Más de treinta razones por las que Batman vence pero no convence
Por Carlos Cristóbal y Pablo Cristóbal
Tras cuatro años de espera, Christopher Nolan estrena El Caballero Oscuro: la leyenda renace (The Dark Knight Rises), el último capítulo de la trilogía de Batman, la que quizás sea la mejor saga que se ha realizado hasta la fecha sobre un justiciero de cómic. Por desgracia, en esta ocasión Nolan no ha estado ni cerca de alcanzar la altura de su propia empresa. Este artículo es para aquellos que ya vieron la película y salieron igualmente decepcionados o sin comprender por qué esta cinta ha dividido tanto las opiniones de público y crítica.
Somos conscientes de que con El Caballero Oscuro (2008), este director británico dejó el pabellón muy alto, era imposible que volviera a alcanzar tales cuotas de calidad; pero eso no sirve de excusa para haber realizado la peor película de la serie cuando lo más complicado para su desarrollo ya lo había andado con las anteriores, incluso consiguiendo hermanar crítica y taquilla con su segunda entrega.
Lo que parece claro es que el éxito obtenido por Nolan en sus anteriores trabajos ha promovido que se tome excesivamente en serio a sí mismo y que descuide demasiado sus últimos trabajos. En Origen (Inception, 2010) pudimos encontrar algunos errores y agujeros que empeoraron el resultado final de una obra tan ambiciosa y estimulante como desigual, pero en su última entrega de Batman el descuido –o quizás la pereza- es completo.
Batman, como un Dios mitológico, baja de su podio para dejarse caer por el celuloide al minuto cuarenta y cinco, mientras tanto hemos sido obsequiados por una colección de frases impostadas por parte de los secundarios de esta entrega pidiendo a gritos su regreso. Como si no fuera suficiente el deseo del público por la aparición del personaje, el director necesita contagiarnos de esa ausencia. Antes de su llegada nos regalan migajas con una secuencia de acción a lo James Bond -por su falta de realismo y sentido con respecto al resto de la saga- y un par de persecuciones poco menos que interesantes si incluimos la secuencia de las cloacas. El truco del héroe que no se deja ver resultó efectivo en sus predecesoras: en la primera por la emoción de asistir a la gestación del personaje y en la segunda porque teniendo a un villano tan hipnótico como el Joker pocos echaron en falta al justiciero alado. Cuando Batman se queda en el banquillo, el público necesita un gancho para mantenerse hechizado a la pantalla. En esta ocasión solo hay presentación de personajes y reapariciones sin apenas encanto. La primera gran decepción nos llega con el esperado regreso del Caballero Oscuro, el cual se queda en poco menos que una huída. Las caras asombradas de la policía viendo como se les escapa delante de sus propias narices ya las vimos en Batman Begins (2005) –y mucho mejor- en una espectacular persecución con una tanqueta que saltaba por los tejados de Gotham. En esta ocasión tan solo huele a repetición.
