Skip to main content

Guerra civil galáctica: Una crónica del 25-S

Guerra civil galáctica: Una crónica del 25-S

Intuyo la resignación de estos antidisturbios, aparentando tranquilidad mientras esperan la orden. Y me cuestiono cómo un individuo puede opositar a un trabajo que consiste en golpear a su propia gente, si será por el plus de bonificación o es mera pulsión animal. “Me encantan los momentos de calma antes de la tormenta”, recitaba Gary Oldman antes de masacrar a toda una familia en León, el profesional.

― Caballo, ETDK

eltornillodeklaus-a-thick

Acabamos de superar a la Cibeles cuando vemos que un número infinitamente superior de policías ha rodeado la zona centro de Madrid, en efecto, todo parece indicar que estamos en una especie de ratonera circular muy propia de los experimentos de control que realizaba el doctor Schriber (Dark city). Y es que si hoy llueven palos no podremos refugiarnos en el Dios Neptuno que ha sido enjaulado por diversas vallas de “seguridad” que tan sólo «aseguran» una huida imposible para ese protestante que ha perdido la mitad de sus derechos en este país de pícaros, opusinos y franquistas. Por el momento no cabe duda de que somos menos que la última vez los que nos lanzamos a la zona de peligro, es decir, los que nos encaramos al gobierno con algo más que las típicas quejas vía red social o con productos audiovisuales de falsa preocupación moral. Hoy no vislumbro e ese gremio de artistoides de moda y costura mucho más inquietos por aquellas vetustas subvenciones del ICAA que por los auténticos problemas sociales que nos asedian. Me preparo un cigarrillo de liar y compruebo que sólo me quedan unas polvorientas migajas de tabaco, debe ser que fumo demasiado desde que leo las amargas críticas de Carlos Boyero, un tipo tan ingenioso que cree haber superado la ingenuidad de estar enraizado en un exquisito “cine viejo”, algo que lo emparienta, más de lo que quisiera admitir, a aquel “cineasta viejo” y ex presentador de Qué grande es el cine, quien ahora emplea a políticos en vez de actores produciendo melaza en vez de cine. Y para cándidos estamos una pequeña agrupación de personajes nacionales, todos algo freaks, todos algo perdidos, pero no como en aquella serie poco sentida y sin nada de sentido que firmó J.J. Abrahams. No se podrá negar que estar aquí es consecuencia de un agravio al pueblo, salir a la calle es producto de un pensamiento de coherencia y una búsqueda del derecho y la dignidad –que ya poca nos va quedando- y esta vez no valen las trampas de la palabra, ni los efectos de montaje y aún menos los giros finales de argumento. Todos  sabemos cómo va a terminar esto, con unos recibiendo golpes y otros repartiéndolos. Aquí no hay ningún Woody Harrelson que se arrepienta de su oficio de antidisturbio como sucediera en Batalla en Seatle, más bien parece el campo de cultivo idóneo para un Domingo Sangriento en toda regla pero sin el caché del falso free cinema de Paul Greengrass o las deslumbrantes canciones de los U2. Aunque por el momento los tipos de traje imperial y sus naves comúnmente conocidas como lecheras guardan la compostura, o lo que entendamos que un españolito medio sea capaza de guardar nada antes de perderlo todo, ya puestos paciencia o dinero público. Al llegar a Neptuno la falta de implicación del ciudadano medio me parece algo desoladora. Es pensar esto y se nos van sumando gentes de todas partes (en boca cerrada….). Reconozco a uno de ellos. Es Alberto San Juan, actor nacional que protagonizó entre otras muchas Bajo las estrellas, una fábula que apelaba al espíritu humano más paternalista y su reconocida capacidad de redención. Así me siento yo, paternalista, porque varios miembros del equipo estamos dispersos y la cosa empieza a ponerse tensa.

