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Danny Boyle: 127h o Noventa y cuatro minutos en la grieta

Una historia como ésta y bajo otra mirada directiva nos pediría una película de puro tedio y desesperación, pero esta vez no es así y el realizador logra con creces superar el reto que supone esta cuasi tragedia. Por ello en una película digna de análisis y aprendizaje audiovisual.

por Pablo Cristóbal

-¿Qué tal la peli?

-Bien, el tipo se pilla la mano con una roca y como si fuera un coyote se corta el brazo para sobrevivir.

A priori estaríamos desvelando la sinopsis de 127 horas y su crudo final de no ser porque de eso ya se había encargado la prensa, algunos noticiarios y otros entes mediáticos proclives a la creación de iconos y leyendas. Esta es, una vez más, una historia que despierta el interés del público afiliado a lo televisivo y lo macabro -especialmente, cuando se quiere contemplar en pantalla grande la recreación de tamaño suceso -pero una cinta que ha sido cuidadosamente tamizada por un filtro de emociones fáciles para todos aquellos bien pensantes y santurrones, es decir, lo que sería una tragedia sórdida se transforma en una película familiar al más puro estilo Viven, 1993.

Aunque no nos quepa la menor duda de que el trailer de esta obra sea una buena excusa para perder toda fe en el mundo audiovisual, sorprendentemente, la película no nos resulta esa expectante diarrea de lágrimas fáciles. ¿Por qué? Un nombre:

Danny Boyle.

-¿Qué tal la peli?

-Bien, el tipo está punto de morir y en un momento dado se le ocurre masturbarse por última vez.

Exacto, hablamos de uno de los directores más interesantes en el circuito comercial de las dos últimas décadas, alguien que no sólo escoge bien sus guiones sino que avanza apresuradamente con la innovación de los últimos medios tecnológicos; más afiliado al videoclip y al spot publicitario que a una narrativa convencional, Boyle, ha marcado una tendencia en el panorama audiovisual casi con cada película que ha realizado. Algunos ejemplos son Trainspotting (1), 28 días después (2) o Slumdog Millionaire (3).

En este caso, el cineasta escocés se sirve, en momentos de una realización sentida del reality show, (con micro cámaras apostadas en su protagonista, James Franco) handycam e imágenes cibernautas que matizan el absurdo de una situación tan desesperada en esta era de telecomunicaciones. A destacar la ensoñación de recuerdos, deseos y pesadillas, esa muestra de cámara tripartita más cercana al videoarte que al mero recurso del montaje dinámico, el empleo de la música extradiegética como elemento narrativo (obsérvese el sonido de cuerdas rotas procedente de una guitarra eléctrica a cada tendón amputado).

Una historia como esta y bajo otra mirada directiva nos pediría una película de puro tedio y desesperación, pero esta vez no es así y el realizador logra con creces superar el reto que supone esta cuasi tragedia (siempre con la trampa pero ayuda inestimable del flashback). Todo ello convierte esta cinta en una película digna de análisis y aprendizaje audiovisual. Por esta razón indagaremos sobre una serie de pautas en las que reincide este realizador:

a-Sus películas se venden para infantes y jóvenes pero critican duramente las formas de convivencia de estos últimos, la hipocresía y esa general falta de motivación hacia todo lo trascendental.

La playa, 2000, es un claro ejemplo de locus amoenus donde conviven secretamente una comuna de jóvenes en una isla paradisíaca al más puro estilo El lago azul, 1980. Poco a poco, el lugar idílico comienza a parecerse a esa delirante jungla que nos mostró Coppola en Apocalipsis Now, 1979.

