El zombi y el mundo zombi normalmente es una metáfora. Cada una de estas historias necesitan de su propio análisis, no podría existir un análisis general, aunque todas, habitualmente, usan el recurso del zombi. Incluso el modo de ser de cada personaje zombi es analizable. Juan de los muertos.
Escrito por Daniel L. Serrano (Canichu el espía de bar)
Edición gráfica por Alicia Victoria Palacios Thomas
El cine de zombis no es uno de los mayores atractivos para quien esto escribe, pero quien esto escribe ha visto bastantes producciones sobre zombis. Los zombis son un producto cultural antiguo, aunque mucha gente joven pueda creer que son un producto de cultura de masas. Los zombis eran y son los muertos de la religión vudú que por medio de la magia negra vuelven a la vida estando muertos, o sea: a parecer que viven estando muertos. Su origen está hace muchos siglos en el África negra más profunda, se desconoce desde cuando. El vudú y la nigromancia vudú pasaron al continente americano en algún momento del siglo XVII, probablemente. No quiere decir que en el siglo XVI no hubiera practicantes del vudú entre los negros que llegaran a América, sino que el foco principal del vudú americano se encuentra en las islas del Mar Caribe desde el siglo XVII, fundamentalmente.
Los españoles, pese a su leyenda negra, tenían prohibido que sus súbditos practicaran el negocio de la trata de esclavos, en concreto que hicieran nuevos esclavos. Los únicos esclavos que se podían hacer eran los prisioneros de guerra en Europa, pero tenían otro régimen diferente al de la esclavitud, a pesar de que se asemejara. Tampoco los indios americanos fueron legalmente esclavos. España fue el único país del mundo, en aquellas épocas, que se planteó algo que hoy día nos parece un debate bárbaro, esto es: que los indios tenían alma y que eran seres humanos. El proceso teológico, moral, filosófico y legal tardó bastante en dar resultados, unos diez años, pero concretó que eran humanos, que tenían alma y que no eran herejes, sino paganos, por lo que había que enseñarles la religión católica como la verdadera. Por ello los reyes de España desde finales del siglo XV y comienzos del siglo XVI prohibieron la trata de esclavos con los indios. Estos pasaban a ser súbditos del Reino Hispánico al mismo nivel legal que el resto de españoles, sin embargo, la particularidad de la cultura india llevaba a que estos fueran objeto de evangelización y objeto de que a ellos se les cobrara los impuestos no con dinero, que no tenían, sino con periodos de tiempo en los que debían realizar trabajos para la Corona. Era la llamada mita que llevó a tantos indios a las obras públicas y a las minas, trabajos duros y letales que los españoles no querían desempeñar por sus altas tasas de mortalidad.
Sobre la década de 1540, Carlos I de España, comenzó a dar pasos legales que culminó su hijo Felipe II en la década de 1550, para que se diera por terminada la etapa de política de conquista, para dar paso a la etapa política de colonización. El cambio de concepto político implicaba el cese de brutalidades entre conquistadores y conquistados en las guerras que allí hubo. A menudo en esas guerras y también después, los colonos y conquistadores españoles se saltaban las leyes que venían de España y trataban muy cruelmente a los indios. Ni que decir tiene que los trabajadores de las minas por medio de la mita, por ejemplo los del Potosí en la actual Bolivia, tenían condiciones de trabajo muy similares a la de los esclavos, incluidas las cadenas para los trabajadores díscolos, a pesar de que la Corona lo prohibía. América estaba muy lejos de España y los virreyes muchas veces aplicaban las leyes de manera discutible.