Y es que la obsesión de Nolan por la carencia de detalle en las acciones de los personajes, su demostrada maestría en las narraciones de montaje partido, su inquietante búsqueda del naturalismo en la acción –en oposición al espectáculo que supuestamente ofrece el formato IMAX- y ese constante juego de sugerir sin mostrar (véase las apariciones de Catwoman, la batalla final entre los policías y los hombres de Bane o esa expectación que intenta crear alrededor de las cloacas) hacen de esta entrega menos que una película erótica cuando lo que el público demanda es porno. Nolan no mete toda la carne en el asador como había hecho ya en el magnífico anterior capítulo, El Caballero Oscuro. En ésta demostró que podía contar una ficción sacada del comic a partir del género policiaco, dotándole de un mayor poder narrativo y enmarcándolo en un contexto contemporáneo que nos resulta más familiar. The Dark Knight se aleja del tebeo, de las paparruchadas como “La liga de las sombras” –excusas para que el villano de turno quiera destruir el mundo: Gotham-, para contarnos la historia de un terrorista de ambiciones puramente destructivas. Es decir, el Joker. Para ello, Nolan empleó el estilo narrativo de Gotham Central (con guiones de Brubaker y Rucka), miniserie dedicada al cuerpo de policía de la comisaría central de Gotham y las situaciones extremas a las que estos y los ciudadanos deben enfrentarse en esa ciudad frecuentada por los criminales más enfermizos; al igual que también toma como referente el magnífico equipo que forman Harvey Dent, Batman y Gordon en Batman: el largo Halloween (escrito por Jeph Loeb y dibujado por Tim Sale). Otro referente clave para la mejor entrega de la saga viena dada del cine, de la búsqueda por emular la película de Michael Mann y una obra maestra del cine de atrascos, Heat. Esta brindará la inspiración suficiente para regalarnos las secuencias más antológicas de la trilogía: el robo al banco que dará lugar a la presentación del Joker, la persecución del camión al vehículo blindado, el abatimiento del cuerpo especial de policías,etc
Pero hemos dicho que Nolan está en la una línea naturalista que no realista, ya que en The Dark Knight Rises (no gastaremos tinta refiriéndonos a ella como El Caballero Oscuro: la leyenda renace) vuelve a la originaria Batman Begins. La primera entrega de la saga, sin dejar de lado todos sus aciertos, resultaba la más peliculera e inverosímil al seguir un estilo más cercano al cómic y caer en diversos tópicos y concesiones. Tras el éxito aplastante del proceder de El Caballero Oscuro –más realista y cruda-, es incomprensible que Nolan vuelva al estilo de Batman Begins y que, peor aún, retome el argumento de “La liga de las sombras” para contarnos el gran desenlace de la saga. Todo ello nos deja con la sensación de que El Caballero Oscuro no es más que un paréntesis entre la primera y la tercera entrega.
Al igual que The Dark Knight, el guión de The Dark Knight Rises se encuentra firmado por Christopher Nolan y su hermano Jonathan Nolan, con aportaciones en la historia por parte de David S. Goyer; aquel tipo que figura como co-guionista de infinidad de títulos con vistas comerciales a un público sediento de antihéroes de cómic (Ghost Rider: el espíritu de la venganza, 2011, Mark Neveldine y Brian Taylor) e imaginarios siniestros (Dark City, 1998, Alex Proyeas) pero que en más de una ocasión ha demostrado su escasa agudeza, ya sea firmando la peor película de la saga protagonizada por Wesley Snipes con su inefable Blade Trinity (2004) o poniendo parche y puro a David Hasselhoff para realizar una horrible TV movie de Nick Furia: Agente de S.H.I.EL.D. (Rod Hardy, 1998).
Como comentábamos, el argumento de la última y más esperada película de Nolan recoge referencias del cómic de DC. Si en las anteriores películas resultaba clara la influencia de algunas obras de Frank Miller, Dennis O’Neil, Jeph Loeb y Alan Moore, esta última entrega se alimenta del clásico El regreso del caballero oscuro también de Frank Miller, enmarcándolo en el contexto de la saga Tierra de nadie.
Las referencias a la obra de Miller en The Dark Knight Rises resultan evidentes ya incluso en el título (The Dark Knight Returns es el título original del comic). En ambas, Bruce Wayne ha abandonado su cruzada contra el crimen y, pasados los años (en el cómic han pasado décadas, apareciendo casi como un anciano), la ciudad es tomada por un grupo de villanos enfermizos (“los mutantes” en el cómic), liderados por un temible gigantón musculado (Bane en la película). Un desentrenado Batman tiene que volver a impartir justicia por las calles de Gotham, incluso aceptando ayuda de un nuevo Robin (una joven en el cómic, un policía en la cinta), mientras que Gordon continúa su propia batalla desde el frente policial y otro comisario adjunto se interpone en una cruzada personal por capturar al caballero oscuro (en el cómic Gordon se retira y es sustituido por Yindel, mientras que en la película es herido gravemente y sustituido durante unas semanas por Peter Foley). Finalmente Batman y sus compañeros de justicia salvan la ciudad y se retiran del juego fingiendo su propia muerte, pero asegurando una nueva generación de justicieros que le sustituirán. Hasta aquí llegan las semejanzas.