Traisnpotting, 1996 nos habla de un grupo de amigos cuyo punto en común son las drogas; a mitad de película, cuando el protagonista (Trenton/Ewan McGregor), sufre una sobredosis decide cambiar completamente de vida alejándose lo máximo posible de sus antiguas amistades. Una vez exiliado del submundo del cuelgue, es acosado por Bergie y sus antiguos colegas de barrio, ahora vistos como parásitos bajo la mirada turbia de un reformado y honrado McGregor. El film termina con la deleznable traición del protagonista que decide cortar lazos definitivamente con sus antiguas amistades robándoles una cuantiosa suma de dinero para poder así reinsertarse en una mediocre sociedad.

b-El director, no sólo entretiene, sino que por muy truculenta que sea la historia, divierte (algo que supieron hacer en su día grandes directores de industria como Steven Spielberg, Richard Donner o Brian De Palma). Por ello no se pierde en el realismo exacerbado al que nos están acostumbrando estos tiempos de cámara al hombro, tiempos en los que se pretende fusionar lo lúdico con lo social y que pocas veces obtienen el resultado esperado.

Boyle se centra más en la trama pero nos beneficia colateralmente con una reflexión actual.

28 días después, 2002, giraba en torno a la predisposición violenta del hombre.

Cuando los protagonistas consiguen llegar a un refugio asegurado por lo que queda de una partida de militares (símbolo de protección pero restos de una rigurosa civilización), se encuentran con que al hombre (Cillian Murphy) se le intentará ejecutar por su falta de cooperación y a las mujeres, una de ellas menor, se las forzará al coito y la reproducción sexual. El teniente pone como pretexto la supervivencia del ser humano. Murphy, realiza una sobrecogedora metamorfosis psicológica que lo entronca con su lado más salvaje e irracional, asemejándose a uno de esos errantes zombies de los que llevan rehuyendo desde el principio. De esa forma logra reducir al grupo de soldados y asegurar su propia supervivencia y la de su grupo.

Esta es una de las escenas magistrales que hacen del director una figura más que destacable. No podemos hablar de 28 días… sin mencionar a John Murphy, compositor parcial de algunas de sus bandas sonoras que ha sabido dotar de una fuerza extraordinaria algunos de estos momentos cinematográficos. La fotografía correrá, a partir de aquí siempre a cargo de Anthony Dod Mantle quien fuera un habitual del movimiento Dogme 95 realizando trabajos como Celebración, 1998, Julien Donkey Boy, 1999, -en el que las micro cámaras serían uno de sus recursos más interesantes-y Mifune, 1999.

c- El videoarte, la poesía visual.

Se reclama la belleza de unas imágenes oníricas que transmiten lo intangible, lo permanente. Los personajes huyen de una pandemia mientras cruzan unos campos dibujados por la mano de Vincent Van Gogh.

El hombre mira al cielo y encuentra algo:

A veces un símbolo de esperanza como un avión que surca los cielos en una tierra baldía poblada por muertos vivientes, una maleta llena de dinero que cae del cielo como si de un milagro se tratara (Millones), o la luz de un sol marchito que ha recobrado toda su intensidad (Sunshine).

En 127 horas tendremos un recurso similar: aviones imaginados sobrevolando el cielo de la estepa como cientos de cuchillas cortando el aire.

Sueños inalcanzables que representan un mañana mejor. Por ello la maleta de dinero será un recurrente McGuffin en diversas tramas. Ya en su ópera prima, Tumba abierta, 1994, la historia giraba en torno a esa lámapara de los deseos diabólica. En Trainspotting, Una historia diferente, 1997, Millones y Slumdog Millionaire tocaría el asunto.

d-Sus influencias son de extrema calidad y suele transmutarlas en claros homenajes.

Así mientras Di Caprio sufría delirios con su propio Apocalipsis Now, Ewan McGregor y su compañía de drogodependientes emulaban al Alex McDowell de La naranja Mecánica, 1971; ahora, en 127 horas James Franco lleva a cabo conversaciones consigo mismo como un locuaz “Golum” y sufre alucinaciones con Scooby Do e iconografías derivadas de la cabeza de la mente de Gus Van Sant (Mi Idaho privado,1991, Gerry 2002,) y Oliver Stone (Giro al infierno, 1997, The Doors 1991, Asesinos natos,1994), siendo, Boyle, más contenido y cortés con un público menos elitista.

e-Happy End.