Hubo esclavos en la América española, pero estos no eran traficados por los españoles. Desde los Reyes Católicos, Isabel I y Fernando V, estaba prohibido practicar la trata de esclavos haciendo nuevos esclavos (otra cosa son las condenas a trabajos forzados y los prisioneros de guerra, que era otro tipo de esclavitud con otro concepto legal diferente al de esclavitud), pero lo que sí podían hacer los españoles era el uso y compra de esclavos que hubieran nacido esclavos. Lo que se prohibía era hacer nuevos esclavos, pero no tener esclavos. Además, se fomentaba y recompensaba la manumisión. Cuando desde otros países europeos se lanza la Leyenda Negra contra España pocos recalan en el hecho de que la península Ibérica apenas contó con población esclava, a diferencia de por ejemplo Francia o Inglaterra. Quienes sí podían practicar la trata de esclavos eran los reinos anexionados, pues no se quería generar un conflicto bélico grave con sus habitantes.
Portugal era el principal país del negocio de la trata de esclavos negros. Brasil se llenó de esclavos africanos y con ellos de creencias vudús a lo largo del siglo XVI.
Portugal fue anexionado por España en 1580 y permaneció como uno más de los reinos españoles hasta 1640. Sus negocios negreros nutrieron de población negra africana, con ella de vudú, a las Antillas menores y mayores y a las costas caribeñas. Al principio no eran muy adquiridos por los españoles de allí, eran “artículos” de lujo por su exotismo en el servicio de alguna familia adinerada. La producción agrícola todavía no era la principal fuente de ingresos de esa zona del Imperio, sino la recaudación de los impuestos y los comercios que una vez al año se hacía recogiendo todo lo recaudado en la América española y en Filipinas. Las diversas guerras del comienzo del siglo XVII hicieron que algunas islas cayeran en manos francesas, holandesas e inglesas, así como de piratas.
En cuanto a las otras naciones, estas sí que recurrían a una fuerte población esclava negra a la cual ponían a trabajar en el campo, es el caso de la Haití francesa o de la Jamaica inglesa. En cuanto a los islotes piratas, eran refugio de aquellos cimarrones cuya única vida viable en ese mundo era la piratería. Fueron los ingleses los que al llegar en el siglo XVII a América del Norte comenzaron a comprar un gran número de esclavos negros para que trabajaran en el campo. Allí no había minas de oro ni de plata, la riqueza venía del cultivo de la tierra. Tenían grandes plantaciones y los indios se morían antes que soportar sus trabajos. La población esclava negra era para ellos la ideal. En el siglo XVIII esta será la población mayoritaria entre los trabajadores del campo de los actuales territorios de los Estados del Sur de Norteamérica.
Ocurrió otro hecho necesario de mencionar en el comienzo del siglo XVIII. Los Augsburgo españoles se murieron sin descendencia y, tras una guerra de sucesión acabada en 1715, los Borbones franceses comenzaron a gobernar en España. En el periodo 1700-1715, Felipe V cambió todas las leyes españolas para adaptarlas a modo de las leyes francesas. En lo referente a América comenzó a tratar estos territorios como si fueran colonias y no una extensión más de España. Copió el modo de gobernar los territorios americanos de los franceses que, en España, jamás se había se había hecho de esa forma. A lo largo de todo el siglo XVIII los Borbones españoles cambiaron su política económica en el Caribe y trataron de copiar a los ingleses en lo referente a crear una economía de grandes explotaciones agrícolas mediante mano de obra esclava negra. Mediante una guerra breve con Portugal, de la que España salió victoriosa, Carlos III llegó incluso a anexionar para España un territorio africano portugués, en 1778, con la idea de usarlo como lugar donde practicar la captura de esclavos negros por primera y tardía vez en la Historia española. Algo vergonzoso, no obstante. Fue así como el Caribe español se llenó de población negra, si bien en los territorios continentales se tendía a manumitirles.
Cuba fue el principal productor de caña de azúcar, Puerto Rico fue otro de los grandes productores agrícolas españoles. Ambas islas no gozaron de la independencia en el periodo 1814-1822, y permanecieron en manos españolas hasta 1898, viendo eliminada la esclavitud en periodos tardíos de la década de 1870 y 1880. Es aquí donde está el origen no sólo de la población negra y mulata caribeña, sino también de la religión vudú y su tradición zombi en estos lugares de América.
