Tras ver la película, cuando uno abandona la sala del cine o aprieta el botón de apagado desde casa, debería preguntarse qué se ha llevado de ella. Y si alguno, detrás de los abrazos, las frases gloriosas, las canciones de piano y las figuritas de Star Wars, siente odio hacia el pueblo iraní que no se asuste, que no llame al loquero. Esa serie de reflexiones o sensaciones nocivas que se esconden tras el aluvión de sentimentalismos de fábrica es precisamente lo que anida en el corazón de esta película patriotera y maliciosa.
Por Pablo Cristóbal
ARGO, UNA PELÍCULA NERD MUY PELIGROSA
Edición gráfica por Pablo Cristóbal
En La noche más oscura (Zero Dark Thirty, 2012) un prisionero de Guantánamo confiesa conocer a un tipo que cojea y lleva bastón. Su interrogadora, intuyendo una mentira, lo interrumpe aludiendo al personaje de Gandalf. El prisionero no entiende el sarcasmo. La directora Kathryn Bigelow, en una sola reacción, acaba de marcar el intrincado abismo que separa ambas culturas, la occidental y la oriental.
No sería del todo insano pensar que cuando uno sale de ver una película -tras su disfrute o agonía- siempre tiene la obligación moral de preguntarse qué se ha llevado de ella. En La noche más oscura -detrás de la gruesa capa de recreación histórica- sigue retumbando ante todo la historia de una venganza. Es en este entorno de caza (recordemos que Bigelow ya retrató al temerario desactivador de explosivos de The Hurt Locker, 2008, como una astronauta en tierra marciana), un extraño limbo en el que apenas confluyen sentimientos humanos, se encuentra la particular historia representada por Jessica Chastain, con su crudeza, con sus momentos muertos, sus largas esperas… En contraposición tenemos Argo, brindándonos un popurrí con todos los ingredientes que el cine-Oscar de este año demanda: una historia basada en hechos reales, un héroe íntegro, muchas caras conocidas, estética retro años setenta y una serie de valores y moralinas sacadas de un guión de Spiderman. Nada de sangre, nada de palabras feas o malsonantes, nada de sexo u otras necesidades biológicas, tiene a Star Wars por todo el plató y a la patria estadounidense como único estandarte.
Y es que en esta cinta Ben Affleck, como actor y director, no ha aportado absolutamente nada al cine, pero sí que ha dado mucho a la industria: específicamente mucho dinero, porque su último film no es una “buena película” sino lo que “se supone que debería ser una buena película”. Un producto elaborado anteriormente en otras cocinas (o factorías) y que pasa listo a las manos de su director para una audiencia de dentadura pobre y exigencias de fast-food. La marca se llama Hollywood.
Algunos críticos con malicia satírica, los menos, van en busca de referentes sencillos que les valga para encontrar un norte, comparan a la escasa y diluida filmografía de Ben Affleck con la de su antecesor Clint Eastwood. No les falta a ninguno cierta razón: si en algo se parecen ambos seductores de la pantalla es en la senectud de un cine trasnochado, en su visión ilusoria y algo obsoleta del cine, en el que comparten un discurso podrido de lágrimas de lagarto. Es este un cine que oferta una línea narrativa histórica para hacer uso de ella en propio beneficio, desvirtuándola a su antojo amparado en la típica frase «basado en un hecho real». Ben Affleck no sólo fracasa estrepitosamente como profesor de historia, sino que como alumno del sector audiovisual se limita a cumplir con un suficiente raspado.
Argo empieza con un breve repaso a la historia de Irán a través del formato comic, un resumen algo errático, más focalizado en la codicia árabe, que comparte semejanzas con la introducción de la película La sombra del reino (Peter Berg, 2007). Sin embargo, Affleck y sus asesores podrían haberse fijado un poquito más en la obra culmen de Marjane Satrapi (Persépolis, 2007) que en los informes sin ninguna legitimidad de la CIA.