En la cinta de Nolan, el tan esperado regreso de este caballero oscuro –aunque Batman aparezca en el túnel de una autopista cual murciélago en su cueva- carece de toda la emoción, fuerza y épica que contiene el comic. Nolan no ha sabido hacer de Batman la gárgola que custodia Gotham sino un prófugo con capa y arsenal. También ha renunciado a las tramas y subtextos que han llevado a la obra de Frank Miller a convertirse en un clásico del séptimo arte: la desenfrenada violencia que convierte al héroe en un personaje fascistoide, el constante debate entre la prensa –sensacionalista y morbosa- denunciando o defendiendo las acciones del cruzado, el grupo de justicieros que emulan a Batman y siembran el terror en su nombre –a los que hace un pequeño guiño Nolan al comienzo de El Caballero Oscuro-, el mostrar a un Batman que no sirve a los gobiernos sino a su propia noción de la justicia (lo cual provoca la intervención de las altas esferas del gobierno contra él)…
Tierra de nadie (No Man´s Land) es una saga que comenzó en 1999 y que pasó por las manos de Greg Rucka y otros muchos guionistas y dibujantes, proporcionando un resultado irregular pero de lo más sugerente. La colección comienza recordando el final de la saga anterior, en la que un terremoto golpea duramente a Gotham. En respuesta al desastre y al aumento constante de villanos en la devastada ciudad, el gobierno decide evacuarla (de manera rápida y mal gestionada, de forma que muchos civiles no consiguen escapar) y abandonarla a su suerte, destruyendo todos los puentes y declarándola tierra de ningún Estado. Durante unos meses Bruce Wayne abandona Gotham para negociar con el gobierno e intentar evitar, sin éxito, que lleve a cabo tal desproporcionada medida. Sin duda el antecedente es tan endeble que muchos de los propios guionistas de la saga evitaron hacer referencias a todo ello –resulta mejor la excusa de Nolan con el ataque terrorista de Bane-, pero la catástrofe sirve de pretexto para mostrar a la ciudad sometida a las bandas, lideradas a su vez por los diversos villanos de la serie, en constante batalla por el dominio del territorio. Gotham sometida al caos y la anarquía: el sueño del Joker cumplido. El comisario Gordon y sus hombres –otra banda al fin y al cabo- intentan proteger a los civiles mientras esperan el regreso del hombre murciélago. En esta colección los villanos se encuentran desbocados en sus perversiones y los protectores de los inocentes tienen que unirse para luchar en minoría contra el terror. La posición de las fichas en el tablero proporcionó algunas historias tan emocionantes y temibles que ni si quiera pesa la ausencia del cruzado en los primeros comics; la guerra de bandas se encarga de atraparnos en su fuego cruzado.
Al final de Batman Begins, Nolan intentó mostrar un infierno similar al de Tierra de nadie cuando Crane, el Espantapájaros, libera a los presos del Asilo Arkham y elimina los puentes de acceso a la isla (los Narrows) sobre la que se asienta este recinto. Pero éste último capítulo de la saga, The Dark Knight Rises recuerda poco a aquella escena y aún menos al mencionado. Sacrifica su tenebrismo, oscuridad, caos y desasosiego en favor de unas secuencias de acción realmente fallidas y un gobierno dictatorial liderado en unión por los villanos. La noche -salvo a su inicio- no es ningún reclamo para el director y escasamente aparecen civiles en la ciudad, como si la población se dividiera en villanos y policías. La aparición de Foley, que intentará detener al señor de la noche, es de los pocos puntos en común con el cómic.
