La película queda pendiente de una última metamorfosis, volver a editarla, esta vez, excluyendo toda la banda sonora porque hay una clara falta de virtuosismo en el manejo de las melodías como si una jarra de miel sepultara todas las denuncias y planteamientos que Achero Mañas, en su tercera película como director.
«Todo lo que tú quieras” bajo el yugo de una banda sonora
por Pablo Cristóbal
La película queda pendiente de una última metamorfosis, volver a editarla, esta vez, excluyendo toda la banda sonora porque hay una clara falta de virtuosismo en el manejo de las melodías como si una jarra de miel sepultara todas las denuncias y planteamientos que Achero Mañas, en su tercera película como director, se atreve a colocar sobre la mesa.
Tenemos una propuesta interesante tras el repentino fallecimiento de Alicia (Ana Risueño), una madre que, mientras su hija juega en el parque sufre un ataque de epilepsia. La pequeña, de cuatro años espera a que esta se levante. Pasan las horas y la niña, sola, junto al cadáver de su madre, rompe a llorar. Una secuencia que nos desgarra el corazón por más que no queramos ser presa fácil de la tragedia pero no sabemos cómo ni por qué hay algo que nos hace contener la lágrima, algo incómodo que revolotea en la escena como el zumbido de un mosquito avisando que tarde o temprano te picará.
Si, ya sabemos lo que es, es esa música.
A partir de aquí, y a nuestro pesar, el espectador recibirá una injustificada dosis de melodiosa mermelada pueril mientras la historia va tomando un camino fácil de divisar. Fácil pero extraordinario.
El padre de la niña (Juan Diego Botto) está triste. Música.
El padre se traviste para complacer a una hija que reclama la asistencia de una madre perdida -una mamá postiza-. Música (-“LLORA”).
Lo pasan bien jugando e imaginando. Música (-“SONRÍE”).
Conflicto de personajes y prejuicios sociales. Música. (-“¡LLORA!”).
Felicidad de corte efímero, es decir, transiciones a mansalva. Música. (-“¡SONRÍE Y LLORA, TODO A LA VEZ!”).
Resolución emotiva. Música Final (-“¡UN LÁGRIMA MÁS!”).
Créditos. Música.
Así y en pocas palabras definimos la película que maneja un guión fresco pero algo insincero. Historia que denuncia, claramente, un sentido de homofobia vigente que reside en nuestro país amarrado todavía en el convencionalismo. Historia que retrata, ante todo, el cambio de rol que nuestra sociedad está viviendo en estos tiempos en los que el padre hace las veces de madre y viceversa, historia que homenajea el espectáculo de vodevil transformista y nos hace constar hasta qué punto el amor de un padre puede llegar a extremos insospechados y poco ortodoxos.
-“Todo eso está muy bien y es muy bonito”. (Como dijo el político gangoso)
Pero aquí llega la música chabacana mal disfrazada de Chopin, música que acribilla sin compasión todo el sentir de la cinta, una banda sonora asesina, armada con cuerdas de piano en el intento nada disimulado de dramatizar (o dinamitar) una tragedia en la que ya no tiene cabida una sola nota extradiegética; canciones de corte meloso que obligan casi a punta de pistola a recibir una avalancha de emociones, como si Mañas no confiara en el potencial de sus propia narrativa e imágenes o tal vez, como si el guión fuera demasiado conflictivo –molesto- para el espectador medio.
Y de este modo flagelante, bajo el auténtico pretexto de una taquilla cómoda nos cuela ominosos videoclips transitorios que tanto recuerdan a las escenas happy de Yo, también (Antonio Naharro y Álvaro Pastor, 2009), y, por consiguiente, las secuencias fáciles que nos cuentan sin contar nada, un muestrario poco elaborado del día a día en las relaciones humanas más estereotipadas.
-…Últimamente escucho muy poca música: prefiero estar en silencio. Vas a un bar y hay música, llamas por teléfono y te ponen un hilo musical, en todos los grandes almacenes hay música. Escucho muy poca música y la que escucho es bastante clásica.
Nos cuenta el joven director en una entrevista publicada en el Notodo.com. Una contradicción, si tenemos en cuenta que en este infortunio nos hace de pincha durante sus 101 minutos de duración.
Indagando un poco acerca del verdadero asesino de la obra encontramos un nombre, Leiva, componente de “Pereza”, ese afamado dúo dinámico de estos tiempos, canciones fáciles dirigidas a un público pijotero de ilusorio espíritu indomable.