Ya los lemas han dejado de ser eslóganes relativamente amables para dar paso a una serie de intenciones y objetivos más agresivos pero heterodoxos. Lo que está claro es que se acabó lo de la manifa como evento social y el buen rollo, popularizada aún más con el 15M, porque los que hemos venido aquí estamos hasta los cojones. Si las últimas veces compartimos algunos bailoteos populares al ritmo de los tambores ahora hemos pasado a una consigna muy diferente: “Menos batucadas y más barricadas!”. O en ocasiones cuando muchos gritan “¡Fuera!”, otros aúllan “¡Fuego!”.  La proyección en mi cabeza de esta imagen revolucionaria me recuerda que este sábado se había citado una congregación de personas para un proyecto que, pese al ridículo efectismo y solemnidad del video de recaudación por Crowfunding, ha llamado mi atención. Se trata de una producción independiente de muy bajo presupuesto -como no podía ser de otro modo en esta nación que desprecia su propio cine, empezando por la ex ministra y guionista José María González-Sinde, titulado Toma la Bastilla. Si este sábado no hay manifa tal vez me presente como figurante para la secuencia de la ocupación ya que el día de hoy se me antoja como un ensayo frustrado.

Foto de Carlos Sogorb

De repente la multitud comienza a correr, y no precisamente en dirección al Congreso. Una muchedumbre aterrorizada comiéndose a otra. Una mujer histérica grita algo como de quedarnos quietos porque “nos vamos a matar todos”. No es lo que dice sino cómo lo dice, grita como si el mundo se acabara y me contagio de su nerviosismo, es decir, me enferma. El spring se detiene rápidamente, no ha sido más que un susto. La masa se apacigua y la histérica se calla, las cuerdas del piano están muy tensas, el cielo amenaza con lluvias y los márgenes de movimiento son menores. De nuevo parece que el Imperio cargue, nuevos chillidos y empujones, seguidos de una intranquila calma. Los soldados están jugando a algo cuyo objetivo no terminamos de comprender. Y son solo las 7,30 de la tarde. De pronto algunos objetos son lanzados desde nuestro rasero para desacertar en la espalda de varios compadres que si no encabezan al menos sí se encaran a la opresión gubernamental situándose en la primera fila de esta convocatoria. Veo unos indignados jóvenes y llenos de ideales que se han visto forzados a reconvertirse en fuerzas radicales. El que está a mi lado, desde “zona segura”, sigue lanzando sus pelotas de tenis a unas furgonetas blindadas que se han colocado en medio del tumulto tras asustar a golpe de porrazo.

Estúpidos y cobardes los hay en todas partes. Pero al final los que dan los palos, siempre enfundados en esos trajes acolchados, dejan claro quién es el malo en esta historia. Que no es el lacayo Darth Vader, claro, sino el Senador -después Emperador- Palpatine, aquí en Españistán, un país roto o en reconstrucción, como la Estrella de la Muerte de El retorno del Jedi, liderada siempre por una serie de necios e incompetentes que se hacen llamar políticos serios. Los demás somos la Rebelión regida por idealistas, cazadores de recompensas, contrabandistas y bailarinas que acaban siendo devoradas por un Rancor. Pienso en los crímenes de guerra que cometen estos politicuchos y en las sacas de oro público que se llevan a sus hogares día sí y día también, en las malas gestiones por las que no se ven obligados a dar cuentas ante la justicia, porque no existen condenas posibles ni responsabilidades para los de su casta y ralea. La infumabe «Reina de corazones» de Lewis-Burton y su política a lo Robespierre me parece demasiado caritativa para estos mentirosos e impresentables.

Foto: EFE elcomercio.com

Por doquier me rodean estudiantes de política, historia y derecho, artistas, docentes, unos pocos jubilados y siempre algún borracho. Tropiezo con un perro, en efecto, está la perroflauta de turno –ese espécimen con el que algún cateto gusta de asociarnos -, que se trae a su animal para no sé qué, quizás para que cuando el tumulto corra en avalancha tipos como yo lo pisoteen. Luego hay una buena cantidad de jóvenes ofuscados que visten el uniforme del más “anarca”, todos ellos muy pintones y molones con sus ropas de maestro Jedi.

 

Entre ellos algunos infiltrados de la policía que se verán en las noticias de mañana. Cada uno con su propia reivindicación social que nos es la misma que la mía, o tal vez lo sea pero aún no me he enterado. Desde algún punto ascienden decenas de fresbees que se esparcen entre el gentío. Esos ovnis serán los protagonistas del evento durante un buen rato.

