DARK CITY: dos miradas a una distopía
por Daniel L. Serrano (Canichu, el espía del bar) y Pablo Cristóbal Olmedo
Edición gráfica por Alicia Victoria Palacios Thomas y Pablo Cristóbal Olmedo
I. Una película en la sombra
El Neuromante, el libro que escribió William Gibson en 1984, pudo ser el origen de dos de las películas de ciencia ficción distópica que marcaron el final del siglo XX y el comienzo del XXI. Pero sólo una, The Matrix (Andy y Lana Wachowski, 1999, EE. UU.), fue la que logró una gran fama internacional, numerosos premios y un hueco en la Historia del cine por el uso de unos efectos especiales que implicaban la visión de unas imágenes logradas gracias a la grabación y proyección de una serie de fotogramas que implicaban unas velocidades inusitadas para la tecnología cinematográfica del momento, toda una revolución para los ojos humanos, de los que sólo unos pocos conectados a unos cerebros altamente sensibilizados se dieron cuenta real de ello al margen del anuncio autocomplaciente que hizo la campaña publicitaria de la película por todos los noticiarios del planeta.
Sin embargo, en el año anterior, Alex Proyas había rodado Dark City (1998, EE. UU.), cuyo título hubiera sido en castellano “Ciudad Oscura” si se hubiera traducido. Respondía a un mismo origen literario inspirador, inmerso en esa ciencia ficción distópica y filosófica que algún enterado crítico aficionado a poner etiquetas sin parar llegó a llamar ciberpunk. Pero Dark City no es tan ciberpunk como el propio Neuromante ni mucho menos como The Matrix. Dudo siquiera que una creación de este calibre se merezca un calificativo que, al menos a mí, es oírlo y desear no saber nada de lo que quiera que sea haya sido calificado como tal.
Uno de los humanos con los que experimentan, John Murdoch, despierta de un profundo sueño provocado por “los ocultos” en la bañera de un sucio hotel en el comienzo de una noche que se va a hacer interminable. Parece ser que antes de dormir en la bañera ha asesinado a una prostituta callejera, pero no recuerda cómo ni porqué. La policía le persigue y está a punto de capturarle, la investigación apunta a que es un asesino múltiple y psicopático, pero a la vez también le persiguen estos extraños seres, “los ocultos”, pues ha despertado antes de que ellos desearan que despertara dentro de su experimento psicológico y social. Él descubre poco a poco los extraños sucesos que están ocurriendo en la ciudad a lo largo de esta noche de huida hacia delante, pues busca las respuestas de quién es él mismo, donde todos los ciudadanos parecen haber olvidado las cuestiones más vitales de su vida: sus recuerdos íntimos que les hicieron ser las personas que pudieron ser.
Mientras The Matrix orientó esta historia desde un punto de vista tecnológico, apuntando a los peligros de un uso de la tecnología por encima de los valores y cuestiones que nos hacen humanos, Dark City nos habla de algo similar, pero no igual, nos cuestiona quién es el ser humano, si es él mismo como individuo o si bien poderes superiores son los que nos hacen creer y comportarnos como quien no somos (“los ocultos” bien pudieran ser una metáfora del gobierno, grandes corporaciones comerciales, u otras cuestiones tan en boga cuando se rodó este metraje, inmerso en las luchas sociales contra la Globalización, en ese tiempo intermedio entre el fin de la Guerra Fría en 1991 y la destrucción de las Torres Gemelas de New York en 2001).
