Por César Andrés Mena Torres
Edición gráfica por Alicia Victoria Palacios Thomas
La edición 62 del Festival de Cannes realizado en 2009 tuvo como gran ganador a Michael Haneke, al llevarse la Palme d’Or y el premio entregado por la FIPRESCI, por su film Das weisse Band (La cinta blanca, 2009). Sin embargo, este año marcaría el ingreso a la cinematografía mundial de un niño terrible que, con recién cumplidos los veinte años, llegaría a imponer un estilo en una de las secciones paralelas del Festival con una historia personal, brusca, de alto impacto y que dejó marca desde esa ópera prima. Seis años después cuenta con cinco películas a sus espaldas, una estrenada en Venecia, el resto en Cannes, y ha logrado en 2014 alcanzar su mayor distinción al obtener el Prix du Jury ex-aequo con Jean-Luc Godard y su Adieu au langage (Adiós al lenguaje, 2014) en Cannes.
A partir de esta introducción me comprometo a realizar un abordaje crítico sobre su filmografía. Xavier Dolan, es un tipo que ha logrado hacer cine —y mucho— a pesar de su corta edad. No ha parado de escribir y de trabajar, forjando una legión de seguidores que seguramente irá creciendo progresivamente, pero ¿será consecuente su estilo tan marcado con el contenido de sus películas?
J’ai tué ma mère (Yo maté a mi madre, 2009)
En su primer largometraje, Dolan, interpreta a Hubert Minel, un joven homosexual de 16 años que se lleva terriblemente mal con su madre, Chantale (Anne Dorval), una mujer que es retratada de forma caricaturesca y de quien se percibe que no le presta completa atención a su hijo. Desde los primeros minutos se deja ver que en la relación hay evidentes problemas y que la falta de comunicación se encuentra latente en todo momento.
Para reforzar esto, el director, protagonista, guionista y productor, Xavier Dolan, se sirve de la utilización de la luz para expresar estados de ánimo, mediante la fotografía a cargo de Nicolas Canniccioni y Stéphanie Weber. Muestra siempre escenas oscuras, tonos amarillentos y rojos, cuando madre e hijo se encuentran en cuadro, hasta llegar al punto de sentirse asfixiados; no se soportan el uno al otro, las mismas tomas los separan y aíslan.
Mientras que en escenas donde Hubert está con su pareja o en la secundaria con su tutora o en momentos donde hay cierta mejoría en la relación madre-hijo, se evidencia una enorme diferencia con una claridad despampanante. Una consecución metódica, que da resultado dentro de la propuesta y que enlaza perfectamente el contenido del film —el cual es ciertamente abrumador—. Es la intención clara del realizador generar impacto y dejar huella a su paso.
El protagonista vive la etapa adolescente, una de las más difíciles tanto para el que la atraviesa como para el que la presencia (en este caso es su madre, el padre está totalmente ausente), y juntos han de hacer frente a los cambios anímicos repentinos y a las crisis existenciales que en realidad —y en la gran mayoría de los casos— no son nada. Todo se agrava cuando es una madre soltera la que se encarga de la crianza —ella falla también en su rol— y cuando el personaje es como Hubert o como Dolan lo define: totalmente arrogante, vomitivo y exasperante.
Con este inicio, Xavier, deja claras muestras de su estilo como cineasta: la utilización de la cámara lenta, el empleo de la música en los momentos clave, lo llamativo de los colores elegidos y su incidencia en el relato… además de tocar el tema de la comunidad LGBT cuestión recurrente en su filmografía. J’ai tué ma mère es una sorprendente ópera prima donde Dolan entra, con todo, en el panorama cinematográfico —y de Cannes— allá en 2009.
Les amours imaginaires (Los amores imaginarios, 2010)
La película se centra en Marie (Monia Chokri) y Francis (Xavier Dolan), dos jóvenes que rondan los veintitantos años y que tienen una gran amistad. Un buen día conocen a Nicolás (Niels Schneider), un adonis —que es representado como un viril dios del Olimpo, que ha bajado a la tierra a seducir a los simples mortales— de ahí que no es de extrañar que rápidamente el par de amigos se queden prendados del galán e inicien una infructuosa competencia por su atención, llena de celos y con poco disimulo.
No crean que la representación de divinidad que hago de este hombre es gratuita, en absoluto; lo que él hace en todo momento es jugar a algo muy personal, su indiferencia es completa ante lo que buscan tanto Marie como Francis, sabe lo que ocurre a su alrededor, pero no tiene el mayor interés por ellos, los incita y los excita. Gracias a esto Dolan también trabaja la visión de la sumisión en las parejas —no necesariamente sexual— en aquellas relaciones donde alguno saca provecho del otro y donde siempre hay alguien disminuido, que se ve más afectado. Lo hace con la trama ya descrita y lo hace representando a un grupo de individuos que cuentan sus experiencias, ejecutando un tipo de paréntesis en la historia central.
De Les amours imaginaires cabe destacar la acertada selección musical, reiteradamente utilizada como es costumbre del realizador, en escenas claves con la cámara lenta, intentando expresar y subrayar las emociones, en esa conjunción música-imágenes-sentimientos —ojo— la selección me parece buena, sin embargo, la utilización no siempre es acertada, ni siempre logra eso que el realizador busca. Buenas interpretaciones del elenco, en especial me ha gustado Chokri, muy sencilla, pero expresiva.
Laurence Anyways (2012)
En su tercera película Xavier Dolan se centra en Laurence Alia (Melvil Poupaud), un hombre de treinta y tantos años que decide dar un giro a su vida porque está seguro de que se encuentra en un cuerpo equivocado. Él desea convertirse en mujer y poco a poco irá cumpliendo su deseo, a pesar de las dificultades que irá afrontando mientras sucede el cambio, expresión e imagen de lo que siempre ha tenido reservado en su pensamiento.
Dolan explora a este personaje desde tres perspectivas: la familiar (de sus padres), personas con los que ya de por sí manejaba una relación no del todo buena; la laboral, en la que como docente de literatura todos estos cambios le acarrean evidentes problemas; y la tercera, donde hay un enfoque primordial, es en lo que respecta al amor. Fred (Suzanne Clément) es su pareja, la mujer con la que vive, quien deberá, desde su perspectiva, hacer frente a dicha situación.
Laurence es claro en sus intenciones, sabe lo que quiere: convertirse en mujer. Lo que desea es sacar a relucir todo aquello que reprimió durante años. La construcción de dichos elementos femeninos, que presenta el director en un inicio, están muy bien erigidos para luego pasar a la vital decisión que toma el protagonista, sin importarle qué pensarán los demás.
En este punto el realizador quiere visibilizar a los “señalados”, a toda esa comunidad sexualmente diversa que están alejados de lo que la sociedad considera “normal” y que está muy bien representada en el film; todos víctimas del rechazo y de las miradas inquisidoras, como lo vemos una y otra vez a lo largo del metraje, curiosidad que molesta, que se siente antinatural.
Visualmente, la película de Dolan, nuevamente es hermosa, con una representación colorida de trajes, accesorios, escenografía y luces. La cámara está en constante movimiento, siguiendo las acciones, ya sea cuando se maneja en mano o mediante el uso del travelling. La escogencia musical es principalmente con matices electrónicos, buscando darle mayor impacto a la imagen. Aquí sí es bien utilizada.
Cabe señalar que el film tiene una duración excesiva (168 minutos) y me pareció injustificado. La historia transcurre a lo largo de varios años pero lo que se cuenta en el relato no es compatible con este tiempo, se pudo acortar. Sostiene esto con los vaivenes emocionales de la pareja de protagonistas, quienes son interpretados de forma sólida.
Sin embargo, tampoco ahonda mayor cosa en la situación existencial de Laurence y se retratan cosas muy básicas y que ciertamente son consecuentes de acuerdo a su situación. Dolan siempre se centra en la perspectiva amorosa del protagonista —el final lo demuestra—, pero se podría haber engrosado el argumento, en especial cuando hablamos de un film de casi tres horas. Un buen trabajo aunque daba para profundizar más.
Tom à la ferme (Tom en la granja, 2013)
Tom (Xavier Dolan) es un joven que vive y trabaja en Montreal y que viaja a un pequeño pueblo rural de granjeros para asistir al funeral de su amante. No conoce absolutamente a nadie, se instala en la casa de la mamá de su pareja quien solamente lo considera un amigo y compañero de trabajo. Su otro hijo es Francis (Pierre-Yves Cardinal), un tipo tosco de casi treinta años que trabaja en la granja de la familia y quien recibe a Tom de la peor forma posible. Él no desea que su madre sepa de la relación homosexual de su hermano y el protagonista, por el contrario, desea contarle la verdad a la señora, cuestión que aporta el eje dramático de la obra y teje un entramado de violencia y seducción.
En la película, que es narrada con un tono de intriga, es más que evidente que Francis tiene problemas psicológicos, de ahí que, su actitud tan cambiante e ilógica, pueda resultar una cuestión que desfavorezca el poder seguir la línea de lo que hace. Más allá de eso, que puede ser intención del realizador, está la actitud de Tom frente a todo lo que sucede a su alrededor, hace inexplicable la postura que toma frente a las agresiones que sufre. Lo mismo sucede en el corto lapso de tiempo que tiene en pantalla Sarah (Evelyne Brochu), quien es la supuesta amante del fallecido.
Aquí lo que se tiene entonces son dos vacíos, el primero es la perdida del sentido de la obra. El protagonista se mantiene en dicho lugar para contarle la verdad a quien sería su suegra, sin embargo, hay una interrupción evidente de esta intención hacia la mitad de la película y su estancia pierde sentido. Por otro lado, pero aunado a esto, está el asunto de la intriga, Dolan quiere vender un film de dicho género, junto al drama psicológico, por este motivo renuncia a su forma tan particular de dirigir presentando un trabajo más oscuro respecto al resto de su filmografía —un completo paréntesis—. Con solo escuchar la música a cargo de Gabriel Yared nos damos cuenta de esto, sin embargo, el largometraje termina nadando en las aguas del drama melodramático y de la violencia sin mayor sentido.
En Tom à la ferme, por primera vez, el joven realizador canadiense firma un guion en coautoría. En este caso junto a Michel Marc Bouchard, quien es el creador de la obra teatral en la que se basa la película. Dolan busca manejar una faceta más madura y no tan personal, pero lo consigue a medias, ¿en realidad hacía falta su participación en el reparto? A él cuesta creerle. Por otro lado, Cardinal, como su contraparte, se muestra más sobrio. Sin embargo, el film en general, tiene un manejo de personajes malo, así, sin más. Dolan sigue sin convencer, aún le falta madurar como escritor, porque como director maneja muy bien el lenguaje cinematográfico, pero sus ideas no encajan con su propuesta visual.
Queda claro que hay un estilo sumamente enmarcado en este realizador y que, sin embargo, sus propuestas argumentales no terminan de llenar; visualmente es espectacular, conoce el lenguaje del cine de una forma muy fina y elegante, pero a sus propuestas les falta más profundidad para llevarlas a buen flote.