Dicho de otro modo, el realizador que nos concierne es menos arriesgado que los controvertidos directores mencionados. No olvidaremos dar la nota crítica en la aclamada SlumDog Millionaire, 2008, su referente más casposo que encubre, entre tanto Oscar de la Academia, su total sometimiento a la magnífica Ciudad de Dios,2002, de Fernando Meirelles, otro de los mejores directores de industria de los últimos años.

Esta producción de alto coste no tendría reparos en darnos ese final made in Bollywood tan sumamente arriesgado (y de atisbos Disneynianos) para hacernos olvidar durante los últimos cinco minutos esa estela de niños cegados por manos crueles, pobreza, traiciones y cadáveres que han quedado a su paso.

Así lo hará en casi todas sus producciones exceptuando La playa, que contiene su final más inhóspito hasta la fecha.

Boyle siempre nos retrata una fábula actual, que, al fin y al cabo, esto no es sino un canto a la vida y a la superación personal ya sea del hombre contra el hombre, el hombre contra la naturaleza externa o el hombre contra su propia naturaleza.

Si a Gus Van Sant le interesaba realizar su “trilogía de la muerte” basada en tres sucesos reales: Elephant, 2003, que representaba la matanza de Columbine, Last Days, 2005, con el suicidio de Kurt Cobain y Gerry, 2002, en la que dos amigos se pierden en el desierto; a Danny Boyle, lo que le interesa es mostrar la otra cara del tipo deleitoso que permanece atrapado en la zanja de la naturaleza más cruel y salvaje.

Esto es algo que el director alemán, Werner Herzog ya nos ha mostrado en infinidad de ocasiones de una manera mucho menos descafeinada y más sobrecogedora en obras como Grizzly man, 2005, Aguirre, la cólera de Dios, 1972, Fitzcarraldo, 1982, Mi enemigo íntimo, 1999, Rescue Dawn, 2006 y Teniente Corrupto en Nueva Orleáns, 2009, de un modo más metafórico.

Por eso Boyle gusta a un público amplio, porque, a pesar de las adversidades casi siempre nos tiene reservado un Happy End; porque sus películas tienen mucho de ejercicio de estilo sin llegar a ser soporíferas; porque en incontables ocasiones goza de una banda sonora contemporánea y generacional; porque es magistral en su uso de la técnica y porque elige historias con algo de contenido en un panorama angosto en el que si realizas ese episodio de historias de la Cripta llamada Buried, 2009, eres el director del momento en un país sin industria.

1/Trainspotting, en la cual nos mostró que el mundo de los yonkies y la picaresca podía ser contado de una forma divertida, así fue que tras su paso aparecieron películas como Miedo y asco en las Vegas,1998,película de culto del director Terry Gilliam, amante del delirio y las composiciones aberradas, Lock, Stock and two smoking barrels,1998, ópera prima del cotizado director británico, Guy Ritchie, más cercano al cine de mafias de poca monta que al de la tragedia de la droga, es una comedia negra que incluye bares de atmósfera sórdida, negocios arriesgados, jerga callejera, criminales irrisorios, amantes de la violencia gratuita, voz en off de un narrador omnisciente y una primera secuencia con la que se abre la película que evidencia la capacidad mimética de Guy Ritchie.

2/28 días después, película que ha sido mencionada anteriormente debido a su gran riqueza, fuente de inspiración de toda serie o película actual del género zombie, rodada en digital, fue una apuesta cuanto menos arriesgada cuando el cine de auteur y la vanguardia danesa eran los únicos que se atrevían al empleo del video.

3/Slumdog Millionaire, film acaparador de los Oscars 2009, que ha sabido concienciar la mente del pueblo llano con los diversos problemas que se han ido dando durante los últimos años en la India, incluyendo una crítica aplastante contra los programas de dinero fácil. Esta película nos ha obsequiado con secuencias tan divertidas como la de un niño cubierto de mierda pidiéndole un autógrafo a su actor favorito o la magistral escena de suspense que se da en el lavabo de caballeros cuando el presentador le regala una falsa respuesta al protagonista.

Alcalá de Henares, 5 de marzo de 2011

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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