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The Devil and Daniel Johnston

Un hombre con psicosis maníaco depresiva que con su arte, la música y la pintura, fabrica su propio vehículo para intentar huir de su enfermedad y de la terrible condición de saber que alcanzar el amor le será algo imposible; hecho que marca por completo su historia. Así lo ha visto el director, Jeff Feuerzeig, y así lo ha plasmado en este apasionado largometraje.

por Juan José Iglesias

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The Devil and Daniel Johnston es un documental biográfico magníficamente realizado sobre un personaje que se convirtió en icono, tanto de la música folk como de la pintura moderna, en los 80 y 90. Nació el 22 de enero de 1961 en Palm Spring, California. Su nombre completo, Daniel Dale Johnston. Un hombre capaz de acerarse al diablo de una forma que produce pánico y al amor con esa misma pasión, para enternecer, emocionar y conmover a cualquiera. Un hombre con psicosis maníaco depresiva que con su arte, la música y la pintura, fabrica su propio vehículo para intentar huir de su enfermedad y de la terrible condición de saber que alcanzar el amor le será algo imposible; hecho que marca por completo su historia. Así lo ha visto el director y así lo ha plasmado en este apasionado largometraje.

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Con este personaje, Jeff Feuerzeig, que se estrena como director, tiene una valiosísima excusa para realizar un gran trabajo. La realización del documental no está exenta de carácter y virtud, ofreciéndonos un viaje a través de la vida del artista de forma lineal, clara, concisa y entusiasta. Está dirigida con nervio, logrando un análisis profundo del personaje y de su historia. Logra dar un merecido homenaje a Daniel Johnston, como persona y artista, llevándose al mismo tiempo una buena película a su bolsillo. Incluso recibió el premio al mejor director de documental en el festival de Sundance en 2005.
Un trabajo de documentación excelso, proporcionado en su mayoría por el propio protagonista, es el licor con el que el director crea este cóctel de amargura y genialidad. Las propias cintas grabadas en su estudio particular, sus vídeos en Super-8, entrevistas con la familia, amigos, managers y diversos grupos de la escena independiente americana de los ochenta, son los acordes de esta desolada canción.

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Sus amores imposibles, que convierte en musas en su sentido más clásico, sus dibujos, sus canciones y sus fatales encuentros con el diablo, se ven mezcladas con todo tipo de drogas y con entradas y salidas de hospitales psiquiátricos; pero siempre con una conmovedora lucha interior por encontrar el amor y aquello que da al artista su sabia, la fama.
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La enfermedad mezclada con una absoluta pasión por el arte y cierto nihilismo conjugan un cóctel que hace de Johnston una persona de lo más especial. Su habilidad para el arte es moderada, está muy lejos de parecerse a Mozart y su timbre de voz tiende hacia la fealdad, pero su capacidad para expresar sentimientos y sensaciones lo convierten en un artista necesario en nuestra actual sociedad de consumo, modas y apariencias absurdas. ¿Acaso Dylan tenía buena voz? Hay quien compara sus primeros discos con los primeros de Zimmerman. Yo no comparto esa opinión, pero si estoy de acuerdo en que ambos autores tienen un mismo ansia de libertad y emplean el arte como instrumento de redención, de vivir desde el lado del corazón, desde el lado salvaje. Otra comparación excesiva es la que asocia su música a los Beatles. Tampoco lo creo, pero a día de hoy me interesa más la música de Johnston que la de los chicos de Liverpool. Sus canciones evocan la pureza, la libertad y la inteligencia, a pesar de ser poemas puramente nihilistas y trágicamente desesperanzados. Lo que importa es lo que “reside” en el corazón y no lo externo. Temas como True love will find you in the end, de su álbum Hi, how are you, dejan claras desde un principio sus ideas, sus expectativas y un carácter como artista que se puede concluir que es el mismo de su propia persona; hecho que justifica por completo su éxito. Temas como Funeral Home son fiel reflejo de su ausencia de miedo ante la muerte, ante el fin inevitable, algo que bien podría ser una liberación. Nihilismo y trascendencia ante el infierno que se ha presentado en su existencia en la tierra.