En efecto, productos y vendedores de industria -Faustos a tiempo completo-. Lo que empieza a oler y nos plantea una nueva cuestión, ¿la música al servicio de la industria cinematográfica o la película al servicio de la industria musical? Mañas, en una rueda de prensa nos contesta a la pregunta:
–…Un compositor maravilloso y además tenía nombre…más no se podía pedir…pensé: me ayudará muchísimo para la película.
Excelente elección la colaboración con este pseudo compositor de baladas porqueras y mucho gancho, los contratos han sido fluidos y los productores se han visto bendecidos con esta suerte de principito que nos provoca cuanto menos una carcajada. Amén a su pose lupina y feroz que se desinfla con cada partitura, si cabe, más comercial.
Relatar una historia de felicidad es precisamente lo que no pretende Achero Mañas y, por ello, apenas recibimos una sola dosis de humor y menos aún de realidad. Obtenemos así una fábula al estilo “La vida es bella” (Roberto Benigni, 1997) o “El verano de Kikujiro” (Takeshi Kitano, 1999) disfrazada de tremebundo drama social. Un travestismo presentado de forma tan desconsolada y melancólica que no podemos sino compadecernos (y nada más que eso) de ese pobre diablo que ha sacrificado todo su decoro masculino en pos de su hija, Lucía Fernández, la gran estrella en esta película junto al talentoso y curtido José Luis Gómez, excelente en su papel de homosexual atormentado por la vejez. Secundario, este último, que se exilia a media película como le sucede al personaje de Nawja Nimri o al de Pedro Alonso, su socio y mejor amigo.
Secundarios a merced de un titiritero injusto que se evidencia como un director caprichoso decidido a sacar de escena sus mejores bazas. Secundarios que son “utilizados” en el peor sentido de la palabra para exponer conflictos superfluos que quedarán irresueltos. Como ya dijera Luis Tormo:
“…Esa falta de trazo de los personajes se deja sentir especialmente en los secundarios, esa enemistad/amistad repentina entre el transformista y Leo, la amiga que aparece y desaparece de una manera un tanto forzada…”
Los habituales coloquios que son parte de la venta, contrato y promoción de cualquier cinta -entrevistas en las que se exponen las intencionalidades del director- son, por desgracia, más intelectuales y acicalados que la propia obra y fundamentales para no condenar esta película de corte familiar, a pesar de una única escena de sexo algo tremebunda (pero arquetípica) por su carácter psicológico.
-“Es una metáfora del hombre que al final tiene que asumir el papel tradicionalmente adoptado por las mujeres. Creo que al protagonista no le queda más remedio porque se queda sólo y tiene que cuidar de la niña. Hasta ahora, la sociedad aún no lo ha aceptado, y de hecho se hacen muchas bromas machistas sobre ese tema…Es una metáfora extrema y exagerada, pero refleja muy bien lo que está ocurriendo.”
Debemos recordar que Achero Mañas, gran director de actores menores (de edad), nos descubrió hace once años a Juan José Ballesta con “El Bola”, un drama acerca de la paternidad en el que se denunciaban los malos tratos, relato nada compasivo de las peripecias de un niño del extrarradio Madrileño y el miedo que supone enfrentarse a la realidad del día a día hogareño. No es de extrañar que su última película haya sido valorada en Cinemanía como el “reverso luminoso de El bola”.
“-Creo que normalmente se les dan unas frases a los niños y se les hace repetirlas, y eso queda forzado. Las recitan de carrerilla o lo repiten como papagayos. Yo (Achero Mañas) prefiero usar un pequeño método que empecé a desarrollar con mis cortos con niños (Metro, Cazadores, Paraísos artificiales). Básicamente, creo juegos emocionales en los que el niño participa y se siente muy a gusto. Los chavales se sienten en la situación que plantea cada escena, se comportan con naturalidad, y dicen las cosas con sus propias palabras.”
También catapultó en el 2003 la carrera cinematográfica de Oscar Jaenada (Camarón, Todos estamos invitados, Che, Guerrilla, Los límites del control) en su fallida pero interesante “Noviembre”, en la que a modo de falsas entrevistas y flashbacks se nos mostraban las vivencias de una anárquica compañía de teatro callejero, artistas desenfrenados que presagian una tragedia.