Nacida en Irán y afincada en París, la autora de comics Marjane Satrapi realizó un íntimo recorrido de su vida en viñetas poniendo de manifiesto las contradicciones de una sociedad que disiente consigo misma. El señor Affleck, por su parte, dedica su introducción histórica como pretexto para conducirnos por un ilusorio camino hacia la ambigüedad partidista. Así, en el escenario socio-político en el que se desarrolla la película, tenemos un país en pleno cambio de régimen, inmerso en una situación de caos y pánico que tiene lugar por culpa de ese responsable anónimo que hace y deshace, tira la piedra y esconde la mano, que es la CIA, pero sin hacer hincapié en ello, exonerando de casi toda la responsabilidad al gobierno de los EEUU. Y es que si en algo es coherente la película de Argo es en su ambición de mentir, tan falsa como la denuncia que sale por boca de Affleck, disfrazado de su alter ego quimérico Tony Mendez.
La propuesta estética del film luce un grano que emula el celuloide de los años setenta, lo que no es más que otra tendencia andersiana (Los Tenenbaums, 2001, Life Aquatic, 2004, Moonrise Kingdom, 2012) convertida en moda tras pasar por las manos inexpugnables de publicistas o realizadores tan indies como desprovistos de identidad.
La producción de Argo, en su intento de hacer verídico un relato, vuelve a errar con un casting excesivo porque toma prestado a un ecléctico grupo de secundarios demasiado actuales y reconocibles, adelantándonos la pasarela sobre la alfombra roja con la sucesiva aparición de figurantes de lujo: Allan Arkin (Pequeña Miss Sunshine, 2006), John Goodman (The artist, 2011), Bryan Cranston (Breaking Bad, 2008-), Clea Duvall (American Horror Story, 2012-), Scoot McNairy (Mátalos suavemente, 2012), Zeljko Ivanek (Siete psicópatas, 2012), Bob Gunton (Vacaciones en el infierno, 2012), Richard Kind (Más allá de la vida, 2010), Christopher Stanley (Mad Men, 2007-), Chrys Messina (Ruby Sparks, 2012), Kyle Chandles (La noche más larga, 2012), Titus Welliver (Al borde del abismo, 2012), Christopher Denham (Sutter Island, 2012), Keith Szarabajka y Richard Dillane (ambos de El caballero oscuro, 2008), Kerry Bishé y Michael Parks (Red State, 2011).
La técnica como narrador de Ben Affleck es nula, la composición de sus planos o los movimientos de cámara carecen de una dirección meticulosamente estudiada, no hay simbolismos ni, como diría Godard, ninguna elección moral del plano. No existe sello de identidad en su narrativa fílmica ni en su imaginario porque todo parece fortuito. La cámara se limita a estar ahí, a seguir a los personajes. El «estilo» descansa en la técnica, que ya está tan en boga, de filmar con varias cámaras de mano y darle un sentido de documental o, más exactamente, de reality show; precisamente como filman, con nervio y ejemplo de maestría, Greengrass, Winterbottom o esta renovada Bigelow, quien antes de convertirse a la nueva ola echaba mano de trípodes y grúas (Le llaman Bodhi, 1991, Días extraños, 1995). Pero el director de Argo no dispone del talento necesario -aunque sí del dinero- para dotar todo el conglomerado de la seriedad y verosimilitud que un tema como este requiere. A la cámara en mano descontrolada y al recurso tan explotado de la estética setentera se une el siempre resolutivo uso del montaje paralelo, una herramienta perfecta para elaborar climax dramáticos, yuxtaposiciones o momentos de intriga que no hubiesen funcionado meramente por guión. El cross-cutting o montaje paralelo viene a ser el un potenciador de suspense, recurso tan fácil y funcional como esos destellos que J.J. Abrahams aplica en sus productos sci-fi. El cineasta mejicano Alejandro González Iñárritu (Amores perros, 2000, 21 gramos, 2003, Babel, 2006) es un ejemplo del abuso que se puede llegar a cometer con estos trucajes puesto que siendo, como es, un gran director ha basado la inmensa mayoría de su filmografía en este tipo de montaje.