Parece increíble que partiendo unas obras tan fascinantes, el equipo de Nolan haya realizado un guión tan poco eficiente, forzado y aburrido. Solo cabe explicar que sea la propia prepotencia de los guionistas lo que les ha impedido ver que su historia es terriblemente peor que los comics comentados; de los cuales tan solo queda una proyección superficial, como si fuera más un guiño para los aficionados al noveno arte que otra cosa. Tampoco muestra la valentía que demostró en The Dark Knight, sino que parece haberse quedado sin agallas ni inspiración, realizando un mal reciclaje de los elementos aportados en sus anteriores películas, cayendo en constantes concesiones al público amplio y recurriendo al tópico. El montaje y la dirección son torpes en comparación a cualquier otro trabajo de Nolan: carece de elegancia, le falta ritmo y no consigue transmitir tensión dramática. La música machacona del maestro Hans Zimmer resulta fatigosa, intentando introducir tensión a golpe de instrumento a cada minuto en una película que apenas tiene tensión por sí misma –algo que también sucedía erráticamente en Origen-. Incluso hay momentos en que no podemos escuchar a los personajes porque la música se encuentra demasiado alta; un error que resulta de lo más representativo, como si a veces no importaran los diálogos, sino solamente el efectismo orquestal.
La película tiene sus aciertos, por supuesto, es de Christopher Nolan y es una entrega más del mejor universo que se ha recreado con un héroe de tebeo. Ya por ello las casi tres horas de duración resultan entretenidas, efectistas y mínimamente estimulantes. Pero no es el producto artesanal de una espera tan larga.
El argumento resulta un batiburrillo de ideas, algunas con posibilidades –pero que no han sido bien explotadas-, otras de lo más mediocres y unas cuantas que concluyen en subtramas sin desarrollo o que terminan en callejones sin salida, siendo más bien un lastre para la cinta. Más concretamente podemos recordar los constantes planes erráticos de la policía, los enmascaramientos y secretos de los personajes, las excesivas e innecesarias explicaciones de todo lo que acontece, lo predecible de los giros argumentales y, especialmente, los horribles diálogos. Algunas conversaciones son tan manidas y presuntamente profundas que la falsedad del mensaje es precisamente lo que sale a relucir. Todos los personajes tienen sus frases bien aprendidas y ensayadas en el dramaturgo de Gotham aunque la pantalla nos esté mostrando otra realidad. Batman Begins no escaseaba en discursos presidenciales y moralizantes –uno de sus mayores desaciertos-, pero en The Dark Knight Rises estos impregnan la pantalla de forma tan desorbitada como ridícula, ya sea por boca del incansable Alfred, de sus aliados en la lucha contra el mal o del típico e irritante viejo sabio que se encuentra en la prisión. Ni qué decir de lo pesadamente reiterativo de que incluso en la última entrega de la saga todo personaje a su alrededor continúe formando -con sus parrafadas- al héroe en su aprendizaje vital.
En los nuevos personajes presentados hay un desequilibrio constante ente buenas y malas ideas. Bane (Tom Hardy) consigue ser un villano de lo más temible, hay que aplaudir que por primera vez este personaje lo consiga, incluso siendo fieles a los comics en ciertos aspectos de su biografía. Pero también Bane es un listillo parlanchín infatigable (peor aún es con la horrible voz del doblaje castellano) y su omnipresencia es agotadora. No nos engañemos, nadie habría podido hacer sombra al Joker, pero por ello precisamente lo que requería esta cinta eran más villanos para suplir su ausencia y no éste enemigo “indestructible”. Además mientras que con el Joker, Nolan se mofaba del posible interés del espectador por conocer los orígenes del psicópata –y a su vez ridiculizaba a todo guionista que intente enfatizar esa clase de intrigas-, contradictoriamente en este nuevo título intenta centrar nuestra atención en el posible origen de Bane -¿y a quién le importa?-. Al final nos enteramos de que no, que todo aquel rollo con el que nos mareaban tenía que ver con el origen de Miranda, la hija de Ra’s al Ghul. No entraremos en detalles con lo tópico de este horrible giro final –cuya intención es nublosa, ¿acaso deberíamos temblar por su confesión?-, tan solo añadiremos que el personaje interpretado por una reiterativa Marion Cotillard -la cargante francesita de moda-, no tiene mayor justificación para aparecer en la pantalla que esa ridícula sorpresa final.