Las primeras películas de zombis tratan el tema desde un punto de vista anglosajón, que trata de ajustarse a la tradición vudú y su hechicería, dentro del contexto de las historias de terror que habían proliferado desde los años 1930 y 1940.
Los zombis, estrictamente en la vida real y entre las hechiceras y los hechiceros vudús, vuelven a la vida para servir a quienes los resucitan. Existe una leyenda auténtica de cierta isla en la que, a comienzos del siglo XX, toda la población estaba hechizada por su dictador; eran dominados por un ejército vudú, más no recuerdo bien si esta isla era Haití. La cuestión es que el cine asoció a los zombis a las historias de terror y, muy de vez en cuando, se han hecho referencias a este origen de zombi como muerto viviente al servicio de su resurrector. Quizá cerca de ese sentido esté la película 007, vive y deja morir (Guy Hamilton, 1973), donde se recoge muy bien que quizá el zombi auténtico no sea tanto un muerto viviente, sino alguien caído en una especie de estado de hipnosis o de catarsis, no sabría decir.
Lo habitual es que el zombi salga en el cine como un monstruo en busca de comer cerebros que, además, contagia a otras personas de su estado zombi si les muerde y no les mata o, más recientemente, si simplemente les hiere y, por casualidad, se mezclan las sangres de algún modo.
A partir de los años 1970 el mundo zombi ha evolucionado fantasiosamente alejándose de la tradición vudú e incluyendo la posibilidad de que se pueda ser zombi por experimentos científicos fallidos, desastres con residuos radioactivos o extraños brotes de enfermedad nunca aclarados. Sería fácil citar clásicos como White zombi. La legión de los hombres sin alma (Victor Halperin, 1932), Yo anduve con un zombi (Jacques Tourneur, 1943), Plan 9 from outer space (Edward D. Word Jr., 1959), La noche de los muertos vivientes (George A. Romero, 1968), Sugar Hill (Paul Maslanski, 1974), Zombi. El amanecer de los muertos vivientes (George A. Romero, 1978), Nueva York bajo el terror de los zombis (Lucio Fulci, 1979), Zombis nazis (Tommy Wirkola, 2009), 28 días después… (Danny Boyle, 2002), REC (Jaume Balagueró y Paco Plaza, 2007), Bienvenidos a Zombieland (Ruben Fleischer, 2009), Guerra Mundial Z (Marc Forster, 2013) o Retornados (Manuel Carballo, 2013). Todo esto cuando aún está por llegar este 2015 una vuelta de tuerca de la mano de Henry Hobson, que pretende enseñarnos cómo el actor Arnold Schwarzenegger ejerce de padre de una adolescente que se transforma en un zombi y a la que, sin embargo, como zombi, ha de proteger porque se lo prometió a su esposa moribunda, la madre de la joven. Una propuesta sin duda llamativa y poco usual que llevará por título Maggie.
Las historias de zombis están ahora mismo en auge quizá por el éxito del cómic y serie de televisión The Walking Dead, que lleva produciéndose desde 2010 de la mano televisiva de Frank Daramont, a raíz de la obra creativa de Robert Kirkman. Es la serie de televisión más exitosa hasta la fecha en la Historia de la televisión.
Los zombis nunca habían sido tan vistos en la pequeña pantalla desde que el músico Michael Jackson publicara su video musical Thriller, rodado por el indispensable director hollywoodiense John Landis en 1982. Todas estas historias han ido olvidando el origen y ser auténtico del zombi dentro del vudú, de una cultura, de una religión y de una serie de normas y reglas que todo aquello implicaba. El zombi pasó de ser un sirviente a ser un come-cerebros, un invasor, un enfermo de alguna epidemia, y en la serie citada, directamente un caníbal, en general. Se ha desdibujado la figura del zombi y la han reconvertido numerosas veces en numerosas formas, origen y modos de ser. Hay zombis lentos, zombis rápidos, zombis que se mueven sólo en busca de comida, zombis sirvientes, zombis que incluso saltan, etcétera. Lo que sí apuntan todas estas historias alejadas de la tradición estricta del vudú, es a que los creadores de historias los utilizan como metáforas muy diversas para criticar, representar, explicar o reírse de la sociedad, de la política, de los temores, de determinadas personas o comportamientos, de los conflictos como por ejemplo la Guerra Fría o el mundo posterior al 11 de septiembre de 2001, con una amenaza terrorista constante o con el miedo a un desastre ecológico o un desastre experimental con la genética o determinados medicamentos o armas químicas.
