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La noche que odiamos el cine II.

La noche que odiamos el cine II: Las ratas se quedaron con el barco y a los demás nos dieron por saco

El cine comercial es el equivalente al porno, diseñado para descargar, descargar, descargar, uno ve la película sabiendo que al finalizar va a sentirse más vacío, sin apetito, sin ganas, más cerca de la esterilidad de los objetos que del ser humano. La paja del día es la consumada bazofia que nos restriegan por los ojos y a la que los medios de comunicación le hacen reverencias, suponiendo que es eso precisamente lo que la gente quiere ver, pero ¿acaso tuvimos elección?

Por Miguel Cristóbal Olmedo

Las ratas se quedaron con el barco y a los demas nos dieron por saco

AVISO A LOS LECTORES: Estos dos artículos han sido escritos por un par de tipos furibundos, que se olvidaron ponerse los guantes y cortarse sus uñas con ponzoña a la hora de escribirlos. Aquellos que padezcan de oídos delicados, absténganse de seguir leyendo. El Tornillo de Klaus no se hace cargo de sus opiniones y advierte que estos francotiradores de la palabra andan sueltos y de mala hostia.

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En clase de lengua extranjera éramos alrededor de treinta y cinco más un gilipollas. Este, claro, ni se esforzaba ni dejaba a los demás aprender. Cada día, mirábamos con ansiedad su sitio vacío (siempre llegaba tarde con la excusa de una misma historia inverosímil que, por pura dejadez, no tenía la decencia de actualizar) deseando que ese día brindase a todos un respiro y no viniera para arruinarnos la clase. Porque sucede que nuestro maestro estaba empeñado en no dejar a nadie atrás y por ello las clases se iban eternizando con la repetición de una repetición de la lección de la semana anterior. Con el tiempo, fastidiados por el aburrimiento, también nosotros empezamos a relajarnos y acomodarnos al ritmo del único estudiante que no tenía intención de aprender. Dejaba de preocuparnos la tarea. Puede decirse que treinta y cinco alumnos fuimos contagiados por el más perezoso e ignorante; es decir, el gilipollas llevaba el timón.

Extrapolado al cine, ese es exactamente el problema de la gran mayoría de las películas: entienden que para hacer dinero deben llegar al mayor número de espectadores y para ello es necesario sacrificar la historia, reducirla a un puñado de estereotipos y desenlaces previsibles con los que todo el mundo se sienta a salvo. ¿Pero quién es todo el mundo? Ah, hostias, nos referimos al gilipollas.

A favor de este, diré que son muchos más a tener en cuenta y que los enterados y antipáticos pedantes forman un grupúsculo elitista. El resto de la audiencia, a ratos bien, a ratos mal, es un poco veleta y se inclina a favor de la promoción con más dinero invertido. No tengo a mano la tarta con los porcentajes, pero a tenor de las cosas que se proyectan y la falta de respeto hacia la inteligencia del espectador, yo diría que vivimos bajo la tiranía de los gilipollas. La industria del cine está empeñada en dar preferencia a la gente que realmente no le gusta ni entiende de cine, que lo usa como escapismo o convención social entre amigos repartiéndose chucherías. O, lo que es lo mismo, empobrece el gusto de la clase entera logrando que no nos quede otra que seguir a los más imbéciles. Pueden pelear mi argumento hablando de la democracia de los gustos, pero una vez más democracia no significa que te meen en la boca, que eso es como uno se siente cuando sucumbe, por ejemplo, a ver Transformers (Michael Bay, 2007) una tomadura de pelo inflada con millones de dólares.

El cine comercial es el equivalente al porno, diseñado para descargar, descargar, descargar. Uno ve la película sabiendo que al finalizar va a sentirse más vacío, sin apetito, sin ganas, más cerca de la esterilidad de los objetos que del ser humano. La paja del día es la consumada bazofia que nos restriegan por los ojos y a la que los medios de comunicación le hacen reverencias, suponiendo que es eso precisamente lo que la gente quiere ver, pero ¿acaso tuvimos elección?

La mayoría de las películas han pasado de entretener a ser algo para matar el rato, lo cual no es lo mismo, ya son nada más que un pequeño viaje por un parque de atracciones, donde hay sustos, cuchillos, explosiones, romances imposibles, adrenalina en vena sin ningún significado salvo la de mantener engañado a sus espectadores. Antiguamente las historias eran capaces de purificarnos. Los personajes interpretaban al propio espectador desafiando su destino. Eran un espejo que nos advertía y salvaba de nosotros mismos. Finales de los 60 y 70 fueron los últimos años dorados antes de que las grandes compañías tomaran el toro por los cuernos. Este es ahora un cine que apunta a nuestros bolsillos y nos mantiene instalados en la vulgaridad emocional, nos obliga a perdonar lo imperdonable que es el aburrimiento.

David Simon, el principal artífice de The Wire, Generation Kill y The Treme, dijo a propósito de ello: “Catarsis. Mmm, sí. Los griegos entendieron el poder de la tragedia (…) Tú ves tragedia por lo te transmite. La vida es esencialmente, a cierto nivel, una tragedia; tiene que serlo, somos mortales y todas las personas que conocemos y amamos, todo lo que nos importa, va a terminar. La mayoría de lo que América busca como entretenimiento es evitar la tragedia. Queremos segregarla, ponerla en una especie de gueto y el 99 % de lo que vemos es espectáculo o comedia. Creo que hay un hambre real que la gente no siente pero cuando se le presenta con algo genuinamente trágico a nivel humano, reacciona ante ello. No saben lo que están perdiendo hasta que lo tienen delante de ellos. Y entonces tiene considerable poder (…) Mientras continuamos gratificándonos a nosotros mismos con historias de afirmación y superación, y comedia tipo chico conoce a la chica adecuada aun cuando ambos estén prometidos a otra gente y todo sale bien al final, ¡maldita sea!”.

John Fante

En Tales from the script (2009) el documental de Peter Hanson, se hace acopio de un gran número de testimonios de escritores que fueron chuleados por los la industria cinematográfica. John Fante, el gran autor que inspiró a Bukowski a escribir, reconoció que Hollywood le había hecho papilla, lo había absorbido con sus promesas de dinero fácil para relegarlo después a escribir argumentos sin valor para películas grises que sólo respondían al reclamo del dinero. Dicen que fue el cine y no la enfermedad lo que acabó matándolo, lo que acaba matando a la mayoría de los que trabajan para él con la ilusión de crear algo nuevo. La conclusión es muy sencilla: si los guionistas son quienes menos cobran, se debe a que las ideas ocupan el lugar más bajo de la cadena de una industria supuestamente basada en la espina dorsal de la creatividad.

Estamos rodeados de talento inapreciado, que ningún mecenas se atreve a respaldar. Nuestros artistas pasan por momentos difíciles o se dan por vencidos y buscan formas alternativas de sobrevivir. El mejor pianista que he escuchado, tocaba al costado de un corredor, con el sombrero de las propinas volteado hacia arriba, entreteniendo a los pasajeros borrachos de un crucero.

La historia ya no importa. Importa el espectáculo, la promoción, las subvenciones, el merchandising. Importa salir del corral con todas las gallinas en un saco. Los muy cabrones. ¿Cuántas series de televisión que parten con una buena idea no se desbaratan por el número ilimitado de episodios? ¿Cuántos personajes desaparecen de una serie porque la historia se lo indica y cuántos porque les rescindieron el contrato a causa de desacuerdos salariales? La última infamia, sin que llegara a ser una sorpresa, llegó con George Lucas y su retirada por la puerta de atrás, mientras el imperio Disney se quedaba con sus juguetes. Ahora, dicen, están pensando en resucitar a Darth Vader al más puro estilo de los seriales de los 80.

George Lucas

Baja el crepúsculo y las luces no se encienden. Quieren acostumbrarnos a esta mediocridad penumbrosa, a un horizonte vacío de sorpresas y emociones, instalarnos en la rutina de las mismas películas, filmadas con un talonario en vez de una cámara, la historia cien veces rodada, infantilizada y descuartizada sin afán de mejorarla salvo por un par de efectos especiales más (su Gran Fórmula). Si el producto vende, ¿a qué cambiarlo? La gente también puede engancharse a la mierda, a películas de fácil digestión que no les hagan trabajar los esfínteres del cerebro. Remakes y subproductos sacados a la carrera. Un par de caras guapas, un poco de erotismo preadolescente, las escenas montadas desde un ordenador donde se percibe la falta de cariño en el acabado. Frases que salen de la boca como pompas de chicle, masticadas, sin sabor, completamente esperables. Y así el cine pierde su cualidad catártica para ser un elemento de consumo y desecho automático. No hacen películas para nosotros. Nosotros ya no contamos como espectadores. Los niveles de audiencia no nos representan. ¿Pero quiénes son la audiencia en realidad? Han logrado arrinconarnos. Los gilipollas de la clase no solamente se han hecho con la voluntad del resto de la clase, además le dictan las órdenes al profesor. Este barco no lo gobiernan ni capitanes ni marineros sino las ratas despavoridas que no saben de navegación.

Helsinki, madrugada del 3 al 4 de diciembre de 2012

 

                                              

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  • José Galicia dice:

    Mejor dicho… Casi imposible!

    Yo estoy de acuerdo, pero también pasa que los artistas underground o un tanto bohemios tienen creaciones muy pobres… No solamente en presupuesto, sino en ideas también.

    Ojalá y logremos ver lo que hay al otro lado del muro y no desde un pequeño agujero! Sino sin el muro estar!

etdk@eltornillodeklaus.com