La participación de la otra fémina del reparto, Catwoman, es bastante más de agradecer. Evitando comparaciones con Michelle Pheipher –nadie podría estar a su altura-, Ann Hathaway destaca en su papel de ladrona y mercenaria sexy. Sus apariciones aportan un punto cómico y juguetón a tanta seriedad y densidad, pero, como tantos otros secundarios de la cinta, no tiene desarrollo y se encuentra desaprovechada: carece del toque minino, salvaje y malicioso del personaje, su participación es excesivamente escasa y, una vez más, esquivan ser fieles a los orígenes de esta ex prostituta fetichista, algo que tan fantásticamente se retrató en Batman: Año uno (Frank Miller y David Mazzucchelli) y que no se comprende teniendo en cuenta que Batman Begins bebe esencialmente de aquella historia. El agente Blake (Joseph Gordon Levitt) es un personaje de lo más necesario en la película, su desarrollo para convertirse en el nuevo Batman resulta aceptable –ha ligado bien esa intención de continuidad que seguramente esperaban los productores- y es de agradecer la sutileza con la que van desenmascarando su identidad. Para terminar señalaremos a otro secundario que ni merece la pena comentar: el comisario adjunto Peter Foley (Matthew Modine), un personaje olvidable que carece de desarrollo y de protagonismo como para justificar su existencia. Tan solo aporta algunos momentos cobardes y ridículos a la trama -entre ellos esa redención en la batalla final, uniformado con sus mejores galas y medallas- que nos recuerdan a alguno de los papeles más estúpidos que interpretó durante su mayor filón en los años noventa.
Lo más absurdo de la cinta se encuentra en la falta de repercusiones tras algunos de los giros de la trama. Durante el primer tercio del metraje nos abordan con la cuestión de las huellas robadas de Bruce Wayne, una subtrama que termina con la pérdida de todos sus bienes capitales. Bruce se arruina, incluso le cortan la luz, pero nada sucede. Ni le produce demasiada aflicción ni le pone contra las cuerdas, teniendo que, por ejemplo, vender parte de sus bienes inmuebles. No solo no hay consecuencias sino que además la trama se diluye. Parece que a nadie le importe, ni siquiera al guionista. ¿Y entonces por qué hemos perdido media hora de película con el asunto? Otro ejemplo es el robo en Wall Street. Se lleva a cabo uno de los atracos más importantes -y dolorosos para el sistema capitalista- de la historia occidental, donde un grupo de ladrones expolia todo el capital de la bolsa (o eso es lo que nos imaginamos, ya que ni siquiera se molestan en explicarnos el plan ejectuado), pero de nuevo no hay ninguna repercusión, ni en el devenir de la historia, ni en el contexto de ese universo. Es más, el comisario Foley deja escapar a los ladrones porque, al parecer, es mucho más importante, y le aportará mayor reputación, detener al supuesto asesino de Harvey Dent que a los ladrones de toda la maldita bolsa de Wall Street. ¿Es que ni si quiera se han leído su propio guión más de una vez? Y es que es bastante surrealista contemplar cómo Bane conduciendo su moto se cruza con los vehículos de la policía con completa inmunidad, más escoltado que perseguido.