Charlo con un colega que es músico sobre lo fácil que resulta hoy en día realizar un video musical, con esa estética manida y efectista seguida del invento croma que lo carga el Diablo. Que si el desenfoque de la imagen le da un punto artístico, que si hay que meterle un montón de efectos especiales en posproducción. Por evidentes razones recuerdo la opereta audiovisual que se ha montado Alexis Morante y Bunbury con su Licenciado Cantinas. Me pregunto si el guión de este mediometraje musical se hizo en base a las profecías mayas del 2012 o es una mera copia fraudulenta surgida por una disertación como “He visto “Melancolía”, la última peli de Von Trier, y quiero hacer una historia de amor entre Bunbury y el sol y la muerte y un aborigen que todo lo sabe y un niño andrógino que canta como Enrique; todo con una foto muy guapa y mucho fx.” Opino que debería abandonarse tanto efectismo hueco y el  exacerbado gusto por el montaje espídico, a favor de la sencillez audiovisual y una narrativa en búsqueda de lo esencial. Debo de haber sonado muy presuntuoso porque me habla acerca de unos cortos que tienen mucho de bodegón y naturaleza muerta, de lo pretenciosos y elitistas que resultan algunos artistas. No le puedo negar parte de razón. Debe ser por lo de la naturaleza muerta que me viene a la mente el primer congreso del grupo Stop Motia que habrá este mismo sábado y si la jugada de ir como extra al rodaje de una peli cutre de buenas intenciones podrá ser compatible con la reunión de unos amantes de la plastilina en movimiento. Me cuestiono si no será por pura casualidad que un buen cineasta sea capaz de encontrar la línea que separa lo ingenioso de lo pretencioso, así como lo divertido de lo superficial.

Alguien me empuja. No es Alberto San Juán, sino un vendedor ambulante que no deja de restregarme una lata de cerveza por la cara. El negocio es el negocio, claro, pero ya me he negado por enésima vez a comprarle esa birra. Necesito abrirme paso entre la multitud para recuperar la cobertura en el móvil. Es imposible. Un ruido estruendoso. Empiezan a tirar fuegos artificiales. Todo el mundo aplaude aunque muchos ni sepamos quiénes los están tirando. Me pregunto qué nueva genialidad repleta de sarcasmo publicará mañana en su muro Iván Reguera y no dejo de acordarme de un Clint Eastwood chocheando en contra de Obama. El mundo está jodido y no es por los aliens de Roland Emmerich ni sus cambios climáticos ni sus predicciones mayas, lo hemos jodido nosotros solitos, como ya nos adoctrinaron cientos de películas.

Intento retomar mi posición entre la agobiante turba de manifestantes, mientras pienso en esa frase Shakesperiana venida directamente del Teobaldo que en mi cabeza interpreta John Leguizamo: “Paz, odio esa palabra como odio el infierno, a ti y a los Montescos”. Ya es una utopía pensar en una queja pacífica y civilizada en esta nuestra nación liderada por monkeys y diablos. Bajo el casco imperial que los exenta de una identidad se puede notar como les hierve la sangre, estos maderos llevan horas aguantando cánticos e insultos, una metáfora simple de lo que lleva aguantando la plebe durante muchos años. El gobierno se ha lucido enviando a todas y digo todas sus tropas en esta reclamación legítima. Ver para creer, nadie me avisó de que algún día volveríamos a este estado de sitio. Se retoma el campeonato de lanzamiento de objetos, y no me refiero a los fresbees.

Imagen de Andrea Comas

Intuyo la resignación de estos antidisturbios, aparentando tranquilidad mientras esperan la orden. Y me cuestiono cómo un individuo puede opositar a un trabajo que consiste en golpear a su propia gente, si será por el plus de bonificación o es mera pulsión animal. “Me encantan los momentos de calma antes de la tormenta”, recitaba Gary Oldman antes de masacrar a toda una familia en León, el profesional. Estoy seguro de que a muchos de ellos les excita la frase. Extrañamente debe de ser lo único que tengamos en común.

