Escrito por Hilario J. Rodríguez Hotel Insomnia: Sobre el documental «TERMINUS» | John Schlesinger, 1961
Edición por Alicia Victoria Palacios Thomas
Cuando se habla sobre las relaciones entre el cine y la realidad, es muy fácil confundir ambos términos. Por eso es tan peligroso establecer qué es un documental. Muy a menudo se considera documental cualquier imagen con cierto parecido a la vida misma. Y no siempre es así. Ante todo, el cine ha sido desde su nacimiento un arte de enmascaramientos y de perversiones, de ilusionismo aun cuando pretendía rendir tributo a la realidad. Por eso se debe desconfiar de quienes pretenden vender la versión definitiva de alguna de las grandes verdades, de quienes pretenden dar una imagen precisa, sin trucos, de la vida.
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Incluso los hermanos Lumière rodaron dos veces la primera película de la historia, Salida de la fábrica de los hermanos Lumière (La sortie des Usines, 1895). Aunque lo único que querían era captar un pedazo de realidad con su nuevo descubrimiento, la cosa no les resultó tan fácil como parecía a simple vista.
Tardaron un poco hasta conseguir que la realidad se adaptase al corsé del cine. Al parecer, los obreros que aparecían en el encuadre no se dieron la suficiente prisa para quedar recogidos en la bobina que había en la cámara que los filmaba mientras iban saliendo de la fábrica de los hermanos Lumière, de modo que tuvieron que repetir la toma para que la película pareciese real de verdad. Según el crítico Bill Nichols, «no se pueden amar los documentales si se busca la verdad». Aun así hay quienes creen en los documentales como quien profesa una religión. Víctor Erice rizó el rizó en El sol del membrillo (1992), donde quiso demostrar cómo ni siquiera la realidad contiene la verdadera esencia de las cosas, perdida a veces en sueños o quimeras que sólo un arte de magos e ilusionistas como el cine puede visualizar. Lo cierto es que España, cuya historia fue manipulada durante tanto tiempo, es un terreno fértil para los falsos documentales. Después de cuarenta años de dictadura franquista, en los cuales la realidad del No-Do en las pantallas de los cines fue la mayor de las mentiras, se ha creado escuela en el cultivo de los falsos documentales, quizás como reacción del cine contra el control de las imágenes de la vida en España por parte del poder.
A lo largo de la historia del cine se han hecho miles de documentales, la mayoría aprovechando momentos muy concretos (como crisis socio-políticas o conflictos bélicos) y obedeciendo a las demandas de la época en la cual fueron realizados, de ahí que no hayan sobrevivido al paso del tiempo.
No obstante, vale la pena constatar que en general el rango de los documentales en las salas de exhibición siempre fue secundario con respecto a las películas de ficción. Su duración solía ser breve, para servir de acompañamiento a los estrenos, si no apenas eran distribuidos. Según mucha gente, aquello tenía su lógica. Al cine se le había procurado dar una función escapista que los documentales contravenían. Eso explica el exilio que fueron sufriendo, siendo relegados poco a poco de las salas de exhibición y encontrando su lugar natural en las cadenas televisivas, entre espacios informativos, magazines o telediarios. Es posible que, si el cine se hubiese conformado con su propia parcela, los documentales también se habrían conformado con la suya; sin embargo, esto no ha sido así. Las películas fueron traspasando sus fronteras y comenzaron a tener una gran influencia en la vida diaria. Como consecuencia de ello, las noticias que genera la realidad han ido pareciéndose cada vez más al cine, sin que en principio nadie protestase demasiado; al fin y al cabo, el capitalismo propone un modelo existencial en el que los votantes ponen la realidad en manos de unos gestores y luego vuelven a sus jornadas laborales de doce y catorce horas, lejos del mundanal ruido, a menudo ante una pantalla de ordenador o tabulando planchas de cartón en una cadena industrial. De lunes a viernes, la gente pierde contacto con cuanto le rodea. El resultado de lo anterior es que en poco tiempo las personas desconocen la verdadera apariencia de las cosas. Se han precipitado a un estado de somnolencia del que sólo les despiertan un par de aviones impactando contra los edificios más altos de sus grandes ciudades o varias bombas explotando en los trenes donde viajaban hacia su lugar de trabajo. Sólo entonces descubren el precio que implica poner la realidad en manos de otros. Uno recupera la sensación de vivir en cuanto siente el hedor de la muerte. A veces demasiado tarde. Los documentales suelen funcionar como celosos guardianes de aquello de lo que carece la gente. Hasta hace poco, en general nos acercaban a las Bahamas sin necesidad de montarnos en un avión o nos explicaban las lecciones que no habíamos podido aprender en el colegio. Ya no.
A nadie le interesa hacer turismo cinematográfico ni cursillos de educación a distancia en momentos como el presente, cuando los ciudadanos, además de luchar contra la delincuencia o el paro, han de vérselas con enemigos capaces de tirar de un puntapié el techo de sus hogares o de hacer volar en pedacitos un tren de cercanías. […]
El movimiento documentalista británico comenzó poco después de terminar la Primera Guerra Mundial, asentó sus bases durante el período de entreguerras, se desarrolló con plenitud durante la Segunda Guerra Mundial y fue poco a poco desvaneciéndose cuando el conflicto bélico llegó a su término, coincidiendo con los importantes cambios que se produjeron en Gran Bretaña a partir de entonces, como la paulatina pérdida de sus colonias.
Se trata de un movimiento cinematográfico que nació muy apegado a la realidad. Sus miembros, no obstante, acabaron entendiendo que una disciplina no basta para dar cuenta de la realidad multiforme que se amalgamaba en torno a ellos.
Por eso actuaron como detectives privados a quienes se había pagado para indagar en la riqueza oculta tras las imágenes más reconocibles, en todo que aquello que puede verse de manera inmediata. Buena parte de lo que contaron nos sirve hoy en día para descubrir no sólo una sociedad en un momento concreto de su historia sino también una parte de verdad en torno a uno de los períodos en los que todos hemos proyectado más fantasías. Para hacer lo anterior, los documentalistas británicos surgidos a partir de 1929 fueron poco a poco mezclando pinceladas, texturas y metodologías muy diferentes. De ahí que muchas de sus películas tengan al mismo tiempo elementos propios del cine documental y del cine de ficción.
Introducción de ENCUENTROS CON LO REAL (Calamar Ediciones / Festival de Cine de Huesca, Madrid, 2008), por Israel Paredes e Hilario J. Rodríguez.
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Hotel Insomnia
Temporada V
Los mejores cortometrajes de la historia
Título: TERMINUS (1961), de John Schlesinger.
Nacionalidad: Británica.
Idioma: Sin diálogos.
Duración: 8 minutos y 31 segundos.