¿Entonces a qué viene introducir un atraco en Wall Street en la serie de Batman? Primero, por puro oportunismo. La trama principal de la cinta intenta explotar el clima de descontento social –cercano a la revolución- vigente en la actualidad, algo que resultaría estimulante si no fuera porque el discurso que plantea es manipulador, incoherente y mal intencionado. El charlatán de Bane intenta animar a la población de Gotham, sobre todo a las clases marginales de la ciudad, a liberarse de las cadenas de la opresión para rebelarse contra los ricos y poderosos; pero a su vez anuncia que en unas cuantas horas la ciudad va a ser eliminada del mapa con una cabeza nuclear que ha ocultado en las cloacas de la ciudad… ¿Perdón?
Mientras Bane declama su discurso -el cual encarna las contradicciones de la propia película-, se suceden diversas imágenes de la supuesta revolución; pero en realidad lo que vemos es a decenas de tipos armados (los hombres de Bane) y los presidiarios que ellos mismos han liberado de la cárcel sublevándose contra todos los demás. Aquí no hay ninguna revolución, sino la ocupación de una ciudad por un grupo de criminales. ¿Pero por qué se molestan tanto en hacerlo pasar por una revolución? Porque es evidente que hay un discurso contrarrevolucionario detrás de toda la trama. El intento de revolución de Bane no produce empatía, ni reflexión alguna -incluso el alegato anárquico del Joker despertaba mayor seducción- porque Nolan nos está aleccionando demagógicamente –anulando nuestro pensamiento con fuegos artificiales- y condenando cualquier forma de intento de acabar con el sistema vigente. Estas estrategias baratas no son nada nuevas en Hollywood –sin ir más lejos echen un ojo a Ira de titanes (Jonatahn Liebesman, 2012)-, pero sigue siendo lamentable que un maestro del cine como Nolan se haya subido a semejante caballo. Su mensaje llega a su zénit con ese enfrentamiento final y directo entre los hombres de Bane (los supuestos rebeldes) y la policía de Gotham (el orden y la justicia que debe imperar). Como sintiéndose amenazado porque los movimientos de indignados de todo el mundo pudieran producir un cambio en el sistema –e instaurar un régimen del terror y el caos, o esa es la interpretación a la que intenta animarnos- Nolan y su policía pone a esos demoniacos revolucionarios en su sitio, las alcantarillas, a golpe de puñetazo –como también anunciaba el propio Frank Miller en ciertas vergonzosas declaraciones-.
Su oportunismo y su discurso reaccionario ya no solo manchan la trilogía de Batman, sino que además resultan personalmente de lo más nocivo y molesto, un insulto a millones de personas que clamamos por un cambio importante en este sistema corrupto, decadente y, en algunos países, incluso autoritario.
Ciertamente se le pueden encontrar diversos errores a las dos anteriores entregas del justiciero alado (sobre todo a Batman Begins), pero frente a los de ésta resultan tan nimios que no merece la pena ni recordarlos. Y es que en una película que pretende ser tan grave y seria, los constantes disparates de guión la asemejan a la parodia: la transformación de Bruce Wayne que va de semi-inválido al hombre de acción habitual (el aparato que se encaja en la pierna hace milagros); la incompetencia del mismo intentando escalar la pared de la prisión (como si al quitarse el traje olvidara todo su entrenamiento); los niños huérfanos clamando por la figura del héroe (la última vez que fue visto Batman ellos ni habían nacido, sin mencionar que Batman era recordado como una asesino o que pudiera ser un hombre del saco para los más infantes); la salida de los atracadores de Wall Street montados en motos y la fallida captura de los mismos porque un camión se encuentra en medio del camino y porque la aparición de rehenes descuela por completo a todo un grupo de policías, cuerpos armados y SWATs; la ineptitud del héroe pilotando su nave cuando, primero, no es capaz de tumbar un tanque mientras Catwoman consigue hacerlo en un abrir y cerrar de ojos con la moto y, posteriormente, y