Las historias de zombis puede que nos quieran adentrar en el mundo del terror, pero es un terror muy pensado para hablarnos en realidad de otras cosas.
Así, por ejemplo, el creador de The Walking Dead no tenía reparo en 2014 en afirmar en entrevistas que contaba como asesores de los guionistas a psicólogos auténticos especializados en personas traumatizadas por situaciones de guerra, pues algo de eso hay también en la serie. No es raro que en las historias de zombis sea más importante a menudo las situaciones vitales de los personajes protagonistas y sus relaciones, o el mundo en el que viven. El zombi y el mundo zombi normalmente es una metáfora. Cada una de estas historias necesitan de su propio análisis, no podría existir un análisis general, aunque todas, habitualmente, usan el recurso del zombi. Incluso el modo de ser de cada personaje zombi es analizable. En The Walking Dead hay un zombi recurrente que es el que camina en soledad en mitad de un campo, vestido como un ejecutivo que tiene pinta de haber trabajado en una gran ciudad de millones de personas. El mensaje visual es muy potente, pero quizá sólo rescatable para los que miran el cine con todos los sentidos y no sólo con ojos en búsqueda del espectáculo que, por desgracia, son los ojos que más miran estas producciones perdiéndose todos los detalles interesantes.
El zombi dentro del humor tiene su ejemplo en la película Memorias de un zombi adolescente (Jonathan Levine, 2013), basada en la novela de Isaac Marion, que profundiza en la idea de que el zombi fue una persona viva antes de que le ocurriera algo traumático que le hizo ser zombi, para perderse luego en consideraciones de lo absurdo, de la discriminación, y se pierde luego todavía más en la idea de la necesidad de unión entre zombis y humanos vivos frente a otro tipo de enemigos que no son zombis. Otra película que se acerca a ellos desde el humor podría ser Kárate a muerte en Torremolinos (Pedro Temboury, 2003), cuya estética se aproxima a la película que más interesante me resulta ahora mismo para comentar, Juan de los Muertos, de Alejandro Brugués en 2011.
Juan de los Muertos es una coproducción cubano española, aunque resulta más que evidente que es un producto más cubano que español.
Ha ganado hasta ocho premios de cine, el principal de ellos es el Goya español de 2013 a mejor película extranjera de habla hispana, entre el resto de premios que son el premio del público del Miami Film Festival de 2012 a mejor director, los premios a mejor actor protagonista y a mejor guión del festival Fantasporto de 2012, el premio a la mejor película de habla extranjera en el festival Fangoria Chainsaw Awards de 2013, el premio especial del jurado del Festival Internacional de Cine Latinoamericano de Biarritz 2012 y el premio a la creatividad del Festival Internacional de Cine Fantástico de Bruselas 2012, donde además tuvo una nominación a mejor director, nominación que también se repitió en el Festival Internacional de Cine de Chicago 2012. Visto lo visto no estamos ante una película de zombis cualquiera.
No cuenta con grandes efectos especiales espectaculares, ni siquiera trabajados con ordenador o con postproducción, lo que aparece de este tipo de efecto es muy puntual y claramente realizado con aspecto cutre adrede para producir la risa o la sonrisa. Prácticamente todo se basa en un maquillaje muy básico y tradicional que nos recuerda a las películas de zombis de serie B de Jess Franco o incluso de Romero, que son las dos grandes referencias de este tipo de historias.