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De valor incalculable son las amargas escenas que vive el protagonista al lado de los Sonic Youth en Nueva York; en busca de esa fama obsesiva que fue lo que le liberó, aunque tan sólo en parte, de su locura. La ciudad de Nueva York se convirtió en su refugio, un lugar donde huir de los psiquiátricos y de sus padres, intentar realizarse como músico y lograr el éxito que con tanto anhelo buscaba. Daniel acabó convirtiéndose en un auténtico problema para los miembros del grupo neoyorkino que, según cuenta el documental, se sentían responsables de él y de llevarlo a casa de sus padres. Lo realmente desdichado y nefando es constatar la absoluta necesidad, en ciertos momentos, de ser internado en el psiquiátrico, para no poner en peligro su propia vida y la de los que le rodean.

Su encuentro con Matt Groenning revela su lado más humano, al ofrecerse a hacer música para él, lo cual muestra su incalculable admiración, en una escena realmente emotiva.

Ese es el punto fuerte de Feuerzeig, acercarse al vasto infierno emocional de un personaje desconocido en nuestro país, pero con un merecido reconocimiento en su país de origen, cuando menos, a nivel underground. Sus canciones han sido versionadas por infinidad de grupos de la talla de Wilco, Pearl Jam, Beck o Sonic Youth. Incluso Kurt Cobain lució durante años una camiseta con uno de los primeros dibujos de Johnston, el que fuera portada de su séptimo disco titulado Hi, How Are You (1983).

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Técnicamente la narración tiene un ritmo endiablado y psicótico, como el propio personaje, y únicamente se le puede poner pegas en el tratamiento que de los padres de Daniel, que los supone prácticamente como unos fundamentalistas. Bien es cierto que tienen cierto carácter conservador, pero en gran parte gracias a ellos Johnston aún se mantiene vivo y con esperanzas. En este sentido, el documental refleja de forma sistemática el proselitismo religioso de Daniel y su concepción del cristianismo. Marcado profundamente por la educación católica que le dieron sus padres y profesores de escuela – normalmente por poco tiempo -, por la conciencia social de los Estados en los que vivió – no siempre liberales, como Ohio, Virginia o Pennsylvania -, y acuciado tristemente por su enfermedad, creó su particular universo religioso en el que creyó pasear durante años con el mismísimo diablo. Son admirables las escenas de sus conciertos donde se prodiga en discursos religiosos y deja terriblemente compungido ante la visión del personaje riéndose de su propia doctrina, doctrina que le aporta la necesaria esperanza para no suicidarse, en una especie de contradicción absolutamente trágica. La figura del diablo como imagen religiosa le marcó profundamente, pero le sirvió para cargar toda su ira y desesperanza sobre esa figura católica del mal.

Feuerzeig presenta a Johnston en ciertas escenas bajo una perspectiva profundamente turbadora. Algo que queda patente sobre todo al hablarnos de su primer amor, el amor de su vida, donde vemos primeros planos de su rostro infausto y compungido – perdidamente enamorado – ante un sueño imposible, resaltando una de las ideas que mantienen a Daniel combatiendo con fuerzas: la lucha por sus sueños personales, aún sabiendo – y he de insistir en esta idea – que son sueños imposibles. Vemos a este músico explicando cómo jamás se conformaría con un amor “a medias” y cómo busca sin descanso un idilio que le satisfaga plenamente, demostrando una pureza como persona que escasea entre los que nos denominamos cuerdos.

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Esta película entrega un bello regalo a una figura importante del arte que lleva una vida que jamás le desearía ni a mi peor enemigo. Una cinta que merece de veras la pena y que da a conocer a nuevas generaciones un personaje endiabladamente creativo, un gran músico y un hombre con una vida realmente desangelada. El hecho de ver a este músico luchar por la felicidad y el amor con una fuerza tan sublime y tan terrible me hacen admirarlo hasta que mi alma se despoja de sus más profundas lágrimas. Me deja la sensación de que todos los problemas que yo pueda tener son terriblemente pequeños, siendo un ejemplo increíble de superación ante la adversidad. Un genio del corazón y un gran creador de canciones.
El documental es sorprendente pero el personaje da mucho más de sí, empequeñeciendo en parte el trabajo de Feuerzeig. Johnston es un hombre que, por mucho que cante esa sublime canción titulada Life in vain, podrá gritar al cielo que ha vivido, durante el tiempo que su enfermedad se lo ha permitido, la vida hasta sus últimas consecuencias. Un inestimable viaje eterno hacia la felicidad, aunque a primera vista pueda parecer que el protagonista viaje hacia la nada, hacia el vacío más absoluto. Desde aquí mis mejores deseos para una persona ciertamente admirable.

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Madrid, 14 de mayo de 2012

etdk@eltornillodeklaus.com