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Escrito por Miguel Cristóbal Olmedo
Edición gráfica por Alicia Victoria Palacios Thomas

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En el papel de Cassady: Izquierda – Nick Nolte en Heart Beat, generación perdida (1980); derecha – Thomas Jane en La última vez que me suicidé (1997)

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Tim McCoy y Dorothy Sebastian

Neal buscaba una mujer que necesitara ser salvada y asimismo que lo salvase a él. Fueron presentados en el cuarto de Carolyn, un hotel residencial de la calle Grant, por un conocido que también quería iniciar un romance con ella o; sin embargo, Carolyn, acostumbrada a pretendientes anodinos con el cinturón mal sujeto a los pantalones, cayó rendida a los pies de aquel aventurero, que, aun siendo su extremo más opuesto, probablemente su antagonista, fue capaz de engañarla jugando a personificar -creyendo que aún podía serlo- el cowboy de sus fantasías.

El padre de Carolyn era responsable del departamento de bioquímica de la universidad de medicina de Vanderbilt y su madre una devota profesora de lengua inglesa. Ella leía a sus hijos cuentos sobre príncipes que llevaban de paseo dominical a sus novias, sentadas en la grupa del caballo. La niñez de Carolyn Robinson la protagonizó una mansión sureña en perpetuo estado de renovación, juegos sobre tesoros de piratas y expediciones a las ruinas de casas abandonadas. Leían libros y tocaban el piano. Cuando cumplió los diez años, sus hermanos mayores empezaron a abusar sexualmente de ella, amparados en su timidez y en las normas vetustas de silencio y decoro que plantaba el patriarca de la casa con vehemencia anglosajona. Por supuesto, Carolyn se culpaba de todo. La mujer es el pecado y el hombre la energía que se enreda en ese pecado y por eso su inocencia desgarrada la convertía en manzana y serpiente en el paraíso edénico de la infancia.

Su vena artística la llevó a estudiar teatro y a enrolarse en un fantástico viaje a Nueva York en el que volvió a ser violada por un locutor de radio más o menos popular con el cual mantenía una relación platónica y llena de malentendidos. Desde entonces Carolyn se encerró en un caparazón de indiferencia. Los hombres le parecían seres constituidos por el elemental deseo de destruir o penetrar, a los que bastaba la excusa de una sonrisa o una caída de ojos para sentirse incentivados.

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Carolyn Robinson

Carolyn Robinson era una joven educada de veintidós años, escarmentada de hombres y con pruritos de actriz (había estudiado los textos de Stravinski), retratista y diseñadora, suave, nívea, coronada por halos y brillos dorados -un ángel con sus heridas muy enterradas por el pudor-, cuando fue a estudiar a Denver, por orden de su padre que quería hacer de ella una maestra respetable.

Bill Thompson, el muchacho de turno que le hacía la corte, ya le había contado varias anécdotas sobre Cassady, a veces atribuyéndose sus méritos para impresionarla. Cuando en marzo de 1947, Neal y Carolyn, cowboy y princesa, se vieron por primera vez, no hablaron demasiado. Neal Cassady, con una camiseta blanca transparentando su físico de gladiador, le clavaba su mirada azul mientras escuchaban en silencio disco tras disco con música de saxofón. Después Neal les pidió ayuda trasladando alguna de sus cosas a su nueva habitación de hotel. En el desorden habitual de su cuarto mohoso, Neal le tendió un poema de amor que supuestamente había escrito (en realidad era de Allen Ginsberg, aun suplicándole volver a ser su amante). Ella lo guardó emocionada porque la mayoría de sus amistades estaban incapacitadas para la lírica.

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Neal Cassady y Allen Ginsberg

En el camino, Neal Cassady se enzarzó en una discusión con una chica joven que les salió al paso.

-¿Quién es? -preguntó Carolyn intentando no sonar impertinente.

-Oh, ella, sí, es LuAnne, la esposa de Neal.

Carolyn Robinson se sintió más decepcionada de lo que habría podido imaginarse. Se dijo así misma que allí terminaba todo lo que hubiera podido ser aunque no supiera qué era eso. Se equivocaba. Dieciséis años de un matrimonio tortuoso y tres hijos fue una parte del saldo que se empezó a cobrar ese día tan largo y lleno de guiños del destino.