Súbitamente una nueva sacudida y la muchedumbre que no sabe si correr hacia las tropas imperiales o hacia Neptuno, cuando cientos de seres humanos amenazan tu vida en un estado completo de pánico parece que se difuminen las vías enemigas. Siento ese famoso “sudor frío” del que hablan en todas las novelas baratas y atisbo una imagen de lo que será visionar por primera vez mi peli encomendada de la semana, La batalla de Argel. Respiro hondo. Estoy dentro de un noticiario y eso me asusta porque en las noticias sólo hay muertos y hambre… Espera, ahora parece que están pegando en serio. Algunos parece que se enfrentan a ellos. O no. En realidad no sé muy bien qué coño pasa porque no hay quién se entere de nada.

Imagen de Alberto Martín

Me pregunto qué clase de documental o ficción realizarían Jose Luis Guerín, Elías León Siminiani o Flavio G. García si grabaran todo esto. Puede que alguno de ellos domine el secreto de esa “línea” que deba de inquietar a todo cineasta, aunque estoy seguro que tienen las mismas dificultades que yo para diferenciar entre una maniobra de ataque con otra defensiva, y en esta ocasión me refiero a cada bando porque esta es la auténtica guerra civil galáctica.

Algunas naves se marchan, otras regresan. Los rebeldes se dispersan con cada carga, para después intentar reagruparse de nuevo. A muchos les aumenta la adrenalina, aunque seguramente sea de manera más natural que el subidón que tienen los soldados. Solo quedan jóvenes y cada vez hay más tipos disfrazados de Jedi. Flota una atmósfera de morbo vouyerista, a la que vez que un protagonismo quijotesco. Me siento como en unas fiestas de pueblo. Ya sea toro, vaquilla o perro, todos los participantes se acercan, encaran o intentan golpear al animal para luego correr aterrados cuando contraatacan. Nunca me gustaron esa clase de eventos. Hay que madrugar demasiado.

Algunos jóvenes arrancan adoquines del suelo para lanzárselos a la policía. Pasan varias lecheras a gran velocidad y un par de botellas se estrellan ruidosamente en sus ventanas. Tengo ganas de robar el helicóptero que sobrevuela nuestras cabezas, no sé si para estrellarlo contra nuestro objetivo o para inmortalizar esta paulatina batalla que puede durar toda la noche.

Fotografía de Diego Santos

Me pregunto que estará sucediendo en el resto de puntos estratégicos de la convocatoria. Nos apartamos para deliberar.

En esto me encuentro con una colega ex compañero de escuela. Nos contamos trivialidades y nos hacemos los interesantes por lo muy “ocupados” que estamos todos por nuestros futuros proyectos. Ocupados con curros sin remuneración o remuneración por debajo del salario mínimo. Le pregunto si vio el cortometraje que realicé el último año en la academia, en el que ella  participó como figurante. Como ya me temía, la respuesta es negativa. Me pregunta sobre qué iba. “¡De todo esto!”, la contesto mientras extiendo los brazos. No me comprende porque no ha podido ver la secuencia en la que me arrastro por el suelo para morir entre un montón de jóvenes que viven sumidos en un coma moral. Aquí me encuentro con otro dilema muy común entre los colegas del ramo: ¿Cómo difundir nada si los mismos que hemos participado en un proyecto no tenemos el menor interés en visionarlo?

Nos despedimos para desplazarnos una vez más tratando de no ponernos al pie del cañón de esos uniformados que ahora portan numerosos rifles con balas de goma. Por alguna razón decidimos ir a Sol, sin saber que en Atocha nos habría esperado un remake a la española de El acorazado Potemkin. Atravesamos de nuevo el terreno de la diosa Cibeles que parece encontrarse en calma. Es en Alcalá donde nos encontramos el caos. Numerosas divisiones imperiales se encuentran apostadas en la pared esperando una orden. Un antidisturbios discute con un grupo de jóvenes que se ha refugiado en una boca de metro. Tiene una enorme piedra en la mano y dice que ellos han sido los que se la han tirado. “Puede haber sido cualquier otro que se haya largado por aquí”. “Me da igual, ¡salid de allí!”, ordena por respuesta. Van llegando más curiosos de ambos bandos.

