozos que en la casa no había dinero pero podrían conseguir más si les daba algo de tiempo. Tex estaba demasiado frustrado para escucharla. Había tomado con Susan ácido durante el día y metanfetamina al atardecer de un pequeño alijo que mantenían oculto del resto. Las drogas le ayudaban a mantenerse en un estado permanente de furia. Sebring gemía como hace la gente que quiere despertar de un mal sueño. Tex se mordía los labios: esos malditos ricos y sus bancos y sus talonarios y sus fortunas invisibles desvaneciéndose al contacto de sus dedos ansiosos. Se puso de rodillas al lado de Sebring y le enterró el cuchillo en la espalda una y otra vez. El cuerpo de Jay lanzaba patadas al aire, con los ojos completamente abiertos (cayendo de una pesadilla a otra) hasta que prácticamente dejó de moverse, temblando discretamente como si temiera molestar. Tex se levantó con la sangre del cuchillo resbalándole por el antebrazo y sentenció, dirigiéndose especialmente a las mujeres:
—Vais a MORIR TODOS.
La casa se llenó de súplicas prorrumpidas en forma de gritos aunque nadie más fuese capaz de oírlas.
Por un momento Susan Atkins se quedó petrificada al ver a todo el mundo desperdigarse a la carrera, como si presenciase una competición de ángeles y demonios. Wojciech revolvió sus manos dentro del nudo torpe y poco afianzado que le había hecho Susan con la toalla y en unos segundos las tuvo libres. Tex gritó a Susan: ¡Mátale, joder! Atkins lanzó un alarido con el cuchillo en alto y Wojciech trató de sujetarle las muñecas en vano. Saltaron del sofá y forcejearon de pie por el control del arma. Patricia Krenwinkel empezó a golpear con el cuchillo a Abigail Folger que emprendía la retirada atravesando las habitaciones de la casa. Frykowski tiraba de la larga melena de Susan y Susan le apuñalaba a ciegas, a veces al aire, a veces golpeando con la hoja las piernas de Frykowski y rebotando contra el hueso. En conversaciones posteriores, en su etapa cristiana, decía sentir «una fuerza que sujetaba su muñeca y le impedía clavar el cuchillo». También declaró que «Tex estaba lleno de una súper fuerza demoníaca». Tex disparó dos veces sobre Frykowski pero viendo que aún ofrecía resistencia, lo abatió saltando sobre él, mutilando su cabeza con la empuñadura del arma, que sostenía por el cañón largo a modo de martillo. La culata de nogal se astilló en tres partes a causa de la fuerza de sus golpes contra el hueso del cráneo. Desfigurado, Wojciech Frykowski gritaba algo que no eran palabras sino balbuceos frenéticos, aullidos de un animal aterrorizado y lleno de dolor. Salió por la puerta principal en una máscara de sangre, donde Linda Kasabian llegó a tiempo de verlo desplomarse a sus pies en ese porche de madera que recorría la entrada apaisada de la casa. Al mismo tiempo Abigail Folger corría, seguida muy de cerca por Pat Krenwinkel, que sostenía su propio cuchillo (ensangrentado, ya la había herido aunque no fuese de gravedad). Abigail consiguió abrir la puerta trasera. Tex se sentó encima de Frykowski y le apuñaló varias veces más. Linda, desde el umbral de la puerta, vio a Sharon atada por el cuello y con los ojos anegados en lágrimas y gritó a sus compañeros: “Por favor, parad de una vez, está llegando gente”, lo cual era mentira. Linda regresó confundida a donde habían dejado su coche, esperando en la falsa quietud de esa noche de verano.
Las dos mujeres, Krenwinkel y Folger, salieron al césped. Patricia Krenwinkel había pasado por la chica fea y peluda entre sus compañeros de instituto y Folger era la heredera de una inmensa fortuna asentada en el negocio del café. Krenwinkel se había enamorado de Manson y su causa durante la primera noche que se conocieron, en la playa, escuchándole cantar y haciéndole el amor, escuchándole llamarla hermosa, por primera vez, la primera vez que un hombre… y ahora no sentía nada sino la urgencia de terminar el trabajo encomendado, cumplir con la voluntad de su mesías con polla y guitarra.