Esa noche oscura y larga en la que se desarrolla toda esta historia sirve conceptualmente a la idea de todo lo oculto que dirige nuestras vidas de un modo que algunos no sospechan y otros intuyen pero sin terminar de descifrarlo. Quizá no sea tan espectacular como The Matrix, aunque aspiraba al espectáculo, pero sí que es más siniestra y retorcida. Además tiene ciertas referencias estéticas del cine de terror por un lado (sin pisar nunca el terror) y algún que otro guiño a ese cubismo e impresionismo del cine de entreguerras, como el que hace a Fritz Lang en Alemania y a otro muchos clásicos que también mostraban fuerzas oscuras amenazando a la sociedad y los individuos, tal vez como pesadilla de la Primera Guerra Mundial y como preludio de la Segunda, como son Nosferatu (F.W. Mornau, 1922, Alemania) o El Gabinete del doctor Caligari (Robert Wiene, 1920, Alemania) entre otros muchos. Y es que en esta película, aunque contiene una significativa y necesaria referencia al color y la luz en determinados momentos, lo que prima es la sombra y la penumbra, y bien pudiera haber sido una película en blanco y negro.
Los espectadores de la ciencia ficción suelen dividirse entre forofos de The Matrix o de Dark City, y sólo algunos admiten la convivencia y complemento de una y otra. Aunque bien es cierto que en 1999 los que se las daban de eruditos eran más del film de Proyas y los que no se la daban tanto preferían la de los hermanos Wachowski. Yo sólo puedo decir que a mí me gustan ambos metrajes, que no me parecen que se pisen entre sí, y que Dark City pudo llegar a más de no haber sido por The Matrix, que la deslumbró. Quizá el guión es mejor en Dark City, pero el conjunto de los metrajes es difícil de juzgar. Ganará por innovación tecnológica y narrativa The Matrix, pero falla en otras cosas en las que Dark City no lo hace. Mejor que la veáis.
Escrito por Daniel L. Serrano (Canichu, el espía del bar)
Autor de Noticias de un Espía en el Bar
II. Agentes, ocultos y replicantes
por Pablo Cristóbal Olmedo
Dark City es una magnífica miscelánea entre suspense, cine negro, ciencia ficción contenida e inteligente y una reflexión sobre la humanidad. Ésta, a pesar de su frescura, nos lleva a recordar la fusión de géneros que realizó Ridley Scott en su primera versión de Blade Runner (1982), cuando la voz en off del agente Deckard (Harrison Ford) jugaba un papel fundamental revelándonos algunos de sus íntimos pensamientos que servirían tanto como introducción al personaje (“Sushi, así me llamaba mi ex mujer, pescado frío”) como de una evidente reflexión conclusiva e innecesaria del cambio interior que experimentaba al final del metraje. La voz en off, que posteriormente fue eliminada, confería a esta obra magna un acercamiento del cine noir que nos invitaba a pensar en el “Blade Runner” (el hombre que retiraba a los androides) como una suerte de Phillip Marlowe. Así, el misántropo investigador se hacía cargo de un caso que su antiguo compañero no pudo terminar. Porque estas dos películas tratan de la búsqueda, la búsqueda de unas personas desaparecidas, la búsqueda de un pasado, la búsqueda de una identidad e incluso la búsqueda de un posible amor.
En el caso de Dark City, su protagonista, John Murdoch podría, a priori, verse no como un Blade Runner sino como un “replicante” al que han dejado abandonado –en el escenario de crimen- con un eco de falsos recuerdos y una memoria fragmentada (paralelismo significativo con Rachael/Sean Young). Sus andanzas por los bajos fondos en compañía de una prostituta, esta también con falsos recuerdos implantados (bien podríamos recordar a Pris/Daryl Hannah) y la orden de arresto que hay contra él lo convertirían en blanco fácil de un Blade Runner, esta vez encarnado por William Hurt. Y es que el Inspector Frank Bumstead (Hurt) es en Dark City quien se hace cargo de un caso sin resolver, anteriormente llevado a cabo y con menos fortuna, por el detective Eddie Walensky (Colin Friels) quien está suspendido debido a su enajenado comportamiento. Walensky, el loco, es el hombre que sabe demasiado, el que ha mirado a los ojos de Dios y ha comprendido “el Todo” pero no ha podido soportarlo. Como el protagonista de Pi, fe en el caos (Darren Aronofski, 1998 ), que en un delirio imaginativo se introduce un taladro en su sien, Walensky no logra soportar la verdad y se suicida lanzándose contra un tren que no va a ninguna parte pero que quizás le haga retornar a la realidad (“No hay salida… pero no pasa nada, he encontrado la solución”). Como esa búsqueda del despertar que Christopher Nolan nos mostró años más tarde, en 2010, con su Origen (“Estás esperando a un tren, no sabes a donde te llevará…”) y con misma fórmula que años antes hiciera Alejandro Amenábar en Abre los ojos , 1997.
Pero antes de la tragedia, el iluminado Walensky, en su estado delirante y paranoico (en una clara emulación a Renfield/Tom Waitts en Drácula de Bram Stoker, 1992), recibe la visita de su viejo colega el detective Bumstead para preguntarle acerca del caso que ha supuesto su detrucción psicológica. De igual modo sucedía en una escena eliminada del montaje original de Blade Runner cuando Deckard visita a su colega Holden, que yace incapacitado en un hospital tras recibir los disparos de Leon Kowalski (Brion James).
El director británico Ridley Scott eliminó la mayor cantidad posible de similitudes con el cine negro para elevar su obra a una categoría más trascendental. Ese atisbo de género propio del tipo duro, varón del cine noir con un ápice de machismo incontrolado es el único rastro imborrable que queda tras omitir todo contacto con el género. El personaje de Rachel se presenta como una femme fatal, fría, misteriosa, dura e independiente que se reafirma como tal en su adicción al tabaco y un vestuario elegantemente noir.
Y precisamente en un cómic se basa tanto ciertos apuntes del guión de The Matrix como de su personaje principal, Neo. Como dirá Keaneu Reeves al operador de cámara del making of: “I´m a comic super heroe!”
Y es que la controversia estuvo servida cuando Grant Morrison denunció abiertamente haber sido plagiado por los hermanos Wachowski tanto en su línea argumental como en sus muchos paralelismos estéticos y narrativos (plano a plano) de la que es su obra más personal: Los Invisibles.
“La cinta no sólo trata de temas agnósticos; no sólo tiene agentes con lentes oscuros y poderes especiales que ayudan a una raza de insectos-máquina de una realidad futura. No sólo tienen a un tipo llamado The One, que se supone es un sabio mesiánico; no sólo aparecen rebeldes envueltos en ropa fetichista, que saben artes marciales y poseen nombres clave. El espejo mágico y el salto de los edificios, todo eso, es de The Invisibles. Ahí, yo utilicé la frase `Bienvenido a la muerte de la realidad`, y ellos utilizaron `Bienvenido al mausoleo de lo real`. Hay 80 puntos de similitud, y hasta tienen a Laurence Fishburne vestido como yo”
Grant Morrison
Más tarde los hermanos Wachowski, en un exceso de confianza, rodaron las secuelas de la saga The Matrix apartándose de la línea argumental del autor más anarquista del mundo del cómic (sin olvidarnos de Alan Moore) para dar lugar a una ingenua farándula judeocristiana que a muy pocos gustó. Aún así, sigue empleando ideas originales sacadas de la cabeza del propio Morrison, esta vez en otros títulos como Doom Patrol.
Sin perder de vista a Dark City como referencia primaria de The Matrix –igual que a su vez Blade Runner es una clara referencia de Dark City-, ambas obras comparten diversos elementos. Para empezar, una serie de persecuciones a través de los tejados de unos anacrónicos edificios. Visualmente también podríamos mencionar, por rescatar algo ignoto, la secuencia en la que Deacon Frost (Stephen Dorff), el villano de Blade (1998), esquiva una bala del cazavampiros (Wesley Snipes) generada por ordenador en una espectacular imagen grabada en slow motion (a cámara ultra lenta). Esto en 1998, el año anterior al estreno de la obra revolucionaria que tomó prestado desde los decorados de Dark City (por un ahorro de dinero) hasta la directora de arte: Michelle McGahey.
Por ello The Matrix es, sin desmerecerla, un gran espectáculo de David Copperfield que recrea los trucos de magia de Juan Tamaríz.
Pero su superioridad como película de acción es innegable y ha marcado un antes y un después en este género. De ahí que las comparaciones de mejor o peor producto resulten tan difíciles. Como film de esta índole ha supuesto una revolución visual que decenas de películas de medio pelo han incorporado en su imaginario visual (sin ir más lejos tenemos la imagen congelada en mitad de una pelea que está presente en el Sherlock Holmes de Guy Ritchie). Otro constante arquetipo es el que ha creado en el personaje femenino a partir de «Trinity» (Carrie-Anne Moss), esa mujer, fuerte, silenciosa, atractiva, ágil y letal que porta dos metralletas. Plagiado en las burdas Resident Evil, Aeonflux o la saga Underworld (copiando esta última hasta la estética de cueros ajustados), que también son claros ejemplos del cine de acción del después de The Matrix.
Pero Alex Proyas juega con otras bazas: un tortuoso juego psicológico conducido por extravagantes asesinos, solitarios detectives traumatizados por falsos recuerdos, un doctor que traiciona a su propia raza, ciudadanos que cambian de vida como de trabajo y seres de otro mundo que se alinean contra el héroe, John Murddok, que deambula como un sujeto víctima de su propia pesadilla en una ciudad en la que jamás sale el sol. La fuerza de estas imágenes no es menor que la del imaginario Wachowski (auténticos Edison de la posmodernidad) con su extravagante reparto, un ritmo trepidante de una historia que no se deja desvelar hasta un magnífico e imprevisible punto de giro cercano al final. Si Proyas ha ganado en guión es también por ese final ilógico que los Wachowski realizaron a conveniencia. Cuando Neo muere en el combate final con el agente Smith, Trinity, en el plano real, le confiesa sus sentimientos hacia él, el Elegido, transmitiéndole energía y esperanza mediante un beso redentor –un Deus ex maquina- que recuerda al cuento de Blanca Nieves o La bella durmiente. Pero más ilógico aún es el despliegue sin límites de los poderes del héroe que hasta ahora yacían latentes. El beso justifica la conversión del elegido en un Dios en una historia que nada tiene que ver con el amor. Todo resulta tan molón que nadie se para a pensar en ello. Aquí podríamos decir que el ilusionismo de The Matrix cruza la línea y se pasa al bando de la estafa. Neo ya no sólo detiene las balas con la mente sino que hasta puede volar. En Dark City (cuidado con el spoiler) la conversión del héroe en un Dios está argumentada por el doctor Schreber y la jeringa que le inyecta, acto que supone una vida entera de recuerdos con el aprendizaje de sus poderes latentes desde niño. En Dark City, Murdock es Dios porque mediante falsos recuerdos ha sabido controlar sus poderes durante los últimos treinta años, algo que no supone una traición a la lógica del mundo fantástico que presenta. Además la historia de amor en Dark City está justificada, pese a la brevedad que se le dedica, transmite un ápice de humanidad al conjunto y nos contagia de ese deseo amatorio algo platónico entre Murdoch y su mujer. En The Matrix a nadie le interesa esa historia de “amor”.
Tres películas, estas, que criticaron al sistema y supusieron una reflexión sobre la humanidad. Dos de ellas no llegaron a un espectador masivo ni recibieron las críticas que merecían hasta pasados varios años, cuando se las empezó a reconocer como obras de panteón y estandarte. Una de las tres fue la que recaudó taquilla de inmediato gracias a una campaña viral que dio la vuelta al mundo. Reflexionen sobre cuál de ellas es la impostora, el replicante.
Alcalá de Henares, 13 de Julio del 2012