No sabemos -y por eso mismo no dejamos de buscar- dónde queda en el viaje hacia Argo ese peligroso río que supone la independencia del autor, porque exceptuando el elemento nerd del que hablaremos a continuación no reconocemos ese nombre de cineasta con el que algunos se llenan la boca sentándolo al lado de Eastwood -una idea que empezó a darse a raíz de algo tan pobre como que ambos habían llevado al cine una novela del mismo escritor, Dennis Lehane, autor del Mistic River, 2001, que luego filmó Eastwood, y de Gone, Baby, Gone, 1998, que rodó Affleck, y también demiurgo del Shutter Island, que con tanta polémica trasladó Scorsese, y guionista de algunos capítulos sueltos en la serie The Wire-, algo tan extraordinario como comparar la carrera de Chris Columbus con la de Alfonso Cuarón sólo porque ambos realizaron algunos episodios de la saga Harry Potter. Lo demás son monsergas y muchas ganas de idolatrar o seguir pegado a los zapatos del chico de moda. Una vez más los poquitos gilipollas que esperamos del cine honestidad narrativa, esos que querríamos vivir un descenso imposible con un whisky sin hielo por las cataratas de un guión bien escrito, nos hemos embarcado en otro crucero infestado de niños, con piña colada en mano –sí, esa bebida lechosa que no lleva alcohol y sabe a sacarina aterciopelada-. Sin aventura, sin riesgo y sin gloria.
Pregúntenle a la academia de Hollywood cuando le entreguen la estatuilla a Affleck por esta pieza muerta, una pieza de gente que se da la mano tras una disputa, de achuchones seniles, de besos y lágrimas que ni se sienten ni se distinguen.
No podemos olvidar lo mucho que nos sorprendió el hombre del mentón de acero en su debut como realizador en esa Adiós, pequeña adiós (2007) una mirada suburbial que arrojaba dudas sobre el concepto de familia y lo moralmente correcto. Tras ver Ciudad de Ladrones (2012), un presumible homenaje a Heat (Michael Mann, 1995) en clave de blockbuster bastante más escaso en talento e ingenio, nos preguntábamos cuál sería su siguiente paso en esta imprevisible carrera. Con Argo nos damos de bruces con una cinta simplista y lacrimógena que apesta desde lejos a abanderamiento, a palomitas rancias, a mentira que se vende en taquilla. Un juicio duro, quizás, pero no tan duro como el que hace Affleck desde su cómoda silla con el retrato de un pueblo iraní que se siente hostil y se representa en cada secuencia como una turba sulfurada, mientras que los occidentales están ahí con sus rostros entre simpáticos y solemnes para hacer bien las cosas. El juego sucio de los dirigentes y mandamases educando al espectador medio con su panfleto político también es conocido como apología. Pero esto no es nada nuevo, es decir, ni en lo nocivo Affleck es novedoso y las ideología belicistas están presentes en muchísimos productos que se venden como taquillazos. Por poner un ejemplo reciente, tenemos en la filmografía del infame Michael Bay la figura cobarde de un Barack Obama que en Transformers 3 corre a esconderse en un bunker mientras el planeta Tierra es atacado por alienígenas, precisamente lo opuesto al personaje del actor caucásico Bill Pulman en Independence Day (Roland Emmerich, 1996). Lo más molesto no es que Michael Bay, siendo, como es, un blanco descaradamente racista, haga películas en las que figure su nombre durante los créditos del comienzo sobre la cruz ardiente del Ku Klux Klan (Bad Boys II, 2003) sino que la inminente figura del presidente de los E.E.U.U. que en toda su producción había sido representada como un patriota recalcitrante, emblemático (Stanley Anderson en La Roca, 1996 y Armaggedon, 1998) y digno de admiración (Jon Voight en Pearl Harbour, 2001) se desmorone con la llegada de Obama. Transformers 3 se empezó a gestar en el año 2009 cuando esta noticia daba la vuelta al mundo: “Barack Obama pone fecha exacta para la retirada de las tropas de combate: 31 de agosto de 2010 ” y apareció en los cines el mismo año que se publicaba esta otra: “Los últimos soldados estadounidenses que permanecían en Irak han abandonado esta madrugada el país a través de la frontera con Kuwait, culminando así la retirada total de las tropas norteamericanas que han permanecido en el país durante los últimos casi nueve años…”
Otro ejemplo cercano de las ideologías fascistas en las grandes empresas del cine lo pone de manifiesto la delusoria The Dark Knight Rises (2012) porque el lavado de cerebro ideológico es poco menos que sutil en esa triple asociación de ideas (revolucionarios-terroristas de Oriente Medio-villanos) a la que nos somete el discurso cargante y xenófobo de Cristopher Nolan.