Brugués sabe perfectamente que no puede competir con las grandes producciones de zombis estadounidenses o británicas, por lo que vuelve a ese tipo de producción cinematográfica de estética de bajo presupuesto. Donde pone toda la carne en el asador, nunca mejor dicho, es en el guión y en las interpretaciones de sus actores, Alexis Díaz de Villegas, Jorge Molina, Andros Perugorría, Andrea Duro o Jazz Vilá entre otros. Juan de los Muertos regresa el género de zombis a su ubicación geográfica original, el Caribe, tras muchos años de haberse aprovechado de este tipo de historias los estadounidenses en su suelo propio. Lo que no recupera Brugués es la narración del origen vudú del zombi. En ese sentido se acoge a esos guiones actuales que prefieren no explicar de dónde surge el zombi, deja simplemente que el zombi sea, que el zombi aparezca, sin más, y que lo complique todo. No importa su origen, ni siquiera importa que se solucione el problema zombi, sólo importa la evolución y quizá la salvación de los protagonistas. Ese es un giro argumental del enfoque en las historias zombis muy propio del siglo XXI posterior al 11 de septiembre de 2001. No se sabe el origen del mal, ni dónde se oculta, ni cuál es su solución, sólo importa enfrentarse a él y sobrevivir. Es parte de ese mundo nacido de los atentados que arrasaron buena parte de Nueva York y mataron a un número elevado de personas, mientras los supervivientes aparecían desenterrados de debajo del polvo andando como en otro mundo.
La inteligencia de esta película de humor negro está en usar el asunto zombi como crítica social y política de una sociedad en permanente crisis económica, política y propiamente social; además de aislada del resto del mundo por un bloqueo norteamericano difícil de esquivar entre otros motivos por la particularidad de que Cuba sea una isla.
Aunque Brugués centra esa crítica en Cuba lo cierto es que su humor es bastante más universal y transcendente ante un mundo en crisis de valores que se suma al resto de crisis citadas. En el mundo hispanohablante, el que tiene cultura hispana, nos sentimos muy identificados con muchos de los personajes que aparecen en este metraje. Ante esos ancianos saludables y vitales que se enfrentan a los zombis en una película norteamericana, aquí aparecen esas entrañables ancianas llenas de achaques físicos y mentales, cotillas, devotas, que se sientan en una silla en la calle para hablar con sus amigas, por poner un ejemplo. Ante el héroe norteamericano que siendo un “don nadie” antes de la invasión zombi pasa a ser un héroe del sueño americano que elimina zombis como si hubiera sido un asesino profesional toda su vida, aquí nos encontramos con los estafadores de turistas que tratan de sobrevivir así día a día de sus miserias, con el tripón acostumbrado a la buena vida, con la persona que si no sabía conducir antes de los zombis, después de ellos tampoco sabe, con personas normales del día a día típico de cultura hispana que siguen siendo iguales tras la invasión zombi. Y ese es uno de los grandes aciertos humorísticos de la película, se ríe del arquetipo de cine heroico de zombis norteamericano, se ríe de la sociedad hispana, en concreto de la cubana, y se ríe de los zombis. El mundo que nos representa no es muy diferente de asimilar al mundo real de las abuelas que nos reciben con mil besos en su casa, siendo sus nietos, al mundo de las juergas de borrachera de fin de semana, al mundo del sol y playa, y demás.
