Al final de todos los caminos, todos los soles de adolescencias agitadas, de todos los viajes realizados y soñados, queda ese hombre solitario con su botella gastada haciendo autoestop en el borde de la carretera. Kerouac, el héroe de la generación beat, es un hombre que descree de su propia leyenda y de los motivos para seguir vivo, es un alcohólico suicidándose lentamente y al que le quedan muy pocas cosas y amigos de verdad. Sumergido en la escritura de su nuevo libro, intenta rescatarse a sí mismo en el falso refugio de Big Sur. Murió siete años después de haberlo acabado, con 47, de una hemorragia interna ocasionada por la suma de toda una vida de excesos etílicos.
La mejor adaptación que se haya hecho de alguna de sus obras es esta película dirigida por Michael Polish. Nos transmite sus palabras, acompañadas del gran trabajo actoral de Jean-Marc Barr, el Kerouac más fidedigno, y de la música de Bryce Desser, miembro y compositor de The National.
En diciembre de 1948, Kerouac escribió este fragmento profético en una carta: “Creo en protegerse del frío, en la buena comida, en la bebida, y en muchas mujeres alrededor, en la interacción de los sexos, y en mucha conversación alborozada e insignificante, y en historias, y en libros, y en la alegría dickensiana (…). Creo que pronto moriremos todos, enloqueceremos, nos rendiremos… “