Su Batman está basado en la visión del declarado enemigo de las revoluciones y genial realizador de cómic Frank Miller. La diferencia estriba en que Nolan nos infla a frasecitas lapidarias arropadas en las celestiales partituras de Hans Zimmer y muchos personajes endebles que se redimen. Por lo menos Miller no se anda con rodeos y admite lo que un héroe entraña de fascista (el mismo fascismo que también revela el personaje de El comediante en el cómic o película de Watchmen, de Alan Moore).
Pero volviendo al acontecimiento del año, la película de Argo es irrebatible en su posición anti iraní dejando poco o nada de margen para que haya debate entre las intenciones de lo que quiere contar el director y lo que el crítico resabido ha querido entender. Ben Affleck imita los trucajes y grandilocuencias de Cristopher Nolan (no es casualidad que The Town, 2010 diera a luz dos años después de The Dark Knight, 2008) usando un ligero toque de la afabilidad indie –o lo que se entiende ahora por indie, que no es sino una marca comercial para grandes y pequeños- y por ello no es nada casual que destaque la presencia de Alan Arkin quien muchos recordarán por su papel como el genial abuelito en Little Miss Sunshine, 2006.
No tuvimos muchos problemas con la CIA porque ellos están muy orgullosos de esta operación. Piensa que el agente que la llevó a cabo es considerado como un héroe allí. A Irán traté de viajar porque quería tomar fotografías de la ciudad, tratar de hablar con gente que vivió esos días de cerca, vaya, para impregnarme un poco de la esencia del país. Pero me quitaron la idea de la cabeza. Me dijeron que gente del gobierno querría hacerse fotos conmigo y al final me usarían como propaganda: «Ben Affleck apoya al régimen iraní». –Ben Affleck, Sensacine
Irracional es todo lo que representa Oriente Medio (La liga de las sombras, El mandarín), mientras que su antónimo se la apropia Occidente (Batman, Iron Man). Un Occidente libertador que hace siempre lo necesario para preservar la paz, pese a sus tejemanejes, sus trampas y sus secretos. En esta línea tan decididamente errónea Ben Affleck se destapa a sí mismo como un chiquillo succionado por su mayor fantasía: convertirse en lo más próximo a un superhéroe, un agente secreto en este caso, que pueda salvar el mundo. Si algunos cuando vieron King Kong, 2005, pensaron que estaban asistiendo a la contemplación de un Peter Jackson de seis años fantaseando con todos sus juguetes favoritos (el gorila y el dinosaurio) en Argo sucede algo similar, porque se cumplen, una vez más, los deseos oníricos de Affleck con cierto rezumo a Capitán América.
Manual del buen superhéroe
Kevin Smith, realizador obsesionado por los comic-books y «la santísima trilogía» de Star Wars, lleva contando con la figura de Affleck como actor fetiche desde su segunda película (Mallrats, 1995), ya sea como protagonista (Persiguiendo a Amy, 1997, Jersey Girl, 2004) o secundario estelar (Dogma,1999, Jay y Bob el silencioso contraatacan, 2001). La amistad que los une no sólo se basa en que ambos compartan las mismas inquietudes artísticas -como son la interpretación, el guión o la realización- sino que también participan en similares pasatiempos.