Cuba fue uno de los territorios americanos de España que se negó a independizarse en el comienzo del siglo XIX. Es por ello que Cuba nunca fue considerada legalmente por España como colonia, sino como provincia de ultramar, era una provincia más, no una colonia, insisto en ello, a pesar de que la historiografía no española y no cubana inciden en la idea de colonia, quizá porque ingleses, franceses y norteamericanos no puedan concebir la existencia de provincias de ultramar. La guerra de independencia de 1895 a 1898 trabajó también en el sentido de crear la mentalidad de la diferencia, pero una vez alcanzada se volvió a la idea de España como “madre”, como madre cultural, hemos de entender. Entre 1898 y 1959 Cuba vivió independiente pero totalmente controlada política, económica y socialmente por Estados Unidos. Por ello la dictadura de Batista acabó bruscamente en el final del año 1958 con una acción guerrillera que tomó La Habana. Fidel Castro fue el nuevo gobernante que titubeó entre la democracia capitalista ligeramente socializada y el modelo comunista soviético hasta que los acontecimientos entre 1959 y 1963 hicieron que el modelo de gobierno cubano fuese el de una dictadura comunista que fue aislada y bloqueada económica y políticamente por Estados Unidos. Las cosas no mejoraron mucho tras la caída de la Unión Soviética en 1991, ni tras la retirada de Fidel como Primer Ministro en 2008. Sólo justo al final del 2014 Raúl Castro ha iniciado ese rumbo de conciliación con el Estados Unidos de Obama que puede llevar al fin del aislamiento.
La película de Brugués, rodada en 2011 y difundida desde 2012, nos ubica precisamente en esa Cuba largamente desgastada y paciente durante más de cincuenta años.
Es una Cuba que ha vivido con valores humanos y socialistas de otras épocas, que ha sufrido una dictadura que también se refleja en el metraje mediante esos informativos que dice de los zombis que son insurgentes y desafectos de un complot capitalista urdido por Estados Unidos. La desinformación, la censura y la tergiversación de la realidad con métodos autoritarios está así claramente denunciado. Denuncia que se repite en otras partes del metraje, como aquella en la que aparece el ejército cubano desnudando, esposando y dando órdenes a los ciudadanos supervivientes de la catástrofe zombi, los mismos a los que les dicen que lo hacen por su bien, para salvarles y formar una nueva sociedad.
Para salir de una crisis en Cuba hay que hacerlo a golpe de remo, se nos dice mediante la muestra literal de golpes de remo. Es uno de los chistes entre inteligentes y bastos que hacen de este metraje toda una gran película con mensaje crítico. Para poder entender esta referencia no hace falta grandes conocimientos de lo ocurrido en Cuba, sabiendo que es una isla, pero nos sirve de referencia la recomendación de Balseros (Carles Bosch y Josep María Doménech, 2002), un documental que narra la crisis de los balseros de la década de los años 1990. Para salir de Cuba solamente queda para muchos cubanos lanzarse al mar en balsas improvisadas con dirección a Miami, en Estados Unidos. La gran mayoría muere en el trayecto, pero los que llegan no encuentran el paraíso de oportunidades que esperaban. En ese sentido es otro acierto de Juan de los Muertos ver cómo para salir de Cuba hay que pasar por encima de los zombis muertos, conduciendo un coche descapotable de lujo con rumbo a Miami.
La Cuba de los viejitos y la tradición, la de aquellos cubanos que por edad recuerdan la Cuba previa a los Castro, pero que ya están más que adaptados a la quietud, los santones y los recuerdos, se deja ver en el comienzo del metraje y nos puede recordar a esos viejitos cantantes de son de Buena Vista Social Club (Wim Wenders, 1999).
La Habana que se nos cuenta, la de la realidad cubana, es La Habana de Habana Blues (Benito Zambrano, 2005), una Habana joven y actual que pretende vivir como puede, lo mejor que puede, entre la tradición y las numerosas carencias de las circunstancias político-sociales de la isla. Brugués no ha ahorrado en enseñarnos esa Habana urbana actual en sus tipologías sociales muy arraigadas a la picaresca propia de una sociedad que ha de sobrevivir, tal como la España del siglo XVI al XVII. Tampoco ha evitado denunciar al turismo sexual español que utiliza a las cubanas como si fueran mercancía, o al turismo norteamericano en la piel de un personaje, un tanto mesiánico, que conoce de la isla sólo un complejo hotelero de lujo al que tiene que enfrentar y contrastar al conocimiento de la Cuba de los zombis. Pero también nos enseña la Cuba rica en sonidos, olores, Historia de otros tiempos reflejada en edificios mal conservados, la de los coches Lada soviéticos de los años 1980 más allá de aquellos otros automóviles de los años 1950, la Cuba de la gente que hace su vida social en la calle y donde todos se conocen y participan de actividades sociales, esa Cuba que también se ve en el documental Suite Habana (Fernando Pérez, 2003).