para más inri, Batman pasa de estar posicionado detrás de sus objetivos a colocarse delante de ellos, de manera que las tanquetas pueden dispararle impunemente -una treta absurda con la que justificar la secuencia de una nave (El Bat) esquivando los misiles teledirigidos del tanque-. Pero lo peor son las incoherencias del final: las explicaciones autobiográficas de ciertos personajes cuando quedan doce minutos para que explote una bomba Atómica; la muerte de Miranda –la chica por la que Bruce se estaba enamorando- y el beso con Catwoman cinco minutos más tarde; que en la pelea final cientos de policías se arrojen a por un enemigo armado con metralletas y que tan solo tres o cuatro de ellos caigan heridos por las balas; que Batman se salve de una explosión de una bomba de Hidrógeno -¡una maldita bomba atómica!-; que la mencionada explosión parezca una mofa a nuestros conocimientos –aunque sean simplemente por ir al cine- sobre cuál es el poder de destrucción de una bomba H…
Por otro lado, este capítulo es sin duda la producción más costosa de la trilogía pretendiendo ser un espectáculo épico –a base de música y ruido-, pero no lo consigue; ni siquiera se encuentra justificado su rodaje y visionado en formato IMAX. La cinta se ha grabado como cualquier otro blockbuster pero sin llegar a la espectacularidad de muchos de ellos, como si estuvieran faltos de recursos, ideas y tiempo. Y es que esta última cinta suspende incluso como película de acción. El ascenso de Bruce Wayne para escapar de la cárcel es mucho menos impresionante que cualquiera de las escaladas de Tom Cruise en Misión Imposible. El túnel de Gotham nos brindó secuencias mucho más impresionantes en sus anteriores películas, cuando aquí supuestamente tiene un papel más relevante. Las escenas de acción de cualquier película de Michael Bay, por desgracia, son bastantes más emocionantes que las de este Batman, cuyas escenas de lucha resultan anodinas, limitándose a gente que dispara y otra que muere. Muchas explosiones a su final, pero no hay nada que nos haga vibrar en los asientos. Aún así nos mantenemos sentados con la promesa de algo que nunca va a llegar.
Una de las escenas más impresionante es precisamente lo que todos ya habíamos visto en el segundo tráiler: el momento en que Bane vuela por los aires el estadio de fútbol y los puentes de Gotham. Una secuencia que nos abrió a todos el apetito y nos creó falsas expectativas acerca del caos que reinaría en Gotham. Este es uno de esos casos en que los trailers mostrados en la campaña de marketing resultan mucho más estimulantes que la propia película.
Aún así los fuegos de artificio conseguirán su objetivo y los aficionados al cine seguirán valorándola de lo más positivamente en Imdb, FilmAffinity y tantas otras webs. Dicen que su taquilla ha tenido el tercer mejor resultado de la historia, evitando recordar que los precios del cine de ahora nada tienen que ver con los de antes -por lo tanto, esa medición es ridícula-. Cuando en 1999 los críticos de cine despedazaban en sus artículos la bochornosa Star Wars: Episodio 1, La amenaza fantasma, George Lucas explicaba con cierta prepotencia que los críticos siempre le habían perseguido y que, mientras lo hacen, él sigue ganando millones de dólares diariamente. Lo peor de todo es que tenía razón. Y es que, como sucede en tantas otras cosas, las opiniones y razonamientos no parecen valer para nada, sino que el único argumento válido hoy por hoy es el número de ceros de la inversión y recaudación de un producto.
Todo hace pensar que Christopher Nolan, junto a su equipo, ha escrito y dirigido esta película con prisas, sin demasiado interés, ni con el aplomo y valentía que demostró en El Caballero Oscuro; como si estuviera cansado de la saga y quisiera pasar página cuanto antes para comenzar con otros proyectos. Esperamos que esas nuevas historias merezcan más la pena que la comentada y que nos devuelvan la fe en este autor que nos conquistó desde Memento (2000) en adelante.
Alcalá de Henares, 3 de agosto de 2012