No es ningún secreto que a Ben Affleck siempre le han fascinado los héroes de cómic, de hecho interpretó a su justiciero favorito, Daredevil, tras escribir diversos prólogos para la casa Marvel Comics pregonando a diestro y siniestro su adoración por este personaje nacido en Hell’s Kitchen (escenario que comparte semejanzas con el barrio de Dochester en Adiós, pequeña adiós) y su entera disposición a encarnar a Matt Murdock, abogado ciego por el día, justiciero de noche. En la película dirigida por un fiasco de la dirección llamado Mark Steven Johnson (Ghost Rider, 2007) -que a día de hoy nadie sabe por qué encuentra trabajo-, Affleck compartía cartel con su esposa Jennifer Garner. El resultado fue tanto un completo desastre como una demostración de la poca predisposición que la pareja tenía para las artes marciales.
Tres años después de una serie de cintas prescindibles enfocadas en la comedia romántica, Affleck realizaría la mejor interpretación de su carrera en la poco conocida –aquí en España, claro- Hollywoodland (2006) en el papel de George Reeves, el primer Superman en la historia de la televisón. Una cinta que mezclaba el biopic con el cine negro y un Affleck que desplegaba toda la madurez acumulada entre años de bastidores y estrellato.
Ahora, y por tercera vez, en esta lamentable Argo, el actor y cineasta se reserva el papel basado en un arquetipo de héroe repetido hasta la extenuación, el de aparente perdedor, el hombre cuya vida privada está echa un desastre -no tiene tiempo de dormir o limpiar su piso, ni que decir que su vida conyugal está en ruinas- a causa de su entrega por una causa más grande que él, es decir, la causa americana. Nada nuevo bajo el sol, todo en la línea de otros personajes de acción como el que encarnaba Bruce Willis en Die Hard o The last Boy Scout. También recuerda en cierta manera a aquel afamado primer número de la serie de cómic Astro City (1995, Kurt Busiek y Brent Anderson) donde observábamos la rutina diaria de un personaje –alter ego de Superman- que se dedicaba a pasarse el día salvando al mundo a tiempo completo. El superhéroe, cansado y amargado, no tenía tiempo para vivir su propia vida.
La filmografía como realizador y guionista de Ben Affleck, pese a sus cambios de género, cuenta de una trama en la que siempre participa el mismo modelo de ciudadano medio (el soldado desconocido), capaz de tomar buenas decisiones en su vida a pesar del precio que haya que pagar: Doug MacRay (Ben Affleck) en The Town (2010), el detective de barrio Patrick Kenzie (Casey Affleck) en Adiós, pequeña adiós (2007) o Chuckie Sullivan (Ben Affleck) y Will Hunting (Matt Damon) en El indomable Will Hunting (dirigida por Gus Van Sant, con guión de la mano de sus dos protagonistas, que les reportó una estatuilla en 1997 al mejor guión original. Will Hunting es la historia de un joven superdotado con miedo a desarrollar todo su potencial, el arquetipo de historia marveliana enfocada a este nuevo super poder de ser un «cerebrito»).
¡Argooooderse!
No es de extrañar que con todo este pasado a cuestas como amante del tebeo y la ficción, el director de Argo se permita hacer diversos guiños a las grandes sagas intergalácticas –Star Wars, Star Treck, Flash Gordon– y a las aventuras de James Bond emparentadas siempre con las identidades secretas de los agentes de Misión Imposible. Pero es que Argo es tan pretendidamente cursi e infantil que en los últimos planos del film Affleck dedica unos minutos a una serie de insufribles transiciones –completamente plagiadas de la excelente trilogía Toy Story– en las que aparecen artículos de coleccionista, posters y muñecos del imaginario Lucas. Innecesario para el público que ha estado mínimamente atento al film y que tan sólo agradecerán algunos palomiteros despistados de la última fila o ese adolescente de la esquina que lleva toda la película luchando con el sostén de su chica.
En el mensaje más plausible de Argo queda patente que es el cine quien salva la vida de las personas, en este caso Star Wars, y ahí es donde gana nuestras simpatías y las de millones de espectadores. Pero tampoco podemos pasar por alto la otra cara mal intencionada del film, menos en estos tiempos en los que EEUU ya planea un nuevo golpe contra Irán.