Las grandes manifestaciones del régimen comunista de los Castro han sido una constante en estas décadas. Se producen siempre en el Malecón de La Habana, especialmente cuando hay acontecimientos sumamente importantes. Allí Fidel Castro ha realizado discursos interminables de horas, pero allí también se han realizado celebraciones, conciertos y actos históricos que reforzaban los ideales del comunismo cubano. Es precisamente en el Malecón que Brugués sitúa una de esas manifestaciones de unidad popular frente al “enemigo insurgente” (“ese no era insurgente”, dice el protagonista más de una vez cuando ve transformado en zombi a alguno de sus vecinos de toda la vida). En esa manifestación ven a varios zombis caminando como el resto de manifestantes, es justo el momento en el que una de las protagonistas dice: “está todo normal, yo lo veo como siempre”. Ese es el nivel de humor negro y político que poco a poco nos desnuda la realidad cubana de esa Cuba.
Los héroes de Juan de los Muertos son pícaros que necesitan vivir del engaño para poder tener dinero con el que vivir, pero con la invasión zombi traspasan sus límites y llevan su picaresca a la creación de un negocio con el que lucrarse.
“Somos cubanos y esto es lo que nosotros hacemos”, dice el protagonista Juan a su hija de madre española. Son antihéroes que se han de transformar en héroes porque ante la crisis simpatizamos con ellos, porque ellos, a diferencia de otros personajes que representan a las autoridades, son personajes que no hacen nada que nos resulte antipático, aunque lleguen a realizar actos atroces como venganzas personales o se aprovechen de los más débiles en las peores circunstancias. Montan un negocio con el eslogan “Juan de los Muertos, matamos a sus seres queridos por usted”. El eslogan es otro afilado dardo de humor negro que no apunta demasiado apartado del centro de la diana de los problemas sociales de la cultura occidental de este siglo XXI.
En definitiva, las películas de zombis como esta son la excusa y el trampolín para presentarnos metáforas nutridas tanto de asuntos psicológicos personales y de interacción con otras personas, como de asuntos sociales y políticos a los que el capitalismo u otros sistemas nos arrojan haciéndonos vivir como si nosotros mismos no fuéramos individuos o como si precisamente nosotros fuéramos el único individuo. El género es interesante, aunque cuente con más metrajes de nefasta calidad artística y creativa que aciertos.
Personalmente, colocaría a Juan de los Muertos entre mi filmoteca personal como una de las películas dignas de ver para analizar la Cuba final de los Castro y el bloqueo político-económico. ¿Quién sabe? Quizá para muchos cubanos futuros este metraje les explique tantas cosas como a los españoles aquella otra comedia llamada La Vaquilla (Luis García Berlanga, 1985). No obstante, los creadores del metraje anunciaron la producción de su segunda parte para el verano de 2013, no se pudo realizar, el Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográfica (ICAIC) ordenó congelar el proyecto indefinidamente en el tiempo. En esa ocasión se trataba de contar la historia de cómo Juan de los Muertos intentaba ayudar al FBI norteamericano a capturar a una mujer que asesinó a su pareja y huyó de Estados Unidos a Cuba. Independientemente de ese argumento, a pesar de que nunca las segundas partes fueron buenas, según el dicho, habríamos de haber esperado numerosos nuevos chistes sobre la situación cubana, probablemente en contraste esta vez con el mundo de democracia capitalista representado por Estados Unidos. Hay cosas que cuando el buen cine las toca, hay quien quiere que se callen, pues mucha gente le escucha y le ve. No olvidemos el éxito del metraje más allá de los países de cultura hispana.
Escrito el 30 de abril de 2015
Daniel L.—Serrano «Canichu, el espía del bar» autor de Noticias de un Espía en el Bar