Dos figuras jadeando y gritándose una a la otra. Folger parecía un fantasma en su vaporoso camisón blanco. Folger que podía estar en cualquier otra parte del mundo y vivir defendida por unos muros de castillo y cuatrocientos guardaespaldas, había preferido cambiar de vida, apoyando activamente la candidatura demócrata de Robert Kennedy hasta que también lo asesinaron. Le gustaba codearse de figuras de la farándula, gente con inquietudes que iban más allá del dinero. Había recaudado fondos para la clínica gratuita del Haight-Ashbury, donde muchas de las seguidoras de Manson habían sido tratadas de gonorrea. También trabajaba como voluntaria con niños de barriadas pobres. Quedaban dos días para que cumpliese los veintiséis años. Había sido una buena persona, una fuerza de bien, con el coraje de atreverse a salir de los muros del castillo sin su escolta de cuatrocientos matones. Ahora su novio, un escritor frustrado y traficante de drogas ocasional, estaba muerto en alguna parte de la oscuridad y lo peor es que él era la única persona capaz de defenderlas. Si Frykowski había muerto, todas estaban muertas. Huía, quería dejar atrás la casa y a Sharon, colgando de una viga y vigilada por otra loca armada de un cuchillo. ¿Pero qué más podía hacer ella? Huir mientras la sangre de sus heridas descendía como una menstruación torrencial por sus piernas.
Fue una carrera corta. Pat derribó a Folger poco después de salir por la puerta que daba a la piscina resplandeciente. La hierba achicharrada por el sol de esos días, desapareció bajo el peso de ambas mujeres, que parecían amantes abrazadas en la clandestinidad. Pat prodigó a Folger otra andanada de puñaladas, hasta que ésta dejó de resistirse, y la dijo llorando:
—Vale, me rindo, me has matado —y trató de cerrar los ojos, dejarse llevar, zarandeada, vibrando con cada nuevo golpe del cuchillo. Se sentía todo lo cerca que se puede estar de la muerte sin tener la boca llena de gusanos. Ahora quería que la dejasen en paz.
Patricia sintió a alguien más a su lado. Alzó la cabeza y se cruzó con la mirada aprobadora de Tex Watson.
—¿Está muerta?
—N-no, no lo sé.
Era verdad que no lo sabía como tampoco se atrevía a cerciorarse, a posar su oreja sobre la boca por la que salían hilos de sangre a causa de un corte que le abría la mejilla, o a buscarle el pulso en la arteria carótida del cuello por donde también manaba sangre.
—No te preocupes. Yo me aseguro —le dijo Tex con voz ronca—: Tu vete a la casita de atrás y mata a quienquiera que esté allí.
Pat Krenwinkel se alejó, temblando a su pesar, pero no llegó hasta la casa donde vivía William Garretson. Se detuvo fuera de la vista de Tex y esperó un rato, recuperando el aliento. Le dijo a Tex que se había asomado a la ventana sin ver a nadie. Él ya había finalizado su trabajo con Folger. Su rostro enloquecido, sudado y asqueroso inclinado sobre ella era lo último que Abigail había visto. Tex, llevado por la adrenalina, tuvo que matarla varias veces más, una y otra vez, sobre el colchón de sangre y pelos de hierba lavados por la mañana.
Mientras tanto en la casa de Cielo, Susan y Sharon esperaban en la incertidumbre, en los gritos y en el repentino silencio, esperaban agotadas emocionalmente en la quietud de la muerte. Mientras estaban solas, en esa sobrecogedora intimidad, Sharon intentaba apelar al sentido maternal de Susan, le pedía que le dejara vivir por su hijo, que podían secuestrarla, mantenerla como rehén y esperar a que diese a luz para después hacer con ella lo que quisieran. Susan era inconmovible, lo que achacaría después a la cantidad de drogas que consumía.
—No me importas tú ni tu niño. No siento ninguna piedad por ti.
Sintieron los pasos de Tex entrando por la puerta, y asomó su rostro cubierto de la sangre fresca de los amigos de Sharon. Krenwinkel le seguía. Sharon volvió a repetir sus súplicas y Krenwinkel se puso a dialogar con Tex acerca de si secuestrarla podía ser mejor idea que matarla. ¿Qué complacería más a Charlie? Finalmente, dejando que Sharon escuchase todo, se decidieron por el asesinato. Susan agarró a Sharon por detrás y ella empezó a chillar, por favor, por favor, mi hijo no, mi hijo no. Cuando vio el cuchillo avanzando, intentó cubrirse el estómago con las manos. “No soportaba sus lloriqueos”, confesó Susan Atkins. “Continuaba siendo hermosa hasta que la corté”, ha rememorado muchas veces Tex Watson.
Sharon fue la última en morir, sentada en un extremo del sofá, rogando. Fue apuñalada dieciséis veces en pecho, abdomen y espalda por Tex y posiblemente también por Susan Atkins (sus testimonios han ido variando en el curso de los años). La hoja atravesó los pulmones, el hígado y su corazón causándole una hemorragia masiva. Sharon sollozó y, con la conciencia nublada de dolor, invocó a su madre. Después se desvaneció para siempre.
Atkins empapó una toalla en la sangre de Sharon y escribió cuidadosamente la palabra PIG (cerdo) en el lado de afuera de la puerta principal. También tuvo la inspiración de abrir el vientre de Tate y ofrecerle el bebé a Charlie como regalo. El feto, completamente desarrollado, habría sido capaz de sobrevivir fuera del cuerpo de la madre. Pero desistió. Ideas de loca, se dijo, y además ya la estaban esperando fuera. Paul Richard Polanski se hubiese llamado el hijo de Roman y Tate y así figura en la lápida del suelo donde acompaña a su madre, a su abuela y a su tía.
Condujeron en silencio hasta salir del recinto de la mansión de los Polanski. Estalló la histeria dentro del auto cuando Susan se dio cuenta de que había perdido su cuchillo. Tex la gritó de vuelta llamándola zorra estúpida. A Pat le dolía la mano con la que había apuñalado a Folger, debido a que el filo del cuchillo también había rebotado contra un hueso. Todos estaban especialmente furiosos con Linda por haberles dejado a solas. Ella no chistó y siguió conduciendo mientras los otros se cambiaban las ropas sucias. A un lado del camino arrojaron los cuchillos, que nunca más fueron encontrados, y un poco después el Buntline 22 con la culata resquebrajada.
Eran poco más de la una de la madrugada cuando Manson les recibió a la entrada del rancho Spahn, preguntándoles por qué estaban de regreso tan pronto. Tex confesó que el asunto se les había ido de las manos y había sido un auténtico desorden pero al menos todo el mundo en Cielo Drive estaba muerto. Charlie aún se enfureció más cuando vio que se presentaban con 70 dólares de mierda. Les preguntó si alguno de ellos sentía remordimientos por lo que había sucedido y cuando todos negaron con la cabeza (les iba la vida en ello), Charlie se montó en el Ford y condujo de vuelta a Cielo Drive. Entró en la casa de aspecto vulnerable, con la puerta abierta y los cadáveres humeando el último vestigio del calor de su sangre. Charly paseó por las habitaciones como si fuese su dueño. Rebuscó dinero infructuosamente. Se detuvo a mirar en el salón a la rubia gordinflona despatarrada en el suelo. La recordaba. No parecía la misma. Ella había permitido que le tratasen maleducadamente aquella vez que se presentó buscando a Terry. Limpió restos de huellas, cambió algunos muebles de sitio, cubrió con una toalla la cabeza de Jay Sebring. Dejó a plena vista unas gafas que había encontrado en alguna parte. La larga bandera americana, con la que Wojciech se había cubierto tan sólo una hora antes, estaba en el suelo. Charlie la recogió, la extendió completamente en el respaldo del sofá, muy cerca del cadáver embarazado y en ropa interior de Sharon. Era una puesta en escena dantesca que confundiría completamente a los responsables de investigar el homicidio y entusiasmaría a la prensa.
Aquella era, pese a no haber estado presente, la obra de Charlie (habían sido sus órdenes, sus soldados) y por eso se permitía añadir sus propios retoques, una pizca de locura a la locura. Le hubiese gustado tomar una foto. Era una visión hermosa. Ese es el aspecto que presenta el fin del mundo. La canción que se habían negado a escuchar.
Eso era Helter Skelter, un ruido ensordecedor. Charlie volvió al rancho y durmió sin remordimientos el resto de la noche.
Shenzhen, solsticio de invierno de 2014
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Lee toda la serie:
Y me olvidaba, gran acierto comenzar por el background político y social de la época, excelente relato.
Increíble relato, realmente tienes talento para, como tú mismo dices, adornar los hechos que son casi exactos a lo que se tiene como versión oficial, lo que sí dudo mucho es la presencia de Manson en la casa luego de los asesinatos, Susan Atkins declaró que la toalla con la que escribió la palabra PIG fue lanzada por ella y fue una coincidencia que cayera sobre la cabeza de Sebring, de todas formas gran relato eleva muchísimo el interés sobre una lamentable historia que por sí misma (sin detalles que podrían o no haber ocurrido) resulta fascinante. Saludos.
Gracias, Serena, por tus comentarios, elogios y opiniones.
Desgraciadamente nunca estaremos seguros de lo que pasó en Cielo Drive, ya que los testigos más fiables no salieron con vida. Las versiones de los acusados han diferido desde el comienzo y a lo largo de los años se han seguido modificando. A la hora de escribir sobre los sucesos, me tenía que decantar por uno u otro testimonio para no ralentizar la narración con el amplio abanico de posibilidades. Todo lo que puedo afirmar es que no hay un solo detalle en la historia que provenga de mi imaginación, más bien de la fabulación de los asesinos. Así como hay muchos que todavía proclaman la inocencia de Manson, tampoco estamos completamente seguros de que regresase a la casa, pero varios autores, haciéndose eco de los testimonios de miembros de la Familia, cuentan que eso fue lo que ocurrió.
Susan Atkins, de entre todos los voceros de esa noche, es la persona menos fiable, una completa fanfarrona que cuando salió de esa nube de drogas, lamentó no haberse mordido la lengua a tiempo. La toalla en el rostro de Sebring, según vemos en la foto, no presenta el aspecto de haber caído accidentalmente. Según Polanski, la toalla la puso un oficial de la policía por el pudor de las heridas, algo que resulta difícil de creer porque hubiese contaminado la escena del crimen. Sí está claro que los asesinos salieron casi en desbandada, que Manson no estaba contento con la forma en que se hicieron las cosas y varios cuentan que regresó a Cielo Drive(quizás también acompañado de otros)para organizar un tipo de montaje escénico. Las dudas siempre estarán ahí y lo único seguro es el dolor que ha perseguido a los deudos toda su vida.
Espero que tengas ocasión de leer esta respuesta y te haya servido de ayuda. Muchas gracias por leernos.
Sí tienes mucha razón nunca se sabrán los detalles exactos de lo que sucedió, yo leí Helter Skelter de Vincent Bugliosi y realmente es lo único que he dado por verídico de esta historia pero es verdad que pudo haber mucho más. Otra vez felicitaciones porque el relato completo es excelente.
Saludos.
La historia y el resumen de los hechos son escalofriantes pero lo peor de todo es que sucedio, las personas existieron y el daño enorme que la secta de Manson provoco en esas familia es enorme y como le negaron la vida a ese inocente quitandole la vida a su madre… como dice Maquiavelo el hombre es ciervo del hombre
Escalofríante toda la historia, la verdad que no me quiero imaginar lo que deberieron pasar las víctimas. Atajo de chiflados drogadictos, a lo que llega la locura humana y el poder de persuasión de un monstruo