Al cruzarse con un imperial, una chica le insulta con desprecio. La respuesta es también injuriosa pero tranquila, creo ver una sonrisa en sus labios. Otra división se encuentra formándose, al adelantarla escuchamos decidir al jefe que van a barrer toda la calle a partir de esa posición. Ojalá fueran escobas lo que tienen entre las manos. Nos damos de bruces con más músicos conocidos del barrio, ninguno ha traído su instrumento, los trovadores hoy no cantan ni por el rey ni por su corte, dan de pecho y de capella cuanto pueden pero la noche arrecia y ya no falta mucho para que salga la caballería, ahora las luces de los vehículos hacen acto de presencia, luces frías como esas gelatinas de CTB que se ponen delante de las lámparas fresnel.

Pasamos al lado de un pequeño cine en vías de extinción. En la revista Caimán, Cuadernos de cine se preveía el cierre de 727 salas de cine y la pérdida de 2908 puestos de trabajo para este próximo año tras el aumento del 21% del IVA. En la web de Las horas Perdidas y en el programa radiofónico El séptimo Vicio se hablaba de venganza contra el sector audiovisual. Ahora recuerdo que tengo un proyecto a medio editar que debo terminar urgentemente porque ya no sé si trataba de dos parejas en crisis que van al cine o de un cine en crisis al que asisten las parejas. En el lugar al que vamos ya nadie lo está pasando bien, hay alaridos y mucha furia, nos han apretado demasiado las tuercas y estamos hartos. Se movilizan los efectivos policiales abriéndose camino como mejor saben, ya se oyen los primeros disparos, el gentío corre, una ambulancia recoge a un tipo que no se puede mover.

Españistán está en guerra.

 Madrid 26 de Septiembre del 2012

Fotografía de Andrea Comas

                                                                                                                 

Join the discussion No Comments

  • Mariti dice:

    En la manifestación estaba también Carlos Taibó. No es la primera que vez que le veo en los movimientos que tienen que ver con el 15M lo que me lleva a pensar que no se debe de perder ni uno.

    Os pongo un comentario de su blog:

    Una metáfora de los tiempos modernos

    28/09/2012 | Carlos Taibo | Crisis – Capitalismo/mercado |
    http://www.carlostaibo.com (28 de septiembre de 2012)

    Las escaleras mecánicas, de subida como de bajada, que comunican el metro con la estación Sur de autobuses de Madrid llevan varios días averiadas. Serán los recortes. Se cae el alma al suelo al ver a l@s ancian@s subir los peldaños, sin apenas aliento, con maletas y bolsas.

    Doy por descontado que en la florida terminal 4 del aeropuerto de Barajas todo funciona, en cambio, a la perfección. Los ejecutivos, con sus trajes de diseño, sus maletines de piel y sus ordenadores de última generación, no tienen que hacer esfuerzo alguno. Los llevan en volandas.

    Como quiera que sé que me estará leyendo, y para ayudar a los viejitos extenuados del metro de Méndez Alvaro, ¿no podría la delegada del Gobierno en Madrid, la señora Cifuentes, colocar a alguno de sus fornidos policías al pie de la escalera mecánica que acabo de dejar atrás?

  • El gobierno no se da cuenta de la disociación que hay con la soiedad. Ha comenzado un proceso social e histórico que dificilmente podrá parar. Guste o no guste. La violencia desaforada para acabar con la protesta sólo retroalimenta la protesta. El gobierno debiera reflexionar sobre estas cosas. Si tomamos el ejemplo de 1930-1931, muchos políticos tocados en su imagen y prestigio por su trayectoria con Alfonso XIII y en particular durante los años de la dictadura de Primo de Rivera, se reconvirtieron y ganaron prestigio en la II República. Es posible que estemos en un momento social parecido que fuerce a ello a determinados políticos. No sabemos qué deparará el futuro, pero sabemos lo que comparativamente está deparando, y es algo feo, muy feo.

etdk@eltornillodeklaus.com