Como decíamos al comienzo tras ver cualquier película, cuando uno abandona la sala del cine o aprieta el botón de apagado desde casa, debería preguntarse qué se ha llevado de ella. Y si alguno, detrás de los abrazos, las frases gloriosas, las canciones de piano y las figuritas de Star Wars, siente odio hacia el pueblo iraní que no se asuste, que no llame al loquero. Esa serie de reflexiones o sensaciones nocivas que se esconden tras el aluvión de sentimentalismos de fábrica es precisamente lo que anida en el corazón de esta película patriotera y maliciosa.
Argo no es la historia de un salvamento sino un llamamiento a la Guerra.
Alcalá de Henares 12 de febrero de 2013
Por fin pude ver Argo, sin duda es la película que consolidó a Ben Affleck y está claro que para muchos es una obra magistral, para otros tantos sólo fue entretenida pero en lo personal es un film narrado con inteligencia. La verdad es que este tipo de cintas no son de mis favoritas, decidí ver Argo por el hecho de que el tráiler me pareció atractivo, en cuanto al desarrollo creo que es una película muy amena y con un buen equilibrio en la exposición de sus emociones pero definitivamente me parece una propuesta sobrevalorada pues le falta épica, suspenso y personajes de mayor interés para ampliar su empatía. En cuanto a la banda sonora esa sí me gustó pues nos podemos deleitar con canciones de los Rolling Stones, Van Halen y Led Zeppelin.
Buen artículo, con el que estoy mayormente de acuerdo. Pero no entiendo la mala crítica a «El indomable Will Hunting», gran película donde las haya, en la quien quiere ver mas allá (hacia oscuras intenciones de argumento de fondo) , sólo puede producirse si existe un prejuicio sobre toda la producción de Hollywood, o un cierto desprecio y tirria hacia todo lo que allí se «cuece», que por otro lado, puedo llegar a entender, pero no compartir.
Un saludo.
«El indomable Will Hunting», a pesar de mencionarse en un contexto bastante crítico no es una película que disguste al autor del texto, tan sólo deja patente un ejemplo más de esa base superheroica sobre la que parten todos los personajes de Ben Affleck. No hay nada malo en «El indomable…» pero resalta la ingenuidad del actor/director en todas sus propuestas con cierto sabor adolescente, visceral pero poco meditado. Adiós, pequeña adiós, repite otro esquema de héroe pero en ambos casos hablamos de dos estereotipos ejemplares porque no son personajes planos y se ven inmersos en situaciones mucho más complicadas de las que el cine comercial nos tiene acostumbrados. Ambas películas son posiblemente las dos obras más destacables relacionadas con la carrera de Ben Affleck como creativo pero en una de ellas estaba Gus Van Sant de por medio, todo hay que decirlo. Gracias por los comentarios, un cordial saludo.
Acabo de ver la peli y corriendo he echado mano de este artículo, que no quise leer con antelación… La película no me ha gustado, pero en el sarcasmo de esta crítica veo que se le saca una punta con la que tampoco me he encontrado, como si leyese sobre una película diferente. En todo caso, aunque no comparto todo lo que comentas, entiendo que el tufo americano que despide pueda resultar susceptible de dichas objetivaciones. Pero, por otro lado, me da la sensación de que el texto acaba resultando igual de maniqueo que lo que parece criticar.
Un saludo.
Hollywood, esa gran máquina de generar dinero, capaz de vender una biblia incluso al más ateo.Gracias por vuestros comentarios!
La expectativa de que Argo sea fuertemente premiada en la entrega de los premios Oscar y que Zero Dark Thirty sea reprimida por mostrar el manejo de la tortura por parte de la CIA, indicará nuevamente que la Academia aprendió muy poco.
Muy buen artículo, desarrolla de forma amplia y detallada las influencias de Affleck para realizar esta película. Estoy de acuerdo en que el filme incita el odio hacia el pueblo iraní, y que lo mejor es ver (o volver a ver) Persépolis, excelente. Un filme hecho correctamente, destinado a un pueblo gringo ávido de historias de héroes donde salen ganando contra los villanos de cualquier procedencia. Saludos!!!