Post Tenebras Lux (Carlos Reygadas, 2012) Todo aquello que pueda aparentar caos, falta de guión, relato incomprensible y que, además, ni conmueva ni perturbe, ni haga pensar, es un fracaso absoluto del creador. Si, como ocurre en el cine de Reygadas, cada película abre múltiples campos de reflexión, establece puntos de partida personalísimos en los que es el espectador quien debe buscar soluciones y respuestas, podremos criticar el estilo o la forma, pero no decir que el relato carece de sentido.
Escrito por Miguel Martín Maestro
Edición gráfica por Pablo Cristóbal
Escuchaba esta semana una frase que se ajusta al cine de Reygadas muy bien, “escandalizará a los que siempre se escandalizan”, o aburrirá a los que siempre se aburren, o no interesará a los que desde siempre buscan en el cine una historia con presentación, nudo y desenlace convencionales. La película de Post Tenebras Lux tiene presentación y desenlace, y obviamente hay nudo, que el relato no sea lineal ni comprensible sin un esfuerzo por parte del espectador no tiene que ser algo negativo, es la consecuencia lógica de nuestra costumbre de disfrutar solamente con lo fácil y predigerido. Si así fuera como canon estético, nadie disfrutaría con el Ulises de Joyce, las magdalenas de Proust, los cuadros de Rothko, el dodecafonismo de Berg o la danza de Pina.
Por propia necesidad o por “épater les bourgeois”, Reygadas crea un tipo de cine que oscila desde el feismo al esteticismo, desde el erotismo al sexo explícito, de la pobreza al mundo económicamente dominante sin transición alguna. Post Tenebras Lux lleva más optimismo en su título que en su visionado, pero basten los dos primeros planos secuencia con los que la película se inicia, para sentirse conmocionado e intrigado con lo que se observa.
Durante estos minutos que la abren vemos a una niña muy pequeña, sola, en un prado, rodeada de perros y animales, disfrutando de la vida y del descubrimiento de todo lo que la rodea. Los minutos pasan y la luminosidad del día va desapareciendo hasta la penumbra, según pasa el metraje lo que inicialmente parecía algo tranquilo, relajado, inane, pastoril, se torna amenazante, la falta de luz introduce el elemento de abandono y desamparo que, a plena luz del día no advertíamos, los animales, sin cambiar de comportamiento, tornan de afables y amistosos a amenazadores, las risas de la niña (la propia hija del director), se transforma en gemidos y sonidos de miedo, el cielo se oscurece al tiempo que se oyen los primeros estruendos de la tormenta que avanza.
El siguiente plano es aún más sugerente y enigmático, un plano fijo, una casa a oscuras, la noche en la que dormimos, y una puerta que se abre mientras un resplandor rojo empieza a anunciar una presencia que se hace visible. Un diablo refulgente, portando una maleta, llega a la casa, como si volviera de trabajar y regresara tras una dura jornada, su caminar es encorvado y lento. Agotado pero constante, el diablo va inspeccionando habitación por habitación, abre la puerta del dormitorio donde una pareja duerme desnuda, se da la vuelta y se encuentra en el dormitorio de los niños, uno de ellos, probablemente la misma niña que hemos visto minutos antes en el prado, levantada, mira cara a cara a este diablo sin ojos, que, finalmente, decide pasar la noche en el dormitorio de los adultos.
Fin de los primeros e intensos quince minutos de película, ya tenemos la tesis presentada, la infancia como ámbito de juegos y descubrimiento, sin maldad desarrollada, y la etapa adulta como ejemplo de todos los demonios interiores que nos acosan, como momento vital en que toda nuestra maldad es capaz de salir a flote y manifestarse.
Reygadas continúa aportando nuevas ideas a su cine, celebremos la existencia de francotiradores de la imagen.
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