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………..LuAnne Henderson

Neal los llevó a una tienda de discos y en la cabina se agolparon para escuchar a Benny Goodman tocando Sing, sing, sing. Cassady entraba en éxtasis, cerrando los ojos, golpeándose lar rodillas, ladeando la cabeza al ritmo de la contundente batería. Carolyn, acostumbrada a atemperar sus emociones, no sabía si era un zafio o el tipo más interesante que hubiera conocido. Ella, tan acostumbrada a rehuir fuegos y peligros, sentía más curiosidad que nunca por saber lo que se sentía ardiendo así. Tras una sesión de dos horas de epifanías musicales y sudores (un rato que a Carolyn se le hizo muy largo por sentirse excluida), Neal urgió a los otros a que fuesen a comer juntos en un buen restaurante. Carolyn y Bill le esperaron en vano sentados a la mesa mientras él iba a buscar a LuAnne, a su amigo Al Hinkle, que ya entonces era todo un delincuente, y a la novia de Al. Bill Thompson miraba a Carolyn con una sombra de preocupación:

-¿Qué impresión te ha dado?

Pero a Carolyn Robinson le parecía de mala educación hablar de primeras impresiones sin dar tiempo a la otra persona de defenderse.

Le hubiese dicho: está loco. Y es posible que ya entonces no se hubiese equivocado. Pero la locura no lo era todo. Había algo más, algo que estaba allí y no estaba, algo que sentía cubriéndola el cuerpo entero y a lo que era incapaz de adherirse. Cassady pertenecía al grupo de hombres apasionados por enigmas invisibles y para los que nada es bastante.

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Beats

Recordó que pensó: está loco. Y que ese mismo pensamiento insufló su corazón de una vida nueva, de una inmensa alegría y de un inmenso miedo.

Neal Cassady no se presentó pero recibieron las disculpas de Al y su novia, y también les pasaron un mensaje de Neal, conminándoles a verse todos esa noche en el cuarto de Carolyn, pues era el lugar más espacioso para reunirse. Así era Neal, un huracán que no te daba tiempo a contradecirle. Y Carolyn, acostumbrada a las sonrisas tatuadas, los protocolos de cortesía y las relaciones postizas, no supo cómo negarse a una propuesta tan directa.

Esa noche la pasaron en compañía de una parlanchina LuAnne, esforzada en demostrar la dicha de su matrimonio, presumiendo con las historias sobre su viaje de novios a Nueva York y el encuentro con Allen Ginsberg y Jack Kerouac, un joven escritor del que Neal y ella se habían echo muy amigos. Cassady no brilló especialmente y se mantuvo sombrío y callado, oteando las ventanas del cuarto con vistas a la nada. Echaba de menos a su padre y se había obsesionado con Carolyn, pero dando la espalda a los asistentes no era más que un muchacho con sus cualidades sociales atrofiadas.

Mucho más tarde, a las dos de la mañana, cuando todos se habían ido ya, incluso un Bill Thompson insistente y desesperado, que de alguna manera presentía -y no se equivocaba- que aquella era su última ocasión de ganarse el corazón de Carolyn, se escucharon unos toques quedos en la puerta. En el umbral se encontraba Neal con una maleta por la que asomaban unos calzones largos. Explicó que no tenía dónde quedarse. Se dejó caer abatido en el sofá de Carolyn. LuAnne le había echado del hotel porque estaba celosa de ella.

-¿De mí? Pero si yo no…

-Es una niñata, nunca debí haberme casado con ella. Pero, ¿qué podía hacer? Sentía tanta lástima por ella y su madre…

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…..Carolyn Robinson

Carolyn permitió que se quedase esa noche en el sofá, por miedo a que el conserje, que Neal había conseguido burlar, lo pescase saliendo de su cuarto a una hora tan intempestiva. Pasaron la noche haciéndose confidencias en un hilo de voz, sin sospechar que las historias que Neal le contaba eran mentiras improvisadas. Ámbos evitaban nombrar a sus padres, las palizas que recibía Neal y las atenciones sexuales que le brindaban a ella sus hermanos mayores. Cada uno con sus propias heridas ocultas en una confusa vergüenza. Aquella fue una noche en la que terminaron de enamorarse el uno del otro sin habérselo contado todo. En realidad, sin saber nada el uno del otro.

Así fue cómo en un día Carolyn Robinson pasó a ser la «novia aristocrática» de Neal Cassady, como a él mismo le gustaba llamarla. Y a la vez que mantenían una relación casta, en el plano de las emociones y los desafíos intelectuales, en donde se daba por supuesto el sexo como una grosería, Neal hacía sus habituales escapadas para darse algunos revolcones con LuAnne, de quien ya intentaba divorciarse, o para perseguir a las hermanas Guillion, dos enfermeras voluptuosas, con risa cachonda, que vivían en las proximidades.

Neal Cassady era el cowboy galante con Carolyn Robinson pero muy pronto se cansaba del papel y necesitaba regresar a los billares, al frenético baile del jazz y la bencedrina.

De madrugada, escribía desvelado cartas impetuosas a su antiguo amante Allen Ginsberg, para convencerlo de que aun habiendo superado su fase homosexual, podían seguir siendo amigos. Y largos pergaminos epistolares a Jack Kerouac, con su escritura atropellada y eléctrica, narrándole sus conquistas fugaces en bares y autobuses, procurándole la inspiración necesaria en estilo e historia para la novela que pergeñaba sobre unos tipos que salen a la intemperie del camino.

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De izq. a dch.: Neal Cassady, Allen Ginsberg y Jack Kerouac

A Denver peregrinaron los beatniks, invitados por Neal Cassady, que ya era su padre espiritual -el padre de un movimiento que aún no tenía nombre ni causa y se manifestaba en el malestar hacia una forma de vida conservadora y pedestre-. La noche del reencuentro entre Ginsberg y Cassady hubo botellas rodando, sesiones intensas de marihuana. Ambos hablaron de naderías trascendentales, expulsados de cada bar en el que entraban hasta acabar por irrumpir en el cuarto de Carolyn, ya enamorada de pies a cabeza de Neal, y a quien éste prácticamente forzó a acostarse con él mientras Ginsberg yacía traspuesto en el sofá. Neal, a quien el alcohol y la marihuana había desdibujado su papel de Tim McCoy, regresó a las artimañas chapuzas de amante del tres al cuarto en el asiento trasero de los coches, logró vencer el rechazo de Carolyn y la montó de forma ruda y salvaje, con ella debajo reprimiendo los gemidos de dolor. Neal fue un mujeriego pero eso no hizo de él un buen amante. Carolyn confesó que jamás tuvo un orgasmo -ni con él ni con nadie, tuvo a bien de especificar y que Cassady era un hombre que sólo se complacía a sí mismo.

Después de aquella noche, las ausencias de Neal proliferaron. El espíritu de su padre invadía su mitad sedentaria. Jack Kerouac también pasó un tiempo con ellos: el bueno de Jack, el Jack tímido e inteligente, en vías de ser uno de los escritores más importantes de su generación, yendo a visitar a Carolyn a sus ensayos teatrales en un escenario de principiantes iluminado por una luz roja que le daba al cabello de los actores la apariencia de un incendio, el galante de Jack que la acompañaba a casa donde Neal aún no había regresado de sus proezas sexuales con anónimas mujeres aduladas por el tizón de su polla, el tímido y leal de Jack que compartía con ella sus cigarrillos y la llevaba a un bar a escuchar música, el triste y resignado Jack tomando los brazos de Carolyn para marcarse un baile lento y lleno de miradas.

-Es una pena pero así es la vida. Neal te vio primero.

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Carolyn Cassady y Jack Kerouac

Todo esto no era más que el comienzo de un sinfín de decepciones: Carolyn sorprende a Neal Cassady en la cama con Ginsberg y LuAnne, que nunca lo puso fácil, convertidos en un rebujo de piernas.

Pero en una ausencia de meses se escriben cartas ardientes que vuelven a poner al vaquero a la altura de su reputación. Carolyn lo recibe nerviosa en su nueva residencia en San Francisco, y él, agradecido, la inicia en la marihuana. Esa noche, tras hacer el amor, se tumbaron en el suelo, que latía por el desenfreno de la música del tocadiscos, y se imaginaron de ancianos, en el porche de una casa amplia, cogidos de las manos mientras se mecían al unísono en un columpio. La vida iba a ser maravillosa a partir de ahora, se decían. Neal iba a encontrar un buen trabajo y a conseguir la anulación de su matrimonio con LuAnne. Llegarían los hijos, envejecerían despacio, sería una buena vida. Etcétera. La marihuana de Neal siempre fue buena y dulce y les ayudó a concebir sueños hermosos, sueños que probaron no ser más que un efecto secundario de la droga.

Helsinki, 26 de noviembre de 2012

Leer la tercera parte: El Cowboy y la Dama

 

etdk